la desesperación

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Lía se encontraba en la cabaña, rodeada por el crepitar del fuego que iluminaba tenuemente el espacio, mientras las sombras danzaban en las paredes de madera. La atmósfera era pesada, impregnada de un aire tenso y cargado de incertidumbre. Sir Alexander, a su lado, contemplaba la lumbre, sus rasgos serios reflejando la preocupación por el destino de Lía y su propio corazón.

En el reino de los Di Martín, la inquietud reinaba en los pasillos del palacio. El rey Henry, tras enterarse de la desaparición de Lía, se movía como un depredador en busca de su presa. La furia en sus ojos se encendía al recordar cómo Cressida, su amante, había estado a su lado, susurrando promesas de poder y ambición, mientras él escondía su traición.

—¡Cressida! —gritó, su voz resonando en las paredes adornadas con retratos de ancestros—. ¿Dónde está esa niña?

Cressida, con su gracia habitual, se acercó, su rostro enmarcado por una sonrisa enigmática. La luz del candelabro brillaba sobre su cabello oscuro, realzando su belleza, pero su mirada era fría, calculadora.

—Mi rey —respondió con un tono que mezclaba dulzura y desdén—, ¿por qué preocuparse por una niña que ha huido de su destino?

—No subestimes su valor, Cressida. Ella es más astuta de lo que crees. —La tensión entre ambos era palpable, como un hilo que a punto de romperse—. Necesitamos encontrarla antes de que divulgue lo que sabe.

Cressida dio un paso adelante, su voz un susurro seductor—. Y si la encontramos, ¿qué haremos con ella? La boda se aproxima, y yo soy la que debería estar a tu lado, no esa extranjera.

El rey Henry se quedó en silencio, sopesando las palabras de su amante. La ambición brillaba en sus ojos, mientras sus pensamientos se tornaban oscuros. ¿Era acaso la solución eliminar a Lía para asegurar su futuro junto a Cressida?

—Deberíamos hacer algo... decisivo —murmuró Cressida, su tono cargado de insinuaciones—. Un pequeño accidente, quizás. Nadie notaría su ausencia, y la unión sería nuestra.

En la penumbra de la cabaña, Lía, al escuchar un leve ruido, sintió el corazón latir con fuerza. ¿Sería posible que los peligros que había evadido la alcanzaran tan pronto? Sir Alexander, al notar su inquietud, tomó su mano, mirándola a los ojos.

—No temas, Lía. Haré lo que sea necesario para protegerte.

El fuego crepitó con fuerza, y en ese instante, un aullido distante cortó el aire, como un lamento que anunciaba la llegada de la tormenta. La noche se tornó aún más oscura, y en el palacio, el rey Henry y Cressida urdían sus planes, decididos a jugar una partida peligrosa donde la vida de Lía pendía de un hilo.

El destino de los reinos estaba a punto de entrelazarse de maneras inesperadas, y cada paso que daban sus protagonistas los acercaba más a un desenlace trágico.

una desastrosa alianza matrimonialDonde viven las historias. Descúbrelo ahora