Capítulo 22

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El sol comenzaba a descender por el horizonte, pintando el cielo de tonos naranjas y violetas, mientras Max caminaba de un lado a otro en el pórtico de la casa. La suave brisa de la tarde acariciaba su rostro, pero su mente estaba ocupada en un torbellino de pensamientos. Se agarraba el cabello, como si cada mechón pudiera ayudarlo a encontrar las palabras correctas para explicar su incredulidad.

-No puedo creer que digas eso, Checo -exclamó Max, sacudiendo la cabeza-. ¿Un gallo? ¿En cada casa de México? Eso suena... demasiado exagerado.

Sergio se apoyó en la baranda del pórtico, su risa generando un ligero eco en el pórtico. Sus ojos brillaban con diversión, disfrutando de la incredulidad de su esposo.

-Te lo juro... El gallo mexicano es casi como un miembro mas de la familia. Es como un perro, pero con plumas -respondió Checo, haciendo gestos exagerados con las manos, imitando el canto del gallo con una risa contagiosa.

Max se detuvo, frunciendo el ceño mientras procesaba lo que había escuchado.

-Pero, no creo que todo México sea rural y pobre. Hay ciudades grandes, modernas...

Al pronunciar esas palabras, una chispa de enojo se encendió en los ojos de Checo. Se enderezó, con una expresión seria.

-¿Que dijiste? ¡Eso es prejuicioso, Max! -. Lo interrumpió, el fuego de su voz llenando el espacio entre ellos. -No todo México es pobre, y ser rural no es algo malo. La cultura, la tradición, son cosas que se valoran.

Max sintió una punzada de remordimiento al ver la intensidad de la reacción de Checo. Sabía que había cruzado una línea, pero no fue intencional.

-Está bien, entiendo -dijo finalmente, su voz más suave-. Lo siento, no quise ofender.

Pero Checo, aún dolido, decidió hacerle pasar un pequeño mal rato. Cruzó los brazos y giró la cabeza, ignorando a Max deliberadamente. Una pequeña sonrisa se dibujó en sus labios; adoraba ver a Max rogar por su atención, especialmente después de haber dicho algo tan insensible.

Max, confundido por la repentina frialdad de Checo, se acercó un poco más, buscando su mirada.

-Vamos, Checo, no puedes estar enojado por eso -insistió, con una pisca de frustración y súplica en su tono-. Solo estaba bromeando, sabes que te amo a ti, y a tu cultura también.

Checo mantuvo la mirada fija en el horizonte, disfrutando del espectáculo que estaba dando su esposo, con sus gestos nerviosos y su tono de voz ansioso.

-A veces no sabes cuándo callarte, Max -exclamó, sin poder evitar que una risa burlona escapará de sus labios-. A veces creo que piensas que todo lo que no es Europa es inferior.

Max se detuvo en seco, abriendo los ojos con sorpresa.

-¡No! ¡Para nada! Estoy aquí, ¿No? -protestó, incapaz de ocultar su frustración-. Solo... Solo quiero entenderte.

-Aja, claro... -respondió Checo, girándose finalmente hacía él-. Y yo quiero que entiendas que hay belleza en lo que somos, de donde venimos. No todo lo que ves en las redes sociales o en la televisión es real. Todo, absolutamente todo, tiene cosas buenas y malas.

Max sintió cómo la tensión comenzaba a desvanecerse. El fuego en la mirada de Checo se atenuó un poco, y se acercó para tomar la mano de su esposo.

-Tienes razón. Me disculpó -dijo, mirándolo a los ojos con sinceridad-. No debí haber hecho ese comentario.

Checo, aún un poco a la defensiva, lo miró con una mezcla de cariño y desafío.

-Eso espero -dijo, levantando una ceja, disfrutando del pequeño juego entre ambos.

-Prometo que seré mejor -respondió Max, esta vez con una sonrisa genuina. Checo no pudo resistirse y una chispa de complicidad brilló en sus ojos.

Patitos (Chestappen)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora