Primera decisión

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Anthony

Mientras pronunciaba esas palabras, "No te temo, Seraphina," mis ojos, casi por instinto, comenzaron a recorrer su rostro, buscando algo más allá de la frialdad que había sentido en su mirada antes de este encuentro.

Lo primero que noté fueron sus ojos.

Eran enormes, de un verde profundo, casi hipnótico, que parecía atraparme más de lo que estaba dispuesto a admitir. A través del velo que cubría parte de su rostro, sus ojos eran lo más visible, lo más real, como si el resto de ella se difuminara en la niebla del misterio. No eran ojos de alguien que había aceptado la derrota ni la soledad a la que los demás la condenaban; no, había algo en ellos que irradiaba vida, una determinación que me hacía sentir aún más incómodo. No porque fueran intimidantes, sino porque no había esperado encontrar una chispa tan intensa bajo todo el velo de rumores que la envolvía.

Y entonces, mis ojos bajaron ligeramente. Aunque el velo cubría gran parte de su rostro, la línea de su nariz quedaba insinuada bajo la fina tela. Era perfecta, respingada de una forma casi delicada. Podía imaginar cómo sería sin el encaje: elegante, con ese toque aristocrático que no la hacía menos humana, sino más misteriosa, como si esa nariz contara la historia de quien alguna vez pudo haber sido una de las mujeres más bellas de la temporada, si no fuera por la cicatriz.

Pero era su cintura lo que me desconcertaba aún más. La tenía cogida con mi mano, en un gesto que había repetido incontables veces con otras damas, pero esta vez era diferente. Sus formas eran tan delicadas como las de cualquier otra mujer, pero a la vez, sentía una fortaleza en ella, como si bajo la suavidad de su vestido hubiera una firmeza que no había en otras. Esa misma fortaleza que la había llevado a cruzar el salón y pedirme este baile a pesar de todo. Mi mano rodeaba su cintura con un nerviosismo que no lograba esconder. Era imposible no notar su figura delgada, perfectamente ajustada a la línea de su vestido, pero lo que más me hacía sentir intranquilo era lo que representaba.

Mientras mis dedos descansaban allí, sobre su cuerpo, sentía que sostenía algo más que una simple figura femenina. Era como si su cintura, tan aparentemente frágil, representara toda la resistencia que ella había desarrollado a lo largo de los años. A pesar de todo, se mantenía firme, erguida, desafiando el juicio de todos.

En ese momento, el salón dejó de importar. Ya no escuchaba los murmullos a nuestro alrededor, ni sentía las miradas clavadas en nosotros. Solo podía concentrarme en ella: en sus ojos verdes que parecían explorar mi alma, en su delicada nariz insinuada bajo el velo, en la sensación de su cintura bajo mi mano, que ahora me hacía sentir más vulnerable de lo que nunca me había sentido en ningún salón de baile.

¿Y ahora qué? Me pregunté a mí mismo mientras continuábamos girando suavemente al compás de la música. Seraphina me había atrapado en un juego que no estaba preparado para jugar. Y lo peor de todo es que, mientras más la observaba, mientras más notaba cada pequeño detalle de su rostro y su cuerpo, más sentía que la respuesta a su pregunta —si la temía— se volvía ambigua.

Tal vez no era ella a quien temía, sino lo que despertaba en mí.

A medida que avanzábamos en el baile, el peso de las palabras de Seraphina todavía colgaba en el aire entre nosotros. Mi mente seguía buscando una respuesta adecuada, algo que dijera más de lo que había sido capaz de articular antes. Pero cuanto más la observaba, cuanto más me concentraba en el roce de su mano contra la mía, en la firmeza de su cintura bajo mis dedos, más consciente era de que tal vez las palabras no serían suficientes.

—¿Por qué lo hiciste? —pregunté finalmente, mi voz apenas un susurro mientras girábamos en el centro del salón.

—¿Hacer qué? —respondió ella, su tono calmado pero lleno de una quieta expectación.

PAUSADA: La dama enmascarada (Anthony Bridgerton)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora