El ascensor

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Mia

Corría por los pasillos del hotel, tratando de llegar a tiempo. Mi papá había hecho todo lo posible para llegar rápido, pero entre el tráfico y la distancia, ya estábamos tarde. Mis tacones golpeaban el suelo con fuerza, resonando por todo el lugar. No podía creer que todo esto estuviera pasando justo hoy.

Cuando por fin veo el ascensor a lo lejos, corro aún más. Las puertas casi se cierran, pero justo a tiempo logro deslizarme adentro. Respiro aliviada... hasta que veo a Alex entrar detrás de mí, justo a tiempo también.

— ¿En serio? —digo en voz baja, cruzándome de brazos y dándome la vuelta para no mirarlo.

Alex simplemente se ríe de forma despreocupada mientras se acomoda el cuello de la camisa, como si nada le importara. Su perfume caro, algo intenso, se mezclaba con el olor del espacio cerrado. Olía como si acabara de salir de una sesión fotográfica para una revista de lujo. Claro, porque él no tenía preocupaciones, siempre tan relajado y despreocupado. Me hervía la sangre.

— Siempre corriendo, Clair. Si no te apuras, podrías perder algo más que el ascensor, —dice con una sonrisita burlona.

Rodé los ojos y mantuve el silencio. Mi mente bullía, pensando en todas las veces que lo había visto aparecer sin esfuerzo, sin preocupaciones, siempre en control. Mientras yo tenía que esforzarme el doble para lograr lo mismo. Me estaba poniendo nerviosa, y ni siquiera sabía por qué. Solo quería llegar a la conferencia, terminar con esto y alejarme de él.

Pero entonces, justo cuando el ascensor empezaba a moverse, se detiene con un pequeño temblor. Las luces parpadean y se apagan, dejándonos en la oscuridad.

— ¿Qué demonios? —murmuro, mi voz sonando más aguda de lo que quería.

Siento a Alex moverse cerca de mí, pero no puedo verlo. Todo está negro. Mis manos recorren las paredes del ascensor, buscando algún botón, alguna forma de que esto funcione de nuevo.

— Tranquila, Mia, es solo un corte de luz, —dice Alex con un tono de voz tan relajado que me saca de quicio.

— ¡No me digas que me calme! —grito, frustrada. El espacio reducido y la oscuridad me están poniendo nerviosa, pero lo que más me molesta es él. — ¡No me hables como si todo estuviera bien, Alex! ¡Porque no lo está!

Me giro hacia donde creo que está parado y lo empujo, con rabia. No soporto esa actitud suya, tan indiferente a todo.

— Oh, vaya, ¿ahora me empujas? —dice con una risa burlona en su voz.

Lo empujo otra vez, con más fuerza, descargando toda mi frustración en él.

— ¡Sí! ¡Porque siempre estás tan... tan... despreocupado! ¡Nada te afecta! —grito, casi desesperada.

— Claro que sí me afecta, —responde, su tono ya no tan divertido, sino más bajo, más serio. Pero no se aparta. De hecho, siento que da un paso hacia mí, acercándose más. — Pero dime, Clair, ¿eso te molesta tanto? ¿Que no me veas sufrir?

— ¡Te odio! —escupo las palabras, sintiendo que no hay otra cosa que pueda decirle. Es lo único que siento en ese momento, o al menos eso creo.

— Dime que me odias. —dice, provocador. Su voz suena más cerca de lo que esperaba. Lo puedo sentir justo enfrente de mí, casi pegado.

— ¡Te odio! —repito, aunque mi voz tiembla. Las palabras ya no parecen tan firmes.

— Dímelo otra vez, Mia. —Sus palabras caen en el aire como un reto, desafiándome. Puedo sentir su aliento tan cerca que me acelera el corazón. Me está empujando, pero no físicamente, sino mentalmente, a un borde del que no sé si quiero caer.

Dime que me odiasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora