confrontación

1 1 0
                                    

El aire en la corte era pesado con los ecos del reciente incidente, y aunque el rey había mandado silenciar el asunto, la tensión seguía en aumento. Mientras Lía se refugiaba en sus aposentos, buscando tranquilidad en la compañía de su leal dama Amelia, el príncipe Ethan, con la furia palpitante en sus venas, decidió que era momento de confrontar a Cressida. No podía soportar la idea de que una persona tan vil tratara de humillar a Lía públicamente, especialmente cuando ella apenas había llegado a la corte.

Ethan se dirigió hacia los jardines privados, donde sabía que encontraría a Lady Cressida paseando como si no tuviera culpa alguna. Su figura delicada, envuelta en un vestido de seda marfil, contrastaba con la oscura sombra que proyectaban sus acciones. Cuando Ethan la alcanzó, su expresión era serena, pero sus ojos se endurecieron al ver la determinación en el rostro del príncipe.

—¿Puedo ayudarle en algo, Alteza? —preguntó Cressida con una falsa dulzura, haciendo una leve reverencia.

Ethan no perdió tiempo con cortesías.

—Sabes muy bien de lo que quiero hablar —dijo él, sus palabras cargadas de un frío control—. El espectáculo que provocaste durante el té de Lady Beatrice ha llegado a límites intolerables. Tu comportamiento hacia Lía no puede continuar.

Cressida levantó una ceja con altivez, fingiendo confusión.

—¿Espectáculo? Alteza, sólo respondí de manera apropiada a lo que se estaba insinuando de mí. No esperaba que la princesa Lía tuviese la osadía de hacer comentarios tan… inapropiados.

Ethan dio un paso hacia ella, sus ojos chispeando con ira.

—Sabes que Lía no hizo más que defenderse de tus insinuaciones maliciosas. Te has atrevido a envenenar la corte contra ella, pero eso se acabó. No permitiré que continúes con esta farsa. Si crees que tu cercanía con el rey te protege, te equivocas.

Por un momento, una chispa de temor pasó por los ojos de Cressida, pero la ocultó rápidamente bajo una máscara de desdén.

—Alteza, no sé de qué me habla. El rey ha decidido que el incidente no debe ser mencionado. Sería imprudente contradecirle, ¿no lo cree? —dijo con una sonrisa gélida—. Además, le sugiero que se preocupe más por su compromiso con la princesa, que por mis acciones.

Ethan cerró los puños, sabiendo que seguir discutiendo con Cressida en ese momento sería inútil. Sin embargo, su determinación de proteger a Lía se fortaleció. Con una última mirada de advertencia, se dio la vuelta y se alejó, dejando a Cressida sola en el jardín, aunque con el orgullo levemente herido.

**Más tarde ese día…**

Lía, después de haber soportado la tensión de la corte, decidió acompañar a su padre, el duque, en una visita fuera del palacio. El carruaje se deslizó suavemente por los caminos empedrados, aunque la sensación de inquietud nunca la abandonaba. Amelia, a su lado, intentaba calmarla con charla tranquila, pero los pensamientos de Lía seguían regresando a lo que había sucedido en la corte y la amenaza latente de Cressida.

—Todo estará bien, señorita —dijo Amelia en voz baja—. Sir Alexander estará cerca para cuidar de usted.

Lía asintió, sabiendo que su padre había enviado a uno de los caballeros más jóvenes y hábiles para protegerla. Sir Alexander, apenas un año mayor que ella, tenía una determinación y un porte que infundían confianza. Sin embargo, algo en su mirada también revelaba que no subestimaba los peligros que la rodeaban.

El carruaje continuaba su trayecto cuando, de repente, un crujido inusual y unos gritos de los conductores hicieron que todo se detuviera abruptamente. Lía, sorprendida, miró a Amelia con preocupación.

—¿Qué está pasando? —preguntó ella.

Antes de que alguien pudiera responder, un grupo de hombres armados emergió de los árboles cercanos, rodeando el carruaje. La emboscada fue rápida y precisa, y en cuestión de segundos, los atacantes estaban golpeando las puertas del carruaje, intentando abrirlas.

—¡Es una trampa! —gritó Amelia, sus ojos llenos de terror.

Pero justo cuando uno de los hombres parecía listo para entrar al carruaje, una figura se lanzó sobre él con una velocidad inesperada. Sir Alexander, espada en mano, luchaba con una destreza sorprendente, derribando a dos de los atacantes en cuestión de momentos. Su determinación era clara, y su único objetivo parecía ser proteger a Lía.

—¡Señorita, no se mueva! —gritó Alexander, mientras se enfrentaba a otro de los hombres, que intentaba acercarse.

Lía, su corazón martilleando en su pecho, observaba con una mezcla de horror y admiración cómo Sir Alexander repelía a los atacantes uno a uno. Aunque joven, su valentía era indudable. Finalmente, después de una feroz batalla, los hombres, derrotados, se retiraron al bosque, dejando al carruaje en paz.

Alexander, con la respiración agitada, se acercó al carruaje, limpiando el sudor de su frente.

—¿Esta bien, mi señora? —preguntó, su voz aún firme, pero con un leve temblor de preocupación.

Lía asintió, tratando de calmar su respiración acelerada.

—Gracias, Sir Alexander. No sé qué habría pasado sin ti.

Alexander inclinó la cabeza, su mirada cálida, pero respetuosa.

—Es mi deber protegerla. mi señora. No permitiré que nadie le haga daño.

Mientras el carruaje retomaba su viaje, Lía no pudo evitar pensar en todo lo que había ocurrido. Los peligros en la corte no eran solo juegos de intrigas; su vida estaba en peligro real. Y aunque Sir Alexander había demostrado ser un defensor incansable, sabía que las amenazas apenas comenzaban.

La corte estaba al borde del caos, y las sombras que rodeaban su matrimonio con Ethan se volvían más oscuras con cada día que pasaba.

una desastrosa alianza matrimonialDonde viven las historias. Descúbrelo ahora