una declaración de amor

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La luna brillaba pálidamente sobre el oscuro manto de la noche, sus destellos plateados apenas iluminaban el estrecho camino por el que Lía y Sir Alexander galopaban a toda prisa. El frío aire otoñal envolvía el entorno con una quietud inquietante, y los caballos avanzaban como sombras espectrales, cortando el silencio de la densa bruma que se arremolinaba alrededor de ellos. Lía, envuelta en una capa de terciopelo, apretaba los dientes para mantener el control, mientras sus pensamientos danzaban entre la angustia y el desconcierto. La huida había sido precipitada, pero necesaria. Sabía que el destino que la esperaba en el palacio no era menos que su fin.

Alexander, siempre solemne, mantenía la vista fija al frente, su semblante reflejando una gravedad que solo incrementaba la sensación de urgencia en el aire. Al detenerse en un claro del bosque, la oscuridad parecía cerrarse alrededor de ellos, como si el mundo hubiera contenido el aliento. Descendieron de los caballos en silencio, sus botas hundiéndose en el suelo húmedo.

—No podemos quedarnos aquí mucho tiempo —murmuró Alexander, su voz baja y tensa, pero llena de preocupación—. Debemos buscar refugio antes del amanecer.

Lía lo observó, sus pensamientos aún confusos por la intensidad de todo lo ocurrido. Sin embargo, la seriedad de sus palabras despertó en ella una súbita sensación de seguridad, algo que no había sentido desde hacía mucho. El miedo seguía presente, pero la presencia de Alexander ofrecía una fortaleza en la que, aunque no quisiera admitirlo, podía confiar.

—No deberías haber hecho esto —susurró ella, su voz temblorosa—. Ahora tu vida también está en peligro.

Alexander se volvió hacia ella, sus ojos oscuros, iluminados por los tenues rayos de la luna, la contemplaron con una intensidad que le hizo bajar la mirada. Dio un paso hacia ella, y aunque las palabras no salieron de inmediato, el ambiente se llenó de algo inconfundible. Finalmente, habló con una firmeza que dejó a Lía sin aliento.

—Lo hice porque no puedo perderte, Lía. —Su voz era baja, casi un susurro, pero cargada de emoción—. Mi lealtad hacia ti no es simplemente la de un caballero. Mi corazón está en juego, y hace tiempo que lo tienes sin siquiera saberlo.

Lía se quedó inmóvil, sus ojos abriéndose con sorpresa. No sabía cómo responder a una confesión tan cruda, tan directa. El viento nocturno se colaba entre ellos, susurrando promesas invisibles, y el mundo pareció detenerse un momento.

Antes de que pudiera responder, Alexander tomó sus manos entre las suyas, cubriéndolas con delicadeza. La frialdad de sus dedos contrastaba con la calidez de su gesto.

—Lía —continuó, su tono más suave ahora, pero igual de intenso—. No tienes que decir nada. No lo hago esperando una respuesta... solo quería que supieras por qué he arriesgado todo. Por qué no podía permitir que te quedaras allí para enfrentar ese destino.

Lía, atrapada entre el miedo y una extraña mezcla de emociones, simplemente asintió, sus palabras atrapadas en su garganta. Pero antes de que pudieran continuar, una lejana luz apareció entre los árboles, y ambos se tensaron de inmediato. Alexander la tomó del brazo y la condujo hacia un refugio improvisado: una cabaña de caza abandonada. El lugar era modesto, pero lo suficientemente seguro para que pudieran pasar la noche.

Encendieron un fuego en el hogar, y pronto el calor comenzó a esparcirse por la pequeña estancia. El crujido de la leña llenaba el espacio con un sonido reconfortante, aunque la tensión entre ambos era palpable. Se sentaron frente al fuego, la luz danzante iluminando sus rostros y proyectando sombras que parecían cobrar vida en las paredes.

—¿Crees que estarán buscándonos ya? —preguntó Lía, rompiendo el silencio, su mirada fija en las llamas.

—No tengo dudas —respondió Alexander, su tono sereno, pero vigilante—. En especial, el príncipe Ethan.

El solo nombre de Ethan evocaba una marea de sentimientos confusos en Lía. Su prometido, el príncipe que había sido la piedra angular de la alianza matrimonial, ahora se encontraba atrapado entre sus deberes y la política de la corte. Pero ¿qué sentía realmente por él? Y más importante aún, ¿cómo había cambiado todo después de la huida?

Mientras tanto, en el palacio de los Di Martin, el príncipe Ethan se encontraba en un estado de desesperación apenas controlada. Caminaba con pasos rápidos por los pasillos, su mente un torbellino de emociones. No podía entender cómo Lía había desaparecido tan repentinamente, sin dejar rastro alguno. La ira bullía en su interior, mezclada con una profunda preocupación.

Nikolai, que había mantenido su habitual calma, se acercó a él con una expresión de gravedad. Aunque eran rivales en el amor por Lía, el peligro que ella enfrentaba trascendía cualquier competencia entre ellos.

—Ethan, debemos unir fuerzas para encontrarla —dijo Nikolai, su voz suave pero firme—. Esto va más allá de cualquier alianza o rivalidad. Lía está en peligro, y debemos hallarla antes de que sea demasiado tarde.

Ethan, aunque receloso, no pudo evitar asentir. Sabía que Nikolai tenía razón. Ambos se embarcarían en una búsqueda incansable para encontrarla, dejando a un lado sus diferencias por el bien de la mujer que ambos amaban.

De regreso en la cabaña, el calor del fuego había hecho que la conversación entre Lía y Alexander tomara un giro más íntimo. Se sentaron cerca uno del otro, y aunque el frío exterior seguía latente, la cercanía compartida por ambos había generado un calor propio.

—Alexander... —comenzó Lía, con la voz baja—. No sé cómo agradecerte. Has arriesgado tu vida por mí.

Él la miró con una intensidad que casi la hizo desviar la mirada.

—Lo haría una y mil veces más —respondió, su voz apenas un susurro, pero cargada de significado—. Y lo seguiré haciendo hasta que sepas lo importante que eres para mí.

Lía sintió que su corazón se aceleraba, y aunque una parte de ella se resistía, no podía negar el magnetismo de aquel momento. Mientras el viento afuera golpeaba las ventanas de la cabaña, el mundo parecía quedarse fuera, dejando solo a dos almas en ese pequeño espacio, unidas por el peligro, el sacrificio y, tal vez, algo más profundo.

una desastrosa alianza matrimonialDonde viven las historias. Descúbrelo ahora