Primera escapada

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Seraphina

El tintineo de los cubiertos contra los platos y el murmullo suave de las conversaciones a nuestro alrededor me parecían casi irreales. Después de tantos años evitando este tipo de situaciones, sentarme en un restaurante elegante con el vizconde Anthony Bridgerton me parecía algo sacado de un sueño, uno que ni siquiera me había atrevido a imaginar. Pero ahí estábamos, compartiendo una cena.

—Mis padres me matarán, voy a llegar tardísimo, Anthony —dije, con una sonrisa que no pude ocultar. Era cierto, y me preocupaba un poco, pero en ese momento, el placer de estar fuera, de ser yo misma por una vez, era más fuerte que cualquier preocupación.

Anthony rió, esa risa baja y cálida que comenzaba a reconocer, casi a anticipar. Era el tipo de risa que hacía que mi corazón diera un vuelco, aunque intentara convencerme de que no debía prestarle atención.

—Dudo mucho que tus padres te maten, Seraphina —dijo, apoyándose un poco hacia adelante, sus ojos fijos en mí, con esa intensidad que había comenzado a notar más a menudo—. Y si lo intentan, haré mi mejor esfuerzo para salvarte. Después de todo, ¿qué clase de amigo sería si te dejara en apuros?

Esa palabra, "amigo", resonó en mí de una manera extraña. Por un lado, me sentía aliviada. ¿No era esto lo que siempre había querido? Tener un amigo, alguien que me viera más allá de mi cicatriz y mi velo, alguien que no se alejara. Pero por otro lado, había algo más, algo que no quería admitir ni a mí misma.

Lo observé mientras tomaba un sorbo de vino, sus ojos brillando bajo la luz suave de las velas. Me di cuenta de que conocía sus gestos, sus expresiones, su forma de ser. Y me gustaba. Más de lo que debería. Pero no podía permitirme sentir nada más. No con él.

—¿Siempre te escabulles así de las convenciones sociales? —le pregunté, con un tono ligero pero no sin cierta curiosidad real—. ¿O solo has decidido que soy lo suficientemente peculiar como para merecer un poco de libertad?

Anthony sonrió, sus ojos brillando con una chispa traviesa que no había visto antes.

—Digamos que... —Hizo una pausa, como si estuviera buscando la manera correcta de responder—. No suelo escaparme así. Pero algo en ti me hace querer romper algunas reglas.

Sentí que el calor subía a mis mejillas. No estaba acostumbrada a este tipo de halagos, y menos viniendo de alguien como él. Alguien que podía tener a cualquier mujer que deseara. No a mí, pensé. Yo era... diferente. Y, aunque me decía que lo aceptaba, parte de mí anhelaba algo más, aunque fuera irracional.

—¿Romper reglas? —Me reí, intentando desviar la tensión creciente—. Pensaba que eras el perfecto caballero, vizconde Bridgerton.

Él se encogió de hombros, fingiendo una inocencia que no le creía del todo.

—A veces, romper las reglas es lo único que hace que la vida sea interesante. Aunque... —Se inclinó ligeramente hacia adelante, sus ojos fijos en los míos—. Supongo que no esperaba que me encontraría cenando con alguien que me haría cuestionar tantas cosas en tan poco tiempo.

Mis manos se tensaron en mi regazo. ¿Qué estaba insinuando? Cada vez que decía algo así, mi mente comenzaba a divagar. No podía evitarlo. Pero luego recordaba quién era yo. Una joven con una cicatriz que me marcaba de por vida, que llevaba un velo porque el mundo no quería ver lo que yo escondía. Y Anthony Bridgerton, por más amable que fuera, seguía siendo un vizconde. Y yo... ¿qué era yo, sino alguien que debía agradecer simplemente tener su amistad?

—Anthony, soy consciente de cómo me ve el mundo. Y sé que probablemente tú también... —empecé, pero él alzó una mano, deteniéndome.

—Seraphina —dijo, su voz suave pero firme—, no eres lo que el mundo dice que eres. Eres mucho más. Y no necesito ver más allá de ese velo para saberlo.

Sus palabras me atravesaron, golpeando directamente en ese lugar que siempre había protegido, que siempre había tratado de enterrar bajo capas de indiferencia. Pero era imposible no sentir. Era imposible no querer sentir algo más.

Me apoyé un poco en la silla, intentando recuperar el control de mis emociones. Había pasado años encerrada en mi habitación, evitando el mundo, convencida de que la cicatriz en mi rostro era mi destino. Y ahora, aquí estaba, cenando con alguien que me hacía cuestionar todo eso. ¿Debía sentirme feliz? ¿O asustada?

—Así que... ¿una amistad? —pregunté cambiando de tema, con una sonrisa suave, mientras jugueteaba con la copa frente a mí. No lo decía con tono desafiante, sino con un toque de curiosidad—. Dime, vizconde Bridgerton, ¿qué esperas de una amiga?

Lo vi levantar las cejas, claramente sorprendido por la pregunta. Me hacía gracia verlo así, descolocado por una simple palabra. Amistad. ¿Acaso esperaba que me conformara con esa vaga definición sin preguntarle más?

—Bueno... —empezó, con ese aire de inseguridad que rara vez mostraba—. Supongo que lo que cualquier persona esperaría de un amigo.

—¿Y qué sería eso? —insistí, disfrutando de ese ligero tira y afloja. Me estaba divirtiendo, algo que no solía sucederme con frecuencia. Quizás era el ambiente, relajado y cálido, o tal vez era que me encontraba con alguien que no se andaba con rodeos, o al menos, intentaba no hacerlo.

Anthony suspiró, apoyando los codos en la mesa y mirándome con una mezcla de curiosidad y cautela.

—Supongo que alguien con quien poder hablar, alguien que no juzgue cada paso que doy... —dijo, y noté cómo su expresión cambiaba, más pensativa, más sincera—. Alguien que pueda decirme cuando estoy siendo un idiota.

Reí suavemente ante su comentario, imaginando a un Anthony Bridgerton rodeado de personas que nunca se atreverían a decirle algo así. Era cierto, conmigo no tendría ese problema.

—Eso suena bastante justo —respondí, mientras le daba un sorbo a mi bebida—. Aunque, debo advertirte, no soy muy buena guardándome lo que pienso.

—Eso ya lo he notado, Seraphina —me dijo, y esta vez fue él quien sonrió. Su tono era más relajado, casi juguetón—. Y lo aprecio.

El ambiente entre nosotros cambió sutilmente. No era la tensión incómoda que había temido al principio, sino algo más ligero, como si hubiéramos decidido bajar las barreras, al menos un poco. Disfrutaba de su compañía de una manera inesperada, sin sentirme observada o juzgada. A su lado, por primera vez en mucho tiempo, me sentía... libre.

—Mis padres me matarán —dije de repente, sonriendo mientras dejaba la copa en la mesa—. Llegaré tardísimo a casa.

—¿Estás preocupada? —preguntó Anthony, inclinándose un poco hacia mí, claramente interesado en lo que decía.

—No mucho —respondí, sacudiendo la cabeza—. En realidad, estoy disfrutando demasiado de estar aquí. No suelo salir a cenar, ya sabes. Esto es... un cambio agradable.

Anthony me miró por un segundo más, y vi cómo esa chispa en sus ojos se intensificaba. No era exactamente enamoramiento, pero sí una conexión creciente. Algo que ambos reconocíamos pero no nombrábamos.

—Es bueno salir de vez en cuando, ¿no? —dijo, su tono suave, casi como si estuviera hablando más para sí mismo que para mí.

Sonreí ante su comentario. Sabía que estaba en lo cierto, pero para mí, salir no era tan sencillo. La sociedad, la gente, las miradas... todo lo complicaba. Y, sin embargo, aquí estaba, sentada frente a él, en un lugar público, y no me sentía atrapada por las opiniones de los demás. Era casi como si el velo, esa barrera entre el mundo y yo, se volviera más tenue en su presencia.

—Lo es —admití, tomando una bocanada de aire y dejándome llevar por ese pequeño momento de normalidad, algo tan simple como cenar fuera, algo que había sido un lujo para mí durante años.

No sabía si Anthony se daba cuenta de lo que esto significaba para mí. Pero lo que sí sabía era que, en ese preciso instante, sentí una chispa de algo que iba más allá de la amistad. ¿Quería algo más? No estaba segura. Pero lo que estaba claro es que, por primera vez en mucho tiempo, estaba feliz.

PAUSADA: La dama enmascarada (Anthony Bridgerton)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora