Seraphina
Cuando llegué a casa, sentí que las paredes del salón se cerraban sobre mí. Todo estaba en silencio, pero mi mente seguía atrapada en el jardín de los Bridgerton. Las palabras de Anthony resonaban en mi cabeza, rebotando de un lado a otro hasta que se distorsionaban, hasta que tomaban una forma cruel y burlona.
Cerré los ojos con fuerza. Era absurdo pensar que hablaba en serio. Me sentía ridícula. Anthony Bridgerton, el hombre que podía tener a quien quisiera, hablaba de mí como si fuera especial, pero no lo era. No en el buen sentido. En su mirada, aunque quisiera disfrazarla de empatía, vi el mismo destello de rechazo que había visto tantas veces antes en otros. Y por un instante, vi algo peor: un rastro de asco, apenas perceptible, pero suficiente para hacerme desmoronar por dentro.
Me senté frente al espejo, ese objeto que más odiaba en el mundo. El velo descansaba a mi lado, arrugado y tocado por la brisa del jardín. Lo observé durante un largo segundo, como si el simple hecho de mirarlo me diera respuestas que no sabía cómo formular. Lentamente, mis dedos trazaron el contorno de la cicatriz en mi rostro. La piel era rugosa, marcada para siempre, como un recordatorio cruel que arrastraba desde niña.
"Y veo a alguien que merece ser feliz."
¿Qué sabía él de felicidad? ¿Qué sabía él de lo que es vivir bajo un velo, tanto literal como figurativamente? Anthony no me veía, no de verdad. Me veía como un acto de caridad, una oportunidad para demostrar su caballerosidad, disfrazando condescendencia de preocupación.
El dolor en mi pecho creció, un nudo familiar de rabia y tristeza que me quemaba cada vez que alguien trataba de hacerme sentir "mejor". Como si con una sola frase pudieran borrar años de miradas desdeñosas, cuchicheos y rechazo.
Desde la otra habitación, mi padre me llamó suavemente. Lo escuché, pero no respondí. Él era el único que nunca me miraba con lástima, pero ni siquiera su amor podía salvarme de esta prisión interna. Y menos aún Anthony Bridgerton, con todas sus bonitas palabras y su sonrisa.
"No sé quién será el hombre que lo hará..."
Esa frase me golpeó con fuerza. Claramente, no sería él. No lo dijo, pero lo vi en sus ojos. Vi la forma en que su mirada titubeó sobre mi cicatriz. Incluso él me veía como una carga... Me di cuenta de que su sonrisa, sus palabras supuestamente reconfortantes, no eran más que una máscara. Él también estaba atrapado en las expectativas de esta maldita sociedad.
No, Anthony Bridgerton no era el hombre que me salvaría. Nadie lo sería. Estaba destinada a caminar sola, a soportar las risas de Ophelia y las bromas mordaces de mi madre, a enfrentar las miradas incómodas de los hombres que no podían mantener sus ojos en mí por más de un segundo.
Me levanté y caminé hacia la ventana, mirando el jardín oscuro y vacío. La luna bañaba las copas de los árboles con su luz, creando sombras que se alargaban como fantasmas. ¿Cómo se supone que encontraría felicidad en un mundo que me rechazaba?
Sabía la respuesta. No la encontraría. Y si algún hombre alguna vez me miraba realmente, sería porque no tendría otra opción, porque para alguien como yo no había futuro en esta sociedad.
Respiré hondo y me aparté de la ventana. Nadie vendría a salvarme. Y si Anthony Bridgerton, con toda su nobleza y encanto, no podía soportar la verdad de quien era, entonces no había esperanza para que otro lo hiciera.
Volví al espejo y decidí que, al menos por esta noche, no dejaría que mi reflejo me derrotara.
A la mañana siguiente, me senté en la mesa del desayuno, removiendo mi té sin cesar. Mi humor era tan amargo como el licor oscuro en la taza. La escena de la noche anterior seguía repitiéndose en mi cabeza: las palabras de Anthony, esa maldita broma sobre casarse en diez años si no encontraba a nadie más. Como si fuera una opción de último recurso. Como si yo fuera una causa perdida.
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PAUSADA: La dama enmascarada (Anthony Bridgerton)
Fiksi PenggemarSeraphina Bennet, oculta tras un velo y marcada por su pasado, despierta el interés del vizconde Anthony Bridgerton, el único hombre que se atreve a sostener su mirada. A medida que su conexión se profundiza, ambos desafían las normas sociales y des...