La fría niebla de la madrugada envolvía el castillo de los Di Martin mientras la oscuridad ofrecía una cobertura ideal para el plan de escape. Afuera, cerca de la entrada trasera del palacio, un carruaje de aspecto discreto, perteneciente a los guardias del príncipe Nikolai, esperaba pacientemente. Los caballos, nerviosos bajo el peso de la inminente huida, resoplaban, impacientes por ponerse en marcha.
Dentro del palacio, el silencio pesado sólo era roto por los pasos sigilosos de Nikolai, Sir Alexander y Lia, que avanzaban por los pasadizos menos transitados del castillo. Amelia, un poco detrás, vigilaba que nadie los siguiera. El momento era crucial, y cada segundo contaba. La tensión en el aire era palpable, pero todos sabían que no podían fallar.
Finalmente, llegaron a la salida trasera. Un guardia fiel al príncipe Nikolai los hizo pasar sin hacer preguntas, y uno a uno subieron rápidamente al carruaje. Lia, con el corazón acelerado, sintió un escalofrío recorrer su espalda al saber que finalmente estaba dejando el castillo, quizás para siempre. Alexander, siempre vigilante, se aseguró de que estuvieran bien escondidos antes de que el carruaje comenzara a moverse.
—Tenemos que salir del reino lo más rápido posible —murmuró Nikolai, mientras se aseguraba de que no los siguieran—. Si logramos cruzar la frontera, estaremos a salvo en mi tierra.
Amelia, a su lado, se aferraba a sus ropas, aún temblando por la adrenalina de la fuga. No había tiempo para el alivio, no mientras el peligro seguía tan cercano.
***
Mientras tanto, en una habitación apartada del palacio, las cortinas ondeaban ligeramente bajo la brisa nocturna. Cressida, envuelta en una seda fina, observaba a Ethan, quien se encontraba dormido a su lado. La sonrisa triunfante que se dibujaba en su rostro era inequívoca. Sabía que lo había atrapado en su red, y que al despertar, el príncipe no tendría más opción que aceptar el matrimonio que ella tanto anhelaba.
La noche anterior, Cressida había sido implacable en su seducción. Sabía que Ethan estaba vulnerable, roto por la muerte de su madre y el encierro de Lia. Había usado ese dolor a su favor, y con palabras suaves y promesas vacías, lo llevó a su cama. Para ella, aquello no era un simple acto de deseo, sino una estrategia calculada.
—Mañana en la corte —se susurraba a sí misma—, Ethan no podrá rechazarme. Él sabe que ahora me pertenece.
Cressida sabía que una vez que el rey Henry escuchara de la unión, su lugar junto al trono estaría asegurado. Pero había algo más, un pequeño detalle que le provocaba una ligera ansiedad. El escape de Lia había dejado un vacío en sus planes, uno que debía asegurarse de llenar lo antes posible.
***
Al día siguiente, en la sala del trono, las lámparas de araña iluminaban el lujoso salón mientras los cortesanos tomaban sus lugares. El ambiente era tenso; la muerte de la reina aún pesaba sobre todos, pero los recientes rumores de la huida de Lia habían comenzado a circular. El rey Henry, con su usual expresión de frialdad calculada, esperaba en su trono mientras su mirada recorría a los presentes. Pronto, Ethan entró en la sala, acompañado por Cressida.
El joven príncipe mantenía la cabeza baja, evitando la mirada inquisitiva de la corte. Sabía lo que debía hacer, pero cada paso le pesaba como si estuviera caminando hacia su propio final. Cressida, por su parte, lucía victoriosa, con la mirada altiva mientras avanzaba al lado de Ethan.
—Es hora de que tomemos decisiones para el futuro de este reino —declaró el rey Henry, alzando su voz sobre el murmullo de la corte—. Mi hijo, el príncipe Ethan, se casará con Lady Cressida en los próximos días. La estabilidad del reino depende de ello.
La corte, sumida en un silencio expectante, observaba al príncipe, esperando su respuesta. Ethan, sintiéndose atrapado por las circunstancias, tragó saliva, incapaz de levantar la mirada.
—Acepto —dijo finalmente, en un murmullo apagado, mientras el dolor en su pecho aumentaba.
Las palabras cayeron como una sentencia, y el murmullo de aprobación se extendió por la sala.
Sin embargo, justo en ese momento, un mensajero irrumpió en la sala, jadeante y pálido, su rostro reflejando una mezcla de miedo y urgencia. Con un movimiento torpe, se inclinó ante el rey.
—¡Majestad! —exclamó, sin aliento—. Lady Lia... el príncipe Nikolai... Sir Alexander y Lady Amelia... han escapado. Han dejado el reino.
La expresión del rey Henry se tornó oscura, y una sombra de furia se dibujó en su rostro.
—¡¿Cómo permitieron que ocurriera esto?! —rugió, levantándose de su trono con una furia contenida. Su voz resonó en la gran sala, llenando el aire de una amenaza latente.
El impacto de la noticia cayó sobre todos como un balde de agua fría. Los murmullos volvieron a llenar la sala, y la tensión se hizo palpable. Ethan, aún aturdido por su propia decisión, sintió cómo el dolor en su corazón se mezclaba ahora con la desesperación.
Cressida, por su parte, intentaba disimular su furia interna. Su victoria había sido eclipsada por el escape de Lia. Pero sabía que debía mantener la calma. No podía permitir que su reciente triunfo se desmoronara.
El rey Henry, sin embargo, no dejaría que esto quedara impune. Sus ojos brillaban con una determinación cruel.
—Manden a mis mejores hombres tras ellos —ordenó, su voz cargada de peligro—. No permitiré que se salgan con la suya.
Pero lo que Henry no sabía era que el reino de Nikolai era un refugio impenetrable para sus enemigos, y una vez que cruzaran la frontera, no habría vuelta atrás. La guerra entre los reinos ya había comenzado en el corazón del rey Wilson, y el destino de todos se veía envuelto en un torbellino de traiciones, pasiones y ambiciones.
El carruaje que llevaba a Lia, Nikolai, Alexander y Amelia avanzaba velozmente hacia la libertad, dejando atrás el caos que se avecinaba. Pero aunque habían logrado escapar, sabían que lo más difícil aún estaba por venir.
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una desastrosa alianza matrimonial
Romanceesta novela ambientada en la época victoriana, nos presenta a lía, la hija de un rey, la cuál debe casarse con el principe de otro reino para formalizar una alianza a través del matrimonio. Aunque no todo será felicidad, porque detrás de esta maravi...