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¿Está mal si digo que te extraño? No sé cuándo fue exactamente que empezaste a alejarte. Después de esa misión, la frecuencia con la que te veía fue disminuyendo, pero no fue algo que ocurrió de un día para otro. Fue un proceso lento, casi imperceptible al principio. Recuerdo que, tras la misión, tus palabras eran más escasas, y tus silencios, más largos. No era extraño para nosotros compartir momentos sin hablar, pero esta vez sentía que algo faltaba. Tus ojos, aunque siempre atentos, parecían estar mirando más allá, hacia algo que no podía ver.
Los entrenamientos juntos se volvieron menos frecuentes. Al principio, solo cancelabas uno o dos encuentros, pero luego, las excusas comenzaron a aumentar. "Tengo otra misión", "No puedo, estoy ocupada con el Hokage", o simplemente no respondías. Trataba de no darle importancia, de pensar que era normal. Después de todo, ambos éramos ANBU, y eso significaba llevar una vida llena de obligaciones. Pero había algo en la manera en la que evitabas mirarme a los ojos cuando nos encontrábamos en los pasillos. Algo en la rigidez de tus movimientos, como si estuvieras peleando una batalla interna de la que no podía formar parte.
Una vez, intenté preguntarte si estabas bien, pero lo evadiste con una sonrisa que no llegó a tus ojos, como si fueras consciente de que estaba viendo a través de ti. "Estoy bien, solo cansada", me dijiste. Y aunque quise creerlo, sabía que eso no era todo. Las sombras bajo tus ojos se hacían más profundas cada vez que te veía, y el brillo de determinación que antes te definía había sido reemplazado por algo más oscuro, más frío.
En las reuniones del escuadrón, apenas hablabas. Eras eficiente, como siempre, pero la conexión que una vez tuvimos en batalla se había desvanecido. Cada vez te convertías más en una pieza de la maquinaria ANBU, sacrificando partes de ti misma por un ideal que, quizás, ni siquiera compartías del todo. Era como si te estuvieras apagando lentamente, convirtiéndote en una sombra de la persona que conocí. La Jin que había compartido mis dudas y mis miedos ya no estaba.
Recuerdo que, tras una de esas misiones, volviste cubierta de heridas, pero cuando intenté ayudarte, me apartaste. "No es nada", dijiste con una dureza que no reconocí. Fue en ese momento que comprendí que algo dentro de ti había cambiado para siempre. Y desde entonces, comencé a sentir que la distancia entre nosotros no era solo física. Era como si hubieras construido un muro a tu alrededor, y yo, por más que lo intentara, no podía derribarlo.
Ahora, solo puedo preguntarme qué hubiera pasado si hubiera sido más insistente. Si hubiera tratado de acercarme más, de recordarte que, a pesar de todo, no estabas sola.
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