lazos nuevos

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En los días siguientes a la fiesta del té, me encontraba reflexionando sobre todo lo que había sucedido, especialmente el desagradable comentario de Lady Cressida. Sin embargo, una figura inesperada comenzó a destacar en mi vida: Lady Beatrice. Su cortesía y elegancia no habían sido solo una fachada para las demás damas, y a medida que las invitaciones a su casa se hacían más frecuentes, nuestras conversaciones se volvían más profundas.

En una tarde tranquila, mientras paseábamos por los jardines del palacio, Beatrice me miró con una sonrisa compasiva.

—Lía, espero que no te hayas tomado demasiado a pecho las palabras de Cressida —dijo, ajustando su sombrero de encaje con delicadeza—. La envidia en la corte es una constante, especialmente cuando una joven tan prometedora como tú entra en escena.

—No fue fácil —admití con sinceridad—. Pero ya estoy acostumbrada a las miradas de desaprobación. Sin embargo, no dejo de preguntarme si mi lugar aquí realmente será tan aceptado como mi padre lo imagina.

Beatrice me miró con una ternura que no había esperado encontrar en ella. Desde aquella tarde, nuestra amistad había comenzado a florecer de manera genuina. En lugar de las habituales conversaciones superficiales de la nobleza, con Beatrice podía hablar libremente sobre mis preocupaciones, mis temores y, por supuesto, mis obligaciones como futura reina.

—Tienes más fuerza de la que crees —me dijo una tarde mientras tomábamos el té en una pequeña sala privada de su casa—. Y a veces, quienes parecen nuestros enemigos no lo son tanto. A menudo, la mejor estrategia es observar, escuchar y esperar.

Su consejo, aunque críptico, me hizo reflexionar sobre alguien que había ocupado una parte de mis pensamientos recientemente: el príncipe Nikolai. Desde nuestra primera interacción en la fiesta, había evitado caer en la trampa de considerarlo una amenaza. A pesar de su carácter juguetón y sus insinuaciones, no había sido abiertamente hostil ni tenía la arrogancia que otros nobles extranjeros habían mostrado en el pasado.

Empecé a notar algo diferente en él durante los días que siguieron. En las reuniones de la corte, cuando nuestros caminos se cruzaban, sus comentarios ya no eran tan solo coqueteos triviales. Nikolai me sorprendía con preguntas inteligentes sobre las decisiones que tomábamos y los tratados entre los reinos. Al principio, desconfiaba de sus motivos, pero a medida que nuestras conversaciones se alargaban, me di cuenta de que no estaba buscando manipularme, sino más bien, entenderme.

—Me sorprendes, Lía —me confesó una tarde durante un paseo—. No esperaba encontrar a alguien tan joven con una mente tan aguda. Admito que vine aquí con ciertos prejuicios, pero no eran más que errores de juicio.

Aunque no lo admitiera abiertamente, aquellas palabras me habían desarmado. El príncipe Nikolai no era el enemigo que había imaginado al principio. Y si bien sus intenciones podían ser inciertas, algo en su actitud me hacía sentir que, al menos por el momento, era un aliado inesperado.

Sin embargo, no fue Nikolai quien comenzó a ocupar mis pensamientos con más frecuencia, sino Sir Alexander. El joven caballero que mi padre había asignado para protegerme había comenzado a mostrarse más cercano de lo que podría haber esperado. No era solo un guardián, atento y leal, sino también alguien que, poco a poco, me demostraba una madurez inesperada para alguien de su edad.

Había algo en su presencia tranquila, en su manera de mantenerse siempre alerta pero sin imponer su figura, que me daba una sensación de seguridad. Y, aunque en un principio había pensado en él simplemente como una medida de precaución por parte de mi padre, ahora veía en Sir Alexander una compañía que se había vuelto reconfortante.

Una tarde, mientras caminábamos por los senderos del jardín, él rompió el silencio de manera inesperada.

—Su alteza, espero que me permita hablar con franqueza.

—Claro, Alexander. Ya sabes que no tienes que mantener las formalidades siempre —le respondí con una sonrisa.

Él esbozó una media sonrisa, pero sus ojos permanecieron serios.

—He notado que últimamente parece más preocupada, y si me permite decirlo, no es solo por las obligaciones de la corte. ¿Puedo preguntar si algo más la inquieta?

Lo miré sorprendida, no solo por su perspicacia, sino también por la sinceridad en su voz. Me di cuenta de que, sin quererlo, me había comenzado a apoyar en su presencia más de lo que me había dado cuenta.

—Son tiempos complicados, Alexander. Entre la boda, las expectativas de mi padre, y las tensiones en la corte... a veces siento que no sé en quién confiar.

Él asintió, como si entendiera perfectamente a qué me refería.

—Mi deber es protegerla, pero más allá de eso, quiero que sepa que estoy aquí para lo que necesite. No solo como su caballero, sino como alguien que la respeta profundamente.

Sus palabras me conmovieron más de lo que esperaba. Por primera vez, sentí que Sir Alexander no solo era mi protector físico, sino también un apoyo emocional en un mundo donde las amistades genuinas eran raras.

A medida que pasaban los días, me encontraba deseando más nuestras conversaciones tranquilas. Había algo en su naturaleza que me calmaba, como si pudiera comprender la tormenta que a menudo se desataba dentro de mí sin necesidad de palabras.

Aunque aún no lo entendía del todo, algo había comenzado a cambiar entre nosotros. Un sentimiento que crecía, imperceptible al principio, pero que con el tiempo sería imposible ignorar.

una desastrosa alianza matrimonialDonde viven las historias. Descúbrelo ahora