una postura firme

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Con cada día que pasaba, el ambiente en el palacio se tornaba cada vez más tenso. El príncipe Ethan, consciente de mis interacciones con Nikolai, comenzó a buscarme con mayor frecuencia. Sus intentos por pasar tiempo juntos eran innegables. Sin embargo, la mezcla de celos y preocupación en su mirada no podía ocultarse.

Una tarde, mientras caminábamos por el jardín, Ethan se detuvo, mirándome con intensidad.

—Lía, he estado pensando —comenzó, su voz apenas un susurro entre el murmullo de las hojas—. Me gustaría que pasáramos más tiempo juntos, lejos de las miradas inquisitivas de la corte.

—Ethan, ¿estás seguro? —pregunté, sintiendo una mezcla de esperanza y temor. Aunque su atención era reconfortante, no podía ignorar la sombra de la traición que se cernía sobre mí.

—Por supuesto —afirmó con determinación—. En estos días previos a la boda, necesito que estés a mi lado. Quiero conocerte de verdad, Lía. No solo como la princesa que se convertirá en mi esposa.

La intensidad de su mirada me hizo dudar. Quizás había una parte de él que aún luchaba por mantener la conexión que habíamos comenzado a construir. Pero en el fondo, sabía que nuestras circunstancias eran complicadas.

Esa misma tarde, durante una reunión en la corte, el rey Henry anunció que el matrimonio se llevaría a cabo en solo dos días. La sala se llenó de murmullos, y una sensación de pánico comenzó a instalarse en mi pecho.

—Es un momento decisivo para nuestros reinos —declaró el rey con un aire de autoridad—. Esta unión fortalecerá nuestra alianza y traerá prosperidad a todos.

Al escuchar sus palabras, mi mente se inundó de planes. Necesitaba urgentemente hablar con Nikolai, quien había sido un faro de esperanza en este oscuro mar de intrigas.

Esa noche, cuando la luna brillaba intensamente sobre el jardín, me encontré con Nikolai en un rincón apartado.

—Debemos hablar —dije, mi voz temblorosa—. El rey ha anunciado la boda para dentro de dos días.

Nikolai frunció el ceño, claramente preocupado. —No es tiempo de descansar. Debemos idear un plan para que sobrevivas, Lía. No permitiré que Cressida y el rey Henry te hagan daño.

Le conté lo que había oído, la conspiración que giraba en torno a mi destino. Su mirada se endureció.

—La noche de la boda, necesitamos una distracción —propuso—. Algo que desvíe la atención de la corte. Puede ser un espectáculo, una celebración improvisada... cualquier cosa que nos dé tiempo.

—¿Y tú? —pregunté, sintiendo un nudo en el estómago—. ¿Qué harás tú mientras tanto?

—Yo me encargaré de Cressida. La confrontaré. No puedo permitir que te haga daño.

Mi corazón se aceleró al imaginarlo enfrentándose a ella, pero también sabía que era arriesgado.

—Nikolai, es peligroso. No quiero que te pongas en riesgo por mí.

—Lía, la única manera de protegerte es actuar. Debemos ser valientes, ambos. Y si eso significa arriesgarlo todo, lo haré.

Ambos estábamos decididos a luchar por mi vida, aunque el tiempo se agotaba rápidamente. La tensión aumentaba y, mientras el día de la boda se acercaba, también lo hacía la sombra de la traición. Sin embargo, había en mí una chispa de esperanza: la posibilidad de que el amor, la valentía y la amistad nos llevaran a la libertad.

una desastrosa alianza matrimonialDonde viven las historias. Descúbrelo ahora