un jóven misterioso

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—Buenos días, señorita Lía. Le he traído su desayuno —dijo una de las sirvientas, entrando en la habitación con una bandeja de plata. 
—Muchas gracias —respondí cortésmente—. ¿Sabes dónde está Amelia? 
—Sigue descansando, señorita, pero estoy segura de que vendrá a verla en cuanto despierte. 
—Sí, es lo más probable —asentí.

—Con su permiso, me retiro. ¡Disfrute de su desayuno! —añadió con una reverencia antes de salir de la habitación.

La puerta se cerró suavemente, dejándome sola. Mientras saboreaba el desayuno en la tranquilidad de mi estancia, mis pensamientos se llenaron de la incertidumbre que este nuevo día traía consigo. Poco después, Amelia entró, fresca y sonriente, lista para ayudarme a vestirme. Hoy elegí un vestido de satén rosa, con delicados bordados y una diadema que completaba el conjunto con un toque de gracia juvenil.

Salimos al jardín del palacio para dar un paseo. El jardín era, como me habían contado, vasto y encantador. Caminamos entre parterres floridos, perfumados por el dulce aroma de las flores, hasta que, al avanzar, nos encontramos con una hermosa fuente de mármol, rodeada de estatuas que parecían susurrar secretos olvidados.

—No me imaginé que habría una fuente —dijo Amelia, admirando el paisaje con asombro. 
—La verdad, tampoco lo esperaba, pero el jardín ha superado todas mis expectativas —admití, mirando alrededor con una sonrisa. 
—¡Se lo dije! ¡Le dije que era un jardín hermoso! —gritó Amelia, indignada. 
—Está bien, está bien, no te enojes —dije entre risas. 
—No estoy enojada —respondió, cruzando los brazos de forma dramática. 
—Tu rostro dice lo contrario —bromeé.

Amelia trató de mantener su fingido enfado, pero no pudo evitar reír. Era una joven de corazón ligero, siempre lista para una broma o para levantar el ánimo.

—¿Sabe, señorita? Ya llevamos aquí un día y aún no ha visto al rey —comentó de repente, cambiando de tema. 
—En realidad, todavía no es rey —aclaré, con un toque de seriedad. 
—¿¡Cómo!? —Amelia se detuvo, boquiabierta. 
—Para que pueda ser coronado, debe casarse primero. Mientras tanto, sigue siendo el príncipe heredero. 
—Pero ustedes se casarán, ¿no? 
—Sí, aunque no es algo que me haga ilusión. No lo conozco y, por supuesto, no lo amo. 
—Ninguna joven de su edad querría casarse a los diecisiete años. ¡Qué fastidio debe ser! —dijo Amelia, con una expresión de repulsión exagerada. 
—Lamentablemente, no puedo hacer nada al respecto —respondí con resignación. 
—¡Oh, mi señorita! —dijo Amelia, sus ojos comenzando a llenarse de lágrimas. 
—No te preocupes tanto, Amelia. No creo que mi vida esté completamente arruinada —intenté tranquilizarla con una sonrisa.

—Tiene razón, señorita, le pido disculpas —dijo, secándose las lágrimas. 
—No te preocupes. Ahora me gustaría seguir recorriendo el jardín sola —le pedí amablemente. 
—¡Oh! Está bien, la esperaré adentro —dijo con una pequeña reverencia antes de retirarse.

Mientras continuaba mi paseo por el jardín, me encontré con un joven alto, de cabello castaño y ojos verdes que brillaban a la luz del sol. Me detuve, incapaz de apartar la vista de él. Nunca había visto a alguien tan atractivo. Él me devolvió la mirada, sorprendido al notar mi presencia.

—Hola, ¿quién es usted? —preguntó, con una voz suave y educada. 
—Me llamo Lía —respondí, tratando de recuperar la compostura. 
—Un placer, Lía. Mi nombre es...

Antes de que pudiera presentarse, la voz de una sirvienta interrumpió la escena.

—¡Señorita Lía, es hora de su baño! —llamó desde la distancia.

—Parece que tiene que irse —dijo el joven, con una sonrisa. 
—Sí, lamento mucho tener que marcharme —respondí, a regañadientes.

—Espero volver a verla en algún momento, mi señorita —dijo, inclinándose levemente. 
—Quizás podríamos encontrarnos nuevamente en este lugar —propuse tímidamente. 
—¿Qué le parece mañana por la noche? —sugirió él, sus ojos fijos en los míos. 
—Me parece perfecto. Nos vemos mañana en la noche —respondí, sintiendo que mi corazón latía con fuerza.

Con una sonrisa encantadora, él tomó mi mano y la besó con suavidad.

—Hasta mañana, señorita —dijo, antes de darse la vuelta y desaparecer entre los árboles.

Amelia apareció poco después para guiarme de vuelta al palacio, pero mi mente seguía en aquel encuentro inesperado. Pasé el resto del día pensando en aquel joven misterioso, incapaz de sacarlo de mi mente. Su atractivo, su voz y esa sonrisa se quedaron conmigo, como un eco persistente.

Esa noche, me encontré mirando las estrellas desde la ventana de mi habitación, tratando de ordenar mis pensamientos. Me recosté en la cama, con la mirada perdida en el techo, mientras los recuerdos de la tarde volvían una y otra vez hasta que, finalmente, me quedé dormida.

una desastrosa alianza matrimonialDonde viven las historias. Descúbrelo ahora