Proposición

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Seraphina

El aire frío de la noche me envolvía mientras intentaba calmar la agitación dentro de mí. Mi pecho se sentía oprimido, como si la tensión del salón hubiera sido demasiado para soportar. Me apoyé en la barandilla, mirando hacia el jardín oscuro, intentando encontrar consuelo en el silencio. Sabía que esto pasaría, como siempre pasa. Las palabras de Lord Hardwick, la burla constante, el juicio de todos. No era nada nuevo. Pero a pesar de los años, nunca dejaban de doler. Nunca.

Y entonces lo escuché, acercándose detrás de mí. Anthony Bridgerton. No había esperado que me siguiera, pero ahí estaba, justo a mi lado, con el rostro sereno pero con una preocupación evidente en sus ojos. Me sorprendió. Hombres como él no suelen interesarse por mujeres como yo, no de verdad. ¿Qué pretendía?

—Seraphina —susurró, su voz cálida, casi reconfortante, aunque no quise admitirlo.

No me volví hacia él, pero le escuché. Me dijo que no pensaba irse, que quería saber si estaba bien. ¿Cómo iba a estar bien después de lo que acababa de suceder? Había escuchado las mismas palabras, la misma maldita broma, cientos de veces. A veces más sutil, otras no tanto, pero siempre estaban ahí, acechando, recordándome mi lugar en este mundo de sonrisas perfectas y apariencias inmaculadas.

Mi risa amarga salió antes de que pudiera detenerla.

—¿Bien? No tienes que preocuparte por mí, Bridgerton. He oído cosas peores, créeme.

La frialdad de mis palabras era un escudo. No quería dejar que viera cuánto me había afectado realmente, cuánto me dolía que el mundo siguiera mirándome con lástima o desprecio. Lo último que necesitaba era su compasión.

—Eso no lo hace justo —respondió él, y había algo en su tono que me hizo mirarlo de reojo. Estaba a mi lado, apoyado en la barandilla, con una expresión que no esperaba. Seria, casi dolida. No por mí, sino por lo que había pasado. Como si realmente creyera que yo no merecía todo esto.

Mis ojos, aún ocultos tras el velo, lo examinaron con más detenimiento. ¿Por qué estaba haciendo esto? ¿Por qué él, de todos los hombres del salón, se había quedado para intentar consolarme? Mi instinto me decía que no debía confiar en él. No podía. Anthony Bridgerton tenía la reputación de ser el noble perfecto, el mayor de los Bridgerton, siempre responsable, siempre haciendo lo correcto. Tal vez eso era todo. Tal vez solo estaba haciendo lo que creía que debía hacer, como parte de su papel.

¿Realmente le importaba? ¿O solo quería quedar como el caballero intachable, salvando a la "dama maldita" para que el resto del mundo lo viera como el héroe?

No podía evitar preguntármelo.

Pero antes de que pudiera rechazarlo del todo, sus palabras me tomaron por sorpresa.

—¿Te gustaría venir mañana a mi residencia? —preguntó, su tono directo pero suave—. A tomar el té, o quizá a pasear por los jardines.

Lo miré, perpleja. No entendía nada. ¿Por qué me estaba invitando? ¿Acaso esto era parte de su plan para aparentar ser el perfecto anfitrión, la persona que podría mostrar a todos que incluso alguien como yo merecía su caridad?

No, no podía aceptar una invitación así. No quería ser el proyecto de nadie, la pobre dama marcada que el noble Anthony Bridgerton decidió "rescatar". No quería ser la fuente de su virtud o su demostración de generosidad.

—No quiero tu lástima, Anthony —dije, girándome finalmente hacia él, mi voz baja pero firme—. Si es eso lo que pretendes con esta invitación, prefiero ahorrarte el esfuerzo.

Su rostro cambió al escuchar mis palabras. Por un momento, pensé que se ofendería, que se retiraría con la misma rapidez con la que había llegado. Pero no lo hizo. En lugar de eso, sus ojos buscaron los míos, incluso a través del velo que seguía cubriéndome, como si intentara encontrar algo más allá de mi desconfianza.

—No es lástima, Seraphina —dijo en voz baja—. Te lo aseguro.

Me quedé en silencio, estudiando su rostro. La forma en que dijo esas palabras, tan seguro de sí mismo, pero sin rastro de condescendencia. No era la primera vez que alguien me ofrecía su simpatía o intentaba hacerse el magnánimo, pero había algo en su voz, en su mirada, que no se sentía como lástima.

—Entonces, ¿qué es? —pregunté, manteniendo mi tono firme, aunque dentro de mí, la duda empezaba a crecer. No quería parecer vulnerable, no delante de él, ni de nadie. Pero necesitaba saberlo. Necesitaba entender.

Anthony suspiró y se apartó de la barandilla, dándome la cara por completo. Su mirada se fijó en la mía, y por un momento, sentí que realmente estaba viendo más allá del velo, más allá de la cicatriz, como si la mujer que él estuviera mirando no fuera la que todos los demás habían decidido ver.

—Es curiosidad —confesó, con una honestidad que me sorprendió—. Y algo más. No sé lo que es, pero lo que sí sé es que no es lástima. Es... intriga. Quiero conocerte, Seraphina. No a la "dama maldita", ni a la mujer que el resto del mundo ha decidido que eres. A ti.

Mi corazón dio un vuelco, y odié que lo hiciera. Quería mantener mi distancia, seguir con mi muro levantado, pero las palabras de Anthony comenzaron a desmoronar lentamente la barrera que tanto me había costado construir.

Quería conocerme. Esa frase resonó en mi mente, más de lo que me gustaría admitir. Nadie, en todos estos años, había mostrado el más mínimo interés en conocer quién era realmente. Siempre era la cicatriz, el encaje, los rumores, las historias. Nunca yo.

Y, aun así, algo dentro de mí no podía dejar de dudar.

—¿Por qué? —insistí, incapaz de soltar esa desconfianza que me había acompañado toda la vida—. ¿Por qué de repente te interesa quién soy?

Anthony no respondió de inmediato, pero tampoco apartó la mirada. La intensidad de sus ojos me desconcertaba; me sentía vulnerable, pero de una manera diferente. No era el tipo de vulnerabilidad que venía con el miedo a ser herida, sino la sensación de que tal vez alguien estaba dispuesto a ver más allá, a desafiar lo que todos los demás pensaban.

—Porque eres diferente a todos los que están aquí dentro —dijo finalmente, su voz suave, pero decidida—. Porque, a pesar de lo que todos digan, hay algo en ti que... que me atrae. No puedo explicarlo, pero no quiero ignorarlo tampoco.

No supe qué decir. Estaba confundida, y ese pequeño rincón de mi corazón que había mantenido cerrado durante tanto tiempo, donde guardaba todas mis inseguridades, estaba empezando a abrirse.

—No tienes que decidir ahora —añadió, dando un paso hacia atrás, como si me diera espacio para respirar—. Pero la invitación sigue en pie. Mañana, si lo deseas. Y si no... entenderé.

Me miró una vez más, esperando alguna respuesta de mi parte. Sentí mi garganta tensarse. Quería decirle algo, algo que fuera definitivo, que dejara clara mi posición, pero todo lo que logré fue quedarme en silencio.

Finalmente, Anthony inclinó la cabeza ligeramente, como una señal de respeto, y comenzó a caminar hacia las puertas que llevaban de vuelta al salón. Lo observé irse, su figura desapareciendo entre las sombras, y me quedé sola bajo la luz de la luna.

Las palabras seguían dando vueltas en mi cabeza. No era lástima, decía. Quería conocerme. ¿Y si realmente lo decía en serio? ¿Y si, por alguna razón inexplicable, había visto algo en mí que nadie más había visto?

Mis dedos se aferraron a la barandilla, intentando contener la mezcla de emociones que me invadía. Podía sentir el corazón latiendo fuerte en mi pecho, una mezcla de incredulidad, esperanza y temor.

Pero, al final, ¿qué tenía que perder?

PAUSADA: La dama enmascarada (Anthony Bridgerton)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora