la Alianza

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Ethan Di Martín, mi prometido de diecisiete años y único heredero de la prestigiosa corona de los Di Martín, permanecía frente a mí con una mezcla de formalidad y una chispa en los ojos que revelaba mucho más de lo que las circunstancias sugerían.

—Gracias por la presentación, padre —dijo Ethan con una reverencia respetuosa, ajustando su chaleco de terciopelo mientras inclinaba ligeramente la cabeza.

El rey Henry, sentado tras un imponente escritorio de caoba, nos observaba desde detrás de sus lentes dorados, su expresión inmutable.

—Ahora, vayamos al asunto principal —comenzó el rey con su voz grave y autoritaria—. Tras largas deliberaciones con el rey Wilson, hemos decidido consolidar nuestra alianza. ¿Y qué mejor manera de hacerlo que uniéndolos en matrimonio?

Ethan arqueó una ceja, su semblante normalmente tranquilo revelando una sutil perturbación.

—Entonces, ¿esto es solo por una alianza? —preguntó, su tono calmado pero lleno de escepticismo.

—Exactamente —afirmó el rey, sin titubear—. Aunque, por supuesto, si llegase a florecer el amor, sería un resultado aún más favorable para todos nosotros.

Amor... La palabra resonó en mi mente, irónica y distante en este contexto. ¿Cómo podía alguien imaginar amor en una unión que era poco más que un pacto diplomático?

Intentando mantener la compostura, me animé a preguntar:

—¿Y cuándo se hablará de los detalles de la boda?

El rey sonrió, como si hubiera anticipado la pregunta.

—Eso ya está resuelto. La ceremonia se llevará a cabo en una semana.

—¿¡Una semana!? —exclamamos Ethan y yo al unísono, la incredulidad dibujada claramente en nuestros rostros.

El rey, inmutable como siempre, se limitó a levantar una ceja.

—¿Por qué la sorpresa? —preguntó con frialdad.

—Padre —dijo Ethan, su voz mesurada, pero con un aire de protesta apenas contenido—, ¿no le parece que todo esto sucede demasiado rápido?

—Mientras más rápido se concrete, mejor —dijo el rey, sin darle oportunidad a la réplica—. Ahora, pueden retirarse.

Nos inclinamos en una despedida formal.

—Con su permiso, su alteza —dijimos al unísono antes de salir del despacho.

Caminamos por los largos y majestuosos pasillos del palacio, adornados con cortinas de terciopelo y retratos antiguos de antepasados ilustres, en un silencio que se volvió casi insoportable. Cada paso resonaba en las baldosas de mármol, y la distancia entre nosotros parecía ensancharse, a pesar de estar tan cerca. Finalmente, rompí el silencio.

—Me sorprendí bastante al enterarme de que usted era mi prometido —dije, mi tono contenido pero honesto.

Ethan, quien había estado mirando hacia el suelo, levantó la vista con una sonrisa apenas perceptible en sus labios.

—La verdad, yo también. Pero no me molesta —dijo con un toque de ligereza—. De hecho, creo que disfrutaré mucho de la vida a su lado, señorita Lía.

Lo miré, perpleja por su respuesta tan desenfadada.

—¿De verdad? ¿Por qué dice eso, joven Ethan?

Él se giró hacia mí, su porte elegante y su mirada intensa, revelando una sinceridad inesperada.

—Porque me intriga usted, señorita Lía —dijo, sin dejar de sonreír—. Es… diferente.

Sentí un leve calor en mis mejillas ante sus palabras, pero traté de mantener la compostura.

—Por favor, dígame Lía —respondí suavemente.

—Y usted, por favor, llámeme Ethan —contestó con un toque de familiaridad que me sorprendió.

—Está bien… Ethan —dije, sintiendo que las barreras entre nosotros comenzaban a desmoronarse lentamente.

—¿Le gustaría dar un paseo por los jardines? —preguntó mientras ajustaba sus guantes de cabritilla, su voz ahora más cálida.

—Claro —respondí con una sonrisa tenue, agradecida por la oportunidad de escapar de la formalidad sofocante del palacio.

Ethan se detuvo por un momento, como si recordara algo importante, y su rostro se iluminó.

—¡Oh! Quería mostrarle un rincón especial que he descubierto en el jardín. Es un árbol magnífico, donde suelo leer en mis ratos libres.

—¿Le gusta leer? —pregunté, sorprendida por su afición.

—Sí, especialmente poesía. Es mi refugio favorito.

No pude evitar reír suavemente, sorprendida y un poco encantada por esta revelación.

—¡Dios mío! Mi prometido es un poeta —dije, con una risa que resonaba entre la ligereza y la incredulidad.

Ethan fingió estar ofendido, llevándose una mano al pecho en un gesto exagerado.

—¡Oye! No se burle, señorita Lía. Puedo escribirle los versos más hermosos, y le aseguro que se enamorará de mí en poco tiempo.

Lo miré con una mezcla de diversión y curiosidad.

—Bueno, veamos si logra hacerlo —respondí con una sonrisa juguetona, permitiéndome, al menos por ese momento, olvidar las pesadas responsabilidades que nos aguardaban.

una desastrosa alianza matrimonialDonde viven las historias. Descúbrelo ahora