Capítulo 38

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Dos años después; La hacienda, a las afueras de Guadalajara.

La noche avanzaba lenta en la hacienda, mientras los suaves sonidos de la naturaleza, usualmente tan pacíficos, eran opacados por los llantos de los mellizos. Max se sentía exhausto, pero más que el cansancio físico, era la preocupación lo que le pesaba. Ver a sus hijos enfermos, tan pequeños y vulnerables, lo hacía sentirse impotente. Ambos estaban resfriados, pero Patricio parecía estar tomando la peor parte. Su pequeña nariz estaba roja y su tos rasposa no hacía más que partirle el corazón a Max.

Sergio estaba en la otra esquina de la cama, meciendo a Patricia en sus brazos con infinita paciencia, mientras la pequeña se resistía a dormir. -Tranquila, mi amor... -. Le susurraba, acariciando su cabello oscuro y suave. Pero aunque su voz era calmante, la fatiga se notaba en sus ojos. Estaban viviendo una de esas noches en las que la paternidad parecía más difícil de lo que cualquiera les hubiera contado.

Max por su parte, intentaba calmar a Patricio, quien, después de lanzar su carrito de juguete al otro lado de la habitación, seguía protestando entre lágrimas. -Vamos, campeón -dijo Max, tratando de mantener el ánimo ligero. -Es solo un resfriado. No puede ser tan malo, ¿no?

Pero Patricio no tenía ningún interés en su broma. A sus dos años, el niño estaba descubriendo el poder de su propia voluntad, y en ese momento, su mayor objetivo parecía ser, desafiar a su padre en todo. Con un pequeño grito ahogado, comenzó a moverse, intentando bajarse de la cama. Max lo tomó suavemente de la cintura antes de que pudiera caer.

-No tan rápido, pequeñín. No puedes escapar así de fácil -dijo Max, esforzándose por contener el agotamiento que se filtraba en su voz.

Patricio se retorció entre sus brazos, y Max no pudo evitar sonreír ante el parecido que tenía con él. -Tú eres como yo de pequeño, ¿verdad? Terco como una mula -. Se giró hacía Sergio, que observaba la escena con cansancio y ternura en sus ojos.

-Si tan solo Patricio tuviera un poco de tu paciencia... -bromeó Max, aunque sabía que Sergio también estaba al límite.

Con un suspiro, Sergio se acercó hasta donde estaban Max y Patricio. -Bueno, no sé si llamarlo paciencia... Llevo dos horas tratando de que Paty se duerma, y apenas lo consigo. -. La pequeña ahora mucho más calmada, seguía apoyada contra el pecho de Sergio, con los ojos cerrándose lentamente mientras él la mecía.

-¿Crees que dormirá por fin? -preguntó Max, su voz reflejando una ligera esperanza.

Sergio asintió, con una sonrisa pequeña pero cansada. -Tal vez sí. Pero tú deberías ver qué haces con Pato antes de que intente huir de nuevo.

Max miró a su hijo, que ya estaba comenzando a relajarse un poco en sus brazos. -Tú y yo, amigo, necesitamos hablar seriamente sobre estas rabietas.

Sergio rió suavemente, acomodando a Patricia en su cuna improvisada al lado de la cama. -Quizás necesita jugar más en la tarde para cansarse más...

Max negó con la cabeza, aunque la idea le sonaba tentadora. -Tal vez, pero honestamente, no sé de dónde saca tanta energía. Yo estoy agotado.

Sergio le puso una mano en el hombro, en un gesto de apoyo. -Es parte del paquete, Max. Sabíamos que esto no iba a ser fácil, pero... -hizo una pausa y miró a los mellizos. -Vale la pena.

Max sonrió, dejando que las palabras de Sergio le recordaran el porqué de todo. La vida que habían construido juntos, la familia que ahora formaban; incluso en noches como esta, donde el cansancio y la preocupación pesaban más que cualquier otra cosa, el amor por sus hijos lo mantenía en pie.

De repente, Pato dejó escapar un pequeño bostezo y apoyó su cabecita en el hombro de Max. El niño finalmente parecía estar cediendo al sueño. Max se permitió exhalar aliviado. -Creo que por fin se rindió...

Patitos (Chestappen)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora