Capítulo 20

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El avión surcaba el cielo nocturno con una suavidad inquietante, ajeno al caos emocional que habitaba en sus dos pasajeros. Max y Checo estaban sentados uno frente al otro, pero la distancia entre ellos se sentía abismal. Ninguno de los dos hablaba. El silencio no era incómodo, pero sí desolador, como si las palabras no dichas aún flotaran en el aire, pesadas, difíciles de ignorar.

Max estaba cubierto con una manta hasta el cuello, manteniendo los ojos cerrados, pero no estaba dormido. Su respiración era irregular, su pecho subía y bajaba con un ritmo agitado. Su cuerpo temblaba ligeramente, y cada vez que eso ocurría, su rostro se contraía en una mueca de dolor. Sus párpados estaban hinchados, y las lágrimas, aunque ya no caían, habían dejado su huella en la piel de sus mejillas.

Checo por su parte, intentaba distraerse bebiendo un té que una de las aeromozas amablemente le había traído, pero sus manos temblaban tanto que el líquido apenas llegaba a sus labios sin derramarse. La calidez de la taza no lograba aliviar el frío interno que sentía, un frío que no venía del aire acondicionado del avión, sino de su interior, de la lucha emocional que lo estaba devorando desde adentro.

Ambos estaban exhaustos. La pelea en la habitación del hotel había sido devastadora, la más intensa que jamás habían tenido. Las palabras que se habían dicho seguían en sus mentes, cada una de ellas como un golpe directo al alma. Max con sus confesiones sobre sentir que no merecía a Sergio, que solo era una carga para él. Checo con su insistencia en no abandonarlo, en quedarse a su lado a pesar de todo. Habían hablado de cosas que ninguno de los dos había querido enfrentar antes, y ahora estaban lidiando con las secuelas de esa brutal honestidad.

El avión parecía un refugio temporal, una burbuja donde el mundo de la fórmula 1 no podía alcanzarlos. Se dirigían a México, lejos de las cámaras, de los periodistas, de los rumores y las miradas inquisitivas. Ninguno de los dos había planeado un viaje de imprevisto, pero después de la discusión, era lo único que tenía sentido. Necesitaban escapar. Y Sergio sabía que en México, junto a su familia, encontrarían algo de la paz que tanto les hacía falta.

Checo miraba por la ventana, observando las nubes que se extendían bajo el avión, pero su mente estaba lejos, enredada en los recuerdos de la conversación que acababan de tener. Nunca había visto a Max tan roto, tan miserable. Había algo aterrador en eso, algo que lo asustaba porque nunca había imaginado que Max pudiera llegar a un punto tan bajo. Pero también sentía una responsabilidad inmensa. Había algo en la forma en que Max le había suplicado que lo dejara ir, que lo olvidará, que no podía sacarse de la cabeza.

Finalmente, Max abrió los ojos, su mirada perdida en el techo del avión. No dijo nada, pero Checo notó cómo su cuerpo se estrenecia bajo la manta. Sergio dejó la taza de té sobre la pequeña mesa que los separaba.

-Max... -susurró, su voz ronca por el cansancio.

Max no respondió al principio, pero lentamente giró la cabeza para mirarlo. Sus ojos estaban apagados, llenos de un dolor que parecía no tener fin. Checo sintió un nudo en el estómago al ver la expresión en el rostro de Max. Era como si hubiera perdido la esperanza.

-No tienes que decir nada -continuó Checo, su voz temblando ligeramente-. Solo quiero que sepas que... que estamos juntos en esto. No importa lo que pase.

Max lo miró fijamente durante unos segundos, pero luego volvió a cerrar los ojos, agotado.

-Estoy muy cansado, Sergio -dijo Max con un hilo de voz-. No quiero seguir así...

Checo apretó los puños sobre sus rodillas, sintiendo la impotencia crecer dentro de él. Quería decir algo, algo que arreglará todo, que borrará el dolor, pero no sabía cómo. Max estaba al borde, y él sentía que también lo estaba. Ambos estaban rotos, pero ninguno quería admitirlo por completo.

Patitos (Chestappen)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora