la sorpresa

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Los días pasaron con una suavidad que me hacía olvidar por momentos la gravedad de mi situación. Ethan y yo comenzamos a pasar más tiempo juntos, casi en secreto. Nos escabullíamos del palacio para explorar la ciudad, jugábamos como niños a las escondidas en los recovecos del jardín, y a menudo nos dirigíamos a un apacible río cercano, donde organizábamos pícnics clandestinos. Aquellos momentos me traían una felicidad que no había sentido desde que llegué al palacio.

Amelia, por supuesto, comenzó a inquietarse. Su deber era protegerme, y yo la dejaba sola demasiado tiempo.

—Señorita Lía, necesito hablar con usted —dijo un día, con una preocupación evidente en su voz. 
—¿Qué sucede, Amelia? 
—Últimamente ha salido usted a escondidas del palacio y se marcha sin decir nada. Estoy verdaderamente preocupada. ¿Qué haré si le ocurre algo? 
—No te inquietes tanto, Amelia. No me sucederá nada malo —le respondí, intentando apaciguar su ansiedad. 
—Si usted lo dice… —suspiró—. Pero es mi responsabilidad. 
—Amelia, haces bien tu trabajo, de verdad. No tienes por qué angustiarte tanto. 
—Gracias, señorita, pero… debo informarle algo. Hoy ha recibido una citación del rey Henry. 
—¿El rey Henry? —pregunté, mi corazón dando un vuelco—. ¿Sabes para qué? 
—No, señorita. Solo sé que debemos acudir al palacio real de inmediato. 
—Bien, entonces vámonos sin más demora —respondí, tratando de calmar mi creciente nerviosismo.

Al llegar al palacio real, nos recibió la mano derecha del rey, un hombre de mediana edad con barba bien recortada y ojos color café. Sin palabras innecesarias, nos condujo directamente al despacho real. Mi corazón latía con fuerza; después de tantas semanas de silencio, por fin iba a conocer a mi prometido, el hombre que había evitado encontrarse conmigo desde mi llegada.

—Su alteza, la señorita y su dama de compañía han llegado —anunció el mayordomo con voz solemne. 
—Adelante, Arnold —se escuchó la voz profunda y autoritaria del rey desde dentro. Cuando la puerta se abrió, me encontré con un hombre mayor, de expresión severa y ojos verdes como el follaje del jardín. ¿Era este mi prometido? Un hombre mucho mayor de lo que había imaginado. Me sentí atrapada en mi destino, resignada a lo que me aguardaba.

—Por favor, tome asiento, señorita Lía, mientras esperamos a alguien más —dijo el rey con un tono indiferente. 
—Su propuesta, alteza, me ha tomado por sorpresa —me atreví a decir, sintiendo un nudo en la garganta. 
—La verdad es que no soy yo quien se casará con usted —respondió el rey—. Necesito una esposa para mi hijo. 
—¿Su hijo? —pregunté, atónita. 

En ese momento, la puerta se abrió de nuevo, y una figura conocida apareció ante mí.

—¡Lamento llegar tarde, padre! —exclamó una voz que reconocí de inmediato. 
—No te preocupes, Ethan, siéntate —respondió el rey, sin apartar la vista de mí.

Giré bruscamente hacia la entrada, incapaz de creer lo que veía. **Ethan**… Él era el hijo del rey, mi prometido. La misma persona con quien había compartido risas, paseos y secretos durante las últimas semanas, sin jamás haber sospechado la verdad.

—¿Lía? —pronunció mi nombre con sorpresa, reflejando en sus ojos la misma confusión que yo sentía.

—¿Ustedes ya se conocen? —intervino el rey Henry, arqueando una ceja con curiosidad. 
—Sí, alteza —respondió Ethan—. Nos conocimos hace algunas semanas, aunque no tenía idea de que ella fuese mi prometida. 
—Bien, Ethan, permíteme presentártela formalmente —continuó el rey, ignorando su respuesta—. Esta es Lía Harrison, hija del rey Wilson Harrison del oriente. 
—¿El rey del oriente? —preguntó Ethan, sorprendido. 
—Exactamente. Ahora lo sabes. Ella será tu esposa. 
—Ya conocía su nombre, padre —interrumpió Ethan. 
—Shh, no me interrumpas cuando hablo —lo reprendió con severidad—. Señorita Lía, le presento a mi único hijo y heredero, el joven Ethan Di Martín.

una desastrosa alianza matrimonialDonde viven las historias. Descúbrelo ahora