festejó

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Pasaron los días y, como prometieron ambos, sus abusos no fueron tan constantes como antes. Aún había algún que otro grito o golpe, pero instantáneamente paraban cuando se daban cuenta de lo que hacían. Stanley era el más amable; incluso me traía dulces o me daba algún regalo cuando se le pasaba la mano. Una vez incluso me dejó acompañarlo a la tienda.

Ya teníamos todo listo para el portal; solo faltaba acabar con la anomalía antigravitacional. Cada vez que lo ensendíamos, creíamos que ya lo habíamos arreglado, y lo ensendimos cuando aún había personas en la cabaña del misterio.

Cómo resultado, Stanley abrió la puerta después de despedir a todos los turistas y cerrar la cabaña. -¡Los dos! A la cocina -ordenó a gritos, y los dos lo seguimos. No hubo muchos daños, pues habíamos adaptado toda la cabaña a nuestros experimentos nocturnos, pero ahora había personas; eso definitivamente nos metería en problemas.

Cuando llegamos a la cocina, me quedé apartado de los dos. Aunque habían cambiado sus actitudes, no significa que confíe en ellos. Constantemente tengo la guardia arriba, y este momento es el ejemplo. Me quedé mirando al piso, haciéndome pequeño, esperando algún grito, pero en vez de eso, escuché un golpe en la mesa que me hizo resaltar antes de mirar un fajo de billetes.

-Son 300 -dijo-. Tienen suerte de que los turistas son ingenuos. Les hice creer que era una prueba de una nueva atracción. Aún no logran que esa cosa deje de hacer que todo flote. Llevan meses con eso -nos recordó a ambos, haciendo que suspiráramos y yo bajara la guardia. No parecía haber agresividad, solo un ambiente de negocios.

-No lo arreglen -dijo Ford, desconcertado-. ¿Cómo que no lo arreglamos?

-Los turistas son ingenuos y pagarían lo que fuera por flotar en el aire -respondió Stanley-. Pondré unos ventiladores por si hay curiosos, y ustedes podrán tener el portal abierto por horas.

Ford no se veía convencido; no le gustaba la idea de tener un horario para su portal ni tener que mentir, pero 300 en una hora... No tendría que estar solo de noche por una hora o dos, y mantener el portal era bastante caro.

-Denme unos días para hacer publicidad -comentó Stanley, entusiasmado-, pero sin duda, ganaremos mucho con esto.

Podría jurar que sus ojos tenían billetes dentro de tanto éxtasis, y este se lo contagió a Ford, quien puso más dinero sobre la mesa.

-Es el dinero que querías para tu espectrómetro -dijo Stanley.

-Espectrofotómetro -corrigió Ford-, pero gracias, Stanley -habló también contento, para tomar el dinero y abrazarse.

-Esto hay que festejarlo -dijo Ford, sacando una botella de alcohol de la repisa. Se sentaron a brindar y reír, una escena muy tierna para cualquiera, menos para mí.

En cuanto comenzaron a beber, me fui a esconder en algún lugar; sabía lo que vendría para mí y no me gustaba. Antes de poder escapar, Stanley me agarró de los hombros y me obligó a sentarme junto a ellos.

-No te vas; tú repartes -me indicó, dándome las cartas con las que iban a jugar. Yo solo asentí y comencé a repartir, mientras Stanford servía un tercer vaso de alcohol y me lo daba a beber.

Tenía un sabor fuerte y amargo, pero a la vez bueno. Solo me dejé llevar esa noche, seguí repartiendo las cartas, ignorando la mano que estaba apoyada en mi pierna.

Un trato es un trato (AU Reverse falls)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora