Ride

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Mia

Observo a Alex subirse a su moto, poniéndose el casco con esa expresión de suficiencia que me da ganas de rodar los ojos hasta que me duelan. Justo cuando me dispongo a hacer lo mismo —irme y no volver a cruzar palabra con él en lo que queda de mi existencia—, recuerdo que no tengo cómo regresar a casa. Saco mi celular y marco el número de mi madre, tratando de mantener la calma. El tono suena y suena... pero nadie responde. Me muerdo el labio, frustrada. Lo intento una vez más, y nada. Genial.

—¿Problemas, Clair? —pregunta Alex, claramente divirtiéndose con mi miseria. Su tono es tan burlón que hace que mis dedos se tensen alrededor del celular.

—Mi mamá no contesta —respondo con un suspiro de fastidio, colgando la llamada con más fuerza de la necesaria—. Justo cuando la necesito.

Veo cómo Alex sonríe, y, como si el destino conspirara contra mí, él señala su moto con la cabeza.

—¿Te llevo? —dice, pero no es una oferta; es más bien un desafío.

Lo miro, escéptica. Mi primera reacción es negarme, pero la realidad me golpea: está a punto de llover, y parece que la madre naturaleza y Alex se han puesto de acuerdo para complicarme el día. Me encojo de hombros con resignación.

—¿De verdad? ¿Me llevarías? —pregunto, sin molestia en ocultar mi incredulidad.

—Claro —contesta con una sonrisa triunfante—. Pero cobro en agradecimientos efusivos y exagerados.

—Oh, claro. Lo que me faltaba —digo, sarcástica—. Subirme a tu moto y encima tener que agradecerte como si estuvieras haciendo una obra de caridad.

Él se inclina ligeramente hacia mí, acercándose con esa mirada que hace que mi irritación suba otro nivel.

—Vamos, Clair. No te haré prometerme nada... por ahora —murmura, casi disfrutando de mi incomodidad.

Ruedo los ojos, sintiendo que mis ganas de golpear algo crecen con cada segundo.

—Eres insoportable, ¿sabías? —espeto, con toda la calma que puedo reunir—. Te crees muy gracioso, ¿verdad? Quizás quieres un trofeo por ser el engreído del año.

—Engreído no. Soy honesto. A diferencia de ti, que finges ser tan perfecta cuando en realidad estás a un mal día de volverte loca.

Sus palabras me llegan como un golpe. ¿Perfecta? ¿Loca? Este tipo de comentarios arrogantes no me afectan... o al menos eso quiero hacerle creer. Lo último que haré es darle el gusto de verme afectada.

—Alex, no necesito tus diagnósticos. Si crees que me vas a afectar, estás perdiendo el tiempo. Prefiero quedarme aquí y esperar la lluvia antes que darte la satisfacción de verte como mi salvador.

—Bueno, pero no puedes negar que, por ahora, soy tu única opción —me responde, alzando las cejas como si acabara de ganar el juego.

Lo peor es que tiene razón. Con una mueca de fastidio, doy un paso hacia su moto y extiendo la mano para que me dé el casco.

—De acuerdo, pero si haces alguna tontería en el camino, te juro que te tiro de la moto —le advierto, señalándolo con el dedo para enfatizar cada palabra.

—Relájate, Clair. No pienso hacer nada raro... a menos que me lo pidas —me guiña un ojo, y la sangre me hierve.

Me coloco el casco, ignorando sus miradas, y me subo detrás de él, manteniendo toda la distancia que puedo. Claro, en cuanto la moto arranca, esa distancia desaparece, porque no tengo opción y debo agarrarme para no caer. Alex lo nota y, por supuesto, no puede resistirse a decir algo.

—¿Ves? Sabía que no podrías resistirte —bromea, y su tono está cargado de burla.

—Cállate y concéntrate en manejar —le respondo, aunque dudo que lo escuche por encima del ruido de la moto.

—Eres como un chicle pegado en mi zapato. —Alex se inclina hacia mi, disfrutando cada momento de su discusión.

—Más bien, tú eres el chicle, pero me esfuerzo por despegarte de mi vida. —Lo desafío.

La lluvia comienza a caer cuando estamos a la mitad del camino, y maldigo por lo bajo, porque ahora tendré que llegar empapada, mientras él seguramente se mofará de la situación durante días.

—¿Agradecida por el aventón ahora? —me grita por encima del ruido de la lluvia y el motor, casi seguro de que mi respuesta será positiva.

—Nunca. Preferiría caminar kilómetros en esta lluvia antes de darte la satisfacción de creer que te debo algo —respondo, tan segura de mis palabras que casi lo creo yo misma.

Finalmente, llegamos a mi casa. Alex detiene la moto, y yo bajo rápidamente, quitándome el casco con un suspiro de alivio. Justo en ese momento, mi madre abre la puerta, su rostro preocupado al verme llegar empapada.

—¡Mia! Lo siento, hija, no pude responderte porque no encontraba mi celular... —comienza a disculparse, hasta que se da cuenta de la presencia de Alex—. Oh, ¿tú la trajiste? ¡Qué amable de tu parte!

La expresión de Alex cambia en un segundo, adoptando un aire de falso heroísmo que casi me provoca náuseas.

—No fue nada, señora Clair. Solo quise asegurarme de que Mia llegara bien a casa —dice, con esa sonrisa encantadora que reserva para los adultos.

Mi madre le agradece, y yo, mordiendo la lengua para no decirle nada más, finjo una sonrisa y me dirijo hacia la entrada, intentando no mirarlo. Pero Alex se adelanta, bloqueándome el paso con su cuerpo.

—¿Te vas sin darme las gracias, Clair? —susurra, sus palabras cargadas de satisfacción.

Lo miro con odio, intentando mantener la calma.

—Gracias —respondo, cada palabra como si me costara la vida.

—No hay de qué. Estoy seguro de que volverás a necesitarme —contesta con esa sonrisa burlona, guiñándome un ojo antes de encender la moto de nuevo.

Me doy la vuelta, sin mirarlo más. Sé que está ganando esta batalla, pero esto no ha terminado. En el fondo, sé que este enfrentamiento no se va a acabar tan fácilmente, y eso me da aún más motivos para odiarlo. 

Mientras veo cómo Alex se va, me esfuerzo por no lanzarle una piedra contra el suelo de pura rabia. Esa sonrisa burlona y su maldito guiño siguen rondándome en la cabeza. Mi madre no tarda en darse cuenta de mi humor.

—¿Todo bien, Mia? —pregunta con esa mirada de preocupación que solo una madre sabe poner.

—Perfectamente, mamá —respondo, fingiendo una sonrisa. Pero por dentro, sigo encendida. Claro, ¿cómo podría estar bien cuando tengo a Alex Hill metido hasta en los huesos, y no de la manera que yo quisiera?

Subo rápidamente a mi cuarto, sin siquiera mirar hacia atrás, y me encierro, sabiendo que esto no es más que el inicio de otro enfrentamiento en nuestra absurda rivalidad. Claro, él es el héroe ahora, el salvador en moto que tiene que rescatarme, ¿cierto? Cómo ama tener esa ventaja.

Saco mi celular y miro la pantalla, aún encendida con la última llamada a mi madre sin responder. Todo esto es una broma cósmica, una burla directa del universo. Decido despejarme, pero las palabras de Alex no dejan de resonar en mi cabeza. Eres como un chicle pegado en mi zapato. ¿Un chicle? Que sea él el que se atreva a decirme eso, cuando en realidad él es el pegajoso, el que no puedo sacar de mi vida por más que lo intente.

Bajo la mirada, y ahí está: una notificación de un mensaje de Alex. Abro el mensaje con rapidez, esperando alguna burla. Y, por supuesto, ahí está.

"Agradecida por el aventón, Clair? Te lo recuerdo para la próxima vez."

Claro. Le respondo, aunque sé que estoy cayendo en su juego.

"No sé de qué hablas. Solo recuerdo que tuve que soportarte. La próxima vez, prefiero caminar."

Casi puedo oír su risa desde donde está. Al menos se dará cuenta de que esto no ha terminado; jamás le daré la satisfacción de ganar tan fácil.

Dime que me odiasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora