22.2 George Russell

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George apretó los puños, mirando la expresión calmada pero dominante de Oliver. Sabía que no podía hacer nada. Sabía que no era su lugar. Y, peor aún, sabía que Oliver tenía razón. Había dejado ir a Jaz, y ahora estaba pagando el precio.

—Espero que seas feliz, Jaz —dijo George finalmente, su voz apenas audible.

Sin mirar atrás, se alejó, sintiendo el peso de la derrota aplastándolo mientras se desvanecía entre la multitud, dejando atrás al único amor que realmente había importado en su vida.

Después de alejarse, George salió del salón, buscando el aire fresco que le ayudara a aclarar su mente. Las luces de la ciudad brillaban en la distancia, pero para él, todo parecía borroso. El frío de la noche golpeaba su rostro mientras caminaba sin rumbo, tratando de procesar lo que acababa de suceder.

Había perdido a Jaz. La mujer que nunca había olvidado, a la que había dejado ir por lo que en su momento pensó que era lo correcto. Todo el éxito en su carrera, los títulos y los trofeos, no podían llenar el vacío que ella había dejado en su vida.

Pero mientras caminaba, una verdad ineludible se apoderó de él: era tarde. Jaz había encontrado la felicidad con otra persona, y él ya no era parte de su vida. Intentar luchar por ella ahora no solo era egoísta, sino que también la haría sufrir innecesariamente. Jaz merecía ser feliz, y aunque le doliera admitirlo, Oliver parecía ser el hombre que la hacía sentir segura, amada y valorada.

George se detuvo frente a un parque iluminado por farolas, observando cómo las hojas caían lentamente con la brisa nocturna. De alguna manera, en ese momento, comprendió que había algo más poderoso que luchar por recuperar a Jaz: dejarla ir de verdad. Si realmente la amaba, tenía que desearle la felicidad, aunque no fuera con él.

Esa noche, después de regresar a su hotel, George escribió una carta. No era para entregarla, sino para él mismo, para liberar todo lo que llevaba guardado durante años. En ella le decía a Jaz lo mucho que lamentaba haberla dejado, cómo cada día que pasaba sentía el vacío de su ausencia y cómo había sido un cobarde al no luchar por ella en su momento. Pero también reconocía que ella había encontrado a alguien que la hacía feliz, y que aunque siempre la amaría, sabía que lo mejor era desearle lo mejor en su nueva vida con Oliver.

Los meses pasaron. La temporada de Fórmula 1 avanzaba a su ritmo frenético, y George se refugiaba en el trabajo, en las pistas, en los viajes interminables. Las entrevistas, las carreras, y las sesiones de entrenamiento se convirtieron en su manera de escapar, hasta que un día, mientras estaba en un evento benéfico en Londres, algo inesperado ocurrió.

Era una tarde tranquila. El evento, lleno de figuras del deporte y de la sociedad, tenía un aire relajado, y George se encontraba tomando un respiro después de una larga semana de competición. Se retiró a una zona más tranquila del lugar, lejos del bullicio, cuando una voz suave lo sacó de sus pensamientos.

—¿Te importaría si me uno? —preguntó una joven, con una sonrisa cálida en los labios.

George levantó la mirada y la vio. Era alta, con una cabellera castaña que caía en ondas suaves sobre sus hombros, y unos ojos verdes que parecían brillar bajo las luces del salón. Llevaba un vestido elegante, pero sencillo, y en su mirada había una chispa de curiosidad.

—Claro, siéntate —respondió George, sorprendido de lo natural que salió la invitación de sus labios.

—Me llamo Ania —dijo la chica mientras se sentaba a su lado—. Creo que te he visto en algún lugar antes, pero no soy muy buena recordando nombres.

George soltó una leve risa.

—Soy George. Piloto de Fórmula 1 —añadió, aunque sin mucha pretensión.

One Shots F1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora