Caída

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Mia y Alisson están sentadas juntas en una de las mesas del comedor escolar, cubiertas de libros y apuntes de química mientras disfrutan de una comida rápida. Alrededor, las conversaciones de los estudiantes se mezclan en un murmullo, creando una atmósfera tranquila que solo es interrumpida cada tanto por el ruido de cubiertos y risas ocasionales. Mia intenta concentrarse en sus notas, pero sus ojos se desvían constantemente hacia una mesa cercana, donde Alex Hill está rodeado de su grupo de amigos. Ríe despreocupado, su tono de voz sobresaliendo por encima de las demás conversaciones, y esa actitud relajada e indiferente me produce una irritación inexplicable.

Lo observo de reojo, ese maldito aire de seguridad que parece llevar como si fuera una segunda piel. ¿Cómo puede estar tan... despreocupado?

—Debería estar más preocupado por el examen de mañana —mascullo, girando los ojos mientras intento concentrarme de nuevo en mis apuntes.

Alisson levanta la vista de sus notas y sigue la dirección de mi mirada, una sonrisa divertida dibujándose en su rostro.

—¿Alex Hill? Olvídalo, Mia. Ese chico parece que ni necesita estudiar y siempre saca las mejores notas —dice con un tono de exasperación, aunque termina sonriendo con ironía—. Eso sí, no puedes negar que es guapo...

La fulmino con la mirada. ¿Guapo? ¿Guapo?

—Ugh, ¿guapo? ¡Por favor! —exclamo, manteniendo la voz baja pero claramente molesta—. Es insoportable. Siempre actúa como si no tuviera que esforzarse en nada, como si el mundo entero le perteneciera. Y encima, todos lo adoran.

Alisson suelta una risita, disfrutando del espectáculo.

—Tal vez es solo parte de su encanto. Pero, dime, si tanto te molesta, ¿por qué lo miras tanto? —pregunta, alzando una ceja en un gesto burlón.

Siento mis mejillas calentarse. ¿Yo, mirando a Alex? ¡Nunca! Eso es ridículo. Me apresuro a responder.

—¡No lo miro! —replico rápidamente, aunque noto el calor en mi rostro. Maldita sea. —Solo... estoy al tanto de lo que hace. Como rival, claro.

Alisson se echa a reír y alarga las palabras de una manera que me hace querer hundirme en el suelo.

—Claro, claro... —dice, con una sonrisa traviesa.

La conversación sigue, y trato de ignorar su comentario, pero no puedo evitar que sus palabras resuenen en mi cabeza. Aun así, me repito una y otra vez que Alex es solo un obstáculo más en mi camino, alguien que superar. Nada más.

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Más tarde, la pista de snowboarding está llena de competidores practicando sus trucos, y el ambiente está cargado de adrenalina. La nieve brilla bajo el sol, y el aire frío me envuelve como un recordatorio de que estoy aquí por una razón. Respiro profundo, sintiendo la tabla bajo mis pies mientras me deslizo, concentrándome en cada movimiento. Hoy es uno de esos días en los que todo parece estar en su lugar: mi respiración es rítmica, mis músculos están alineados, y mi mente solo tiene una misión. Con cada giro, cada salto, siento la energía fluir en mí, y mi confianza crece a medida que avanzo.

Miro alrededor y veo a otros competidores que practican saltos impresionantes, elevándose en el aire con una habilidad que me motiva. La presión de la competencia, el deseo de ser la mejor, me empuja a intentar algo más complicado. Me acerco a un pequeño salto que he dominado en el pasado, pero esta vez, quiero ir más allá. No voy a dejar que nada me detenga, menos ahora.

Sin pensarlo mucho, aumento la velocidad, ajustando mi postura. Al lanzarme al aire, siento cómo la adrenalina corre por mis venas y una sonrisa se forma en mi rostro, pero en el último segundo, mi pie se desliza y pierdo el equilibrio. El mundo parece girar, y de repente, la nieve fría me envuelve mientras caigo. El golpe me saca el aire por un instante, y la sonrisa que tenía se transforma en una mueca de sorpresa.

Escucho algunos murmullos de preocupación a mi alrededor, y noto que algunas personas han dejado de practicar para mirarme. Me enderezo rápidamente, sacudiéndome la nieve del traje, intentando mantener la dignidad. ¡Que pena!

—¿Estás bien? —la voz de el chico misterioso interrumpe mis pensamientos.

Al levantar la vista, me encuentro con él agachado a mi lado. No esperaba que estuviera tan cerca, y su tono, aunque muestra una pizca de preocupación genuina, me resulta insoportablemente condescendiente.

—Sí, estoy bien. Solo fue un pequeño tropiezo —respondo secamente, tratando de sonar despreocupada mientras me levanto.

Él no se mueve, y me observa con atención, con una mirada que parece traspasar la fachada que intento mantener. Sé que no debería molestarme tanto, pero la situación me irrita aún más.

—Parece que no fue tan pequeño —comenta, con un toque de sarcasmo en su voz—. Si necesitas un momento, puedes tomarlo, ¿sabes?

Siento cómo la frustración crece en mi pecho. ¿Un momento? ¿Él, dándome recomendaciones? Casi suena como si quisiera que me rinda.

—No necesito tu ayuda. Puedo manejar esto sola —le digo, cruzándome de brazos, desafiándolo a que me contradiga.

Él levanta una ceja, claramente disfrutando de mi actitud defensiva.

—Claro, claro. Solo no me eches la culpa si no puedes hacer el salto que planeabas —responde con una sonrisa de lado, el tono cargado de burla.

Miro su sonrisa y siento que el orgullo se me sube a la cabeza. Por un segundo, dudo. ¿Y si él tiene razón? Pero me niego a darle el gusto de verme afectada. Respiro hondo, y fijo la mirada en él, decidida a demostrarle que, a diferencia de él, yo sí me esfuerzo.

—Es solo un pequeño obstáculo —replico con firmeza, sin apartar mis ojos de los suyos—. No pienses que voy a dejar que me detenga.

Su expresión cambia un poco, y creo notar algo parecido a admiración en su mirada. Pero antes de que pueda analizarlo más, se da la vuelta y se aleja, dejándome sola en la pista. Vuelvo a enfocarme, mi determinación intacta. No puedo permitir que una caída me venza, y mucho menos si él está cerca para presenciarlo.

Vuelvo a tomar la tabla entre mis manos, y mientras me preparo para intentar el salto una vez más, sé que él está ahí, observándome de lejos. Puedo sentir su mirada, como si esperara a ver si fracaso o si finalmente logro lo que me propuse. Esa presión, en lugar de asustarme, me motiva aún más.

Cierro los ojos por un segundo, visualizando cada paso. Esta vez, no voy a fallar. Y así lo hice.

Dime que me odiasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora