el escape

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El amanecer del día de la boda llegó con una quietud que resultaba inquietante. Los preparativos en el reino de los Di Martín estaban en pleno apogeo; sirvientes corrían de un lado a otro, decorando los majestuosos salones con flores y terciopelos finos. Todo estaba dispuesto para la ceremonia nupcial que uniría a Lía y al príncipe Ethan. Pero en lo profundo de su corazón, Lía sentía un mal presagio que no podía ignorar.

Desde que había regresado al reino de los Di Martín, las palabras de su padre, el rey Wilson, resonaban en su mente. Sabía que su vida corría peligro si el matrimonio se consumaba, pero el peso del deber, de la alianza, la mantenía firme, aunque sus manos temblaban levemente mientras las damas de compañía ajustaban su vestido de boda.

Los susurros de su conciencia apenas se apagaron cuando Amelia entró corriendo en su habitación, un nerviosismo inusual reflejado en su semblante.

—Su alteza… Sir Alexander está aquí —dijo en voz baja, su tono cargado de una advertencia tácita.

Antes de que Lía pudiera responder, Sir Alexander apareció en la puerta, su expresión sombría y decidida. Vestía de negro, una capa oscura sobre sus hombros, con el cabello alborotado como si hubiese venido apresuradamente.

—No hay tiempo para explicaciones detalladas, mi lady —dijo, su voz grave pero cargada de urgencia—. El peligro es inminente. Debemos huir ahora, antes de que sea demasiado tarde.

Lía lo miró, sorprendida por su abrupta aparición, pero algo en su mirada, esa mezcla de lealtad y desesperación, la convenció. Su corazón latía con fuerza, luchando entre el miedo y la incertidumbre.

—¿Huir? ¿Pero cómo...? —comenzó, pero Sir Alexander ya había cruzado la habitación, tomando su mano con firmeza, su mirada clavada en la ventana.

—La boda es una trampa, princesa. No puedo permitir que caiga en las manos de aquellos que desean su muerte. Debemos irnos ahora, antes de que sea demasiado tarde —susurró, casi arrastrándola hacia la ventana.

Sin darle tiempo para dudar más, Sir Alexander abrió las amplias cortinas de terciopelo, revelando la fría brisa de la mañana. Un caballo estaba listo en los jardines traseros, oculto en las sombras. La caída desde la ventana era considerable, pero nada que los dos no pudieran manejar.

Con un nudo en la garganta y el vestido de novia aún sobre su cuerpo, Lía permitió que Sir Alexander la ayudara a salir por la ventana. Descendieron con agilidad, sus movimientos rápidos y precisos. Apenas sus pies tocaron el suelo, Sir Alexander la subió al caballo, él detrás de ella, sosteniéndola firmemente.

—A otro reino, lejos de aquí —le dijo—. Allí estará a salvo hasta que podamos desentrañar este complot.

Mientras galopaban, dejando atrás el palacio y las celebraciones que no llegarían a tener lugar, la angustia comenzaba a crecer en el corazón de Lía. La certeza de que estaban siendo perseguidos era como un peso constante. Pero lo que no podían prever era la conmoción que causaría su desaparición.

En el salón principal, donde los nobles de ambas cortes se habían reunido, la inquietud era palpable. El príncipe Nikolai, siempre sereno, comenzaba a fruncir el ceño, notando la ausencia prolongada de la novia. El príncipe Ethan, visiblemente nervioso, murmuraba entre dientes con el rey Henry, que mantenía una sonrisa rígida.

Cuando finalmente se desató el caos, todos supieron que algo estaba mal. Las damas comenzaron a susurrar, los guardias corrían por los pasillos buscando a la princesa desaparecida. El príncipe Nikolai, abandonando toda pretensión de indiferencia, salió al exterior, su rostro pálido por la preocupación.

—¿Dónde está Lía? —murmuraba entre dientes, recorriendo el jardín con la vista mientras los sirvientes murmuraban a su alrededor.

El príncipe Ethan, con el ceño fruncido y una mirada desesperada, no podía ocultar su agitación. La boda estaba a punto de comenzar, pero su novia había desaparecido sin dejar rastro. ¿Podría esto haber sido parte de algún complot que ni siquiera él había sospechado?

Mientras tanto, en la lejanía, el caballo de Sir Alexander y Lía avanzaba hacia lo desconocido, mientras el mundo que conocían se desmoronaba a sus espaldas.

una desastrosa alianza matrimonialDonde viven las historias. Descúbrelo ahora