Alex
Desde mi cama, deslizo el dedo por las historias de Instagram sin mucho interés. Una de mis amigas está de vacaciones en la playa, otra en alguna fiesta, y luego, de repente, aparece una historia de Mia. Es una imagen de su encimera llena de ingredientes y, en la esquina, la pregunta: "¿Qué hago, brownies o galletas de mantequilla?" Con una encuesta abajo. Miro la publicación, y a los pocos segundos el resultado es claro: la mayoría ha votado por las galletas.
Sonrío con diversión, imaginándola lidiando con harina y azúcar en la cocina. Mia, tan seria siempre, en una situación tan cotidiana como hacer galletas... Es algo que definitivamente quiero ver. Cierro la app y me levanto de un salto, tomando una chaqueta y las llaves del auto.
El jardín que rodea su casa tiene un aire tranquilo, lleno de pequeñas mesitas y sillas para sentarse, iluminadas apenas por el cálido resplandor del atardecer. Toco la puerta y espero, con las manos en los bolsillos, echando un vistazo alrededor.
A los pocos segundos, la puerta se abre, y ahí está ella, con una gabacha puesta y mechones de cabello escapando de su peinado. Su ropa tiene restos de harina y azúcar, y no puedo evitar sonreír ante su expresión sorprendida.
—¿Qué haces aquí? —pregunta, mirándome con una mezcla de desconcierto y desafío.
—Vine a ver cómo ibas con las galletas —respondo con una sonrisa, inclinándome un poco hacia adelante—. Además, huele bien.
Ella entorna los ojos y suspira, intentando ocultar el ligero rubor en sus mejillas.
—Si solo viniste a hacerme perder el tiempo, puedes irte. Estoy ocupada.
—¿Perderte el tiempo? —Me hago el ofendido, entrando a su cocina antes de que pueda detenerme—. Solo quiero probar si tus galletas están a la altura.
Ella me sigue con un suspiro de resignación, aunque noto una sonrisa contenida en sus labios.
—No tengo tiempo para ti, Alex. Aún necesito más harina —dice, dándome la espalda y yendo a un armario.
—¿Quieres ayuda? —pregunto, con una sonrisa burlona.
—No, gracias. Estoy bien —contesta sin mirarme, pero la noto disimulando una risa cuando me pongo un delantal que cuelga de un gancho en la pared y doy unas palmadas dramáticas.
—Mira, ¡listo para ser tu ayudante de cocina! —digo, ajustándome el delantal con la seriedad de un chef profesional.
Mia me lanza una mirada divertida y luego estalla en una risa genuina.
—Tú, ¿ayudante de cocina? Eso sí que es una broma.
Sin pensarlo, tomo un puñado de harina y lo lanzo suavemente hacia ella, esparciendo una nube blanca que cubre parte de su gabacha. Mia se congela por un segundo, y luego, con una mirada de desafío, hace lo mismo y me devuelve la harina. Y ahí estamos, como un par de niños, lanzándonos harina por toda la cocina.
—¡Mi skincare! —protesta ella, riendo y tratando de cubrirse el rostro.
Aprovecho un momento de descuido para rodear su cintura con un brazo y lanzarle otro poco de harina a sus pantuflas de vaca ¿Quién usa pantuflas de vaca? Solo ella de seguro. Mientras sus risas llenan el espacio entre nosotros. Pero entonces, sin querer, nuestras miradas se cruzan, y la risa se desvanece. Hay una pausa, un silencio que parece estirar el tiempo, y el calor de su cuerpo se siente más cercano. La noto respirando con rapidez, sus ojos fijos en los míos. La rivalidad entre nosotros queda en un segundo plano, y el ruido de fondo desaparece.
—Creo que te ves bien, aún con harina en la cara —murmuro, mi voz más baja y seria.
Ella traga saliva, sus ojos manteniéndose en los míos, hasta que escuchamos unos pasos y ambos nos separamos rápidamente. Su padre aparece en la entrada de la cocina, mirando el desastre con una mezcla de sorpresa y diversión.

ESTÁS LEYENDO
Dime que me odias
Teen FictionMia Clair y Alex Hill han pasado toda su vida compitiendo. En la escuela, en las pistas, en cada maldito lugar donde se cruzan. Ella lo odia con cada fibra de su ser. Él, en cambio, adora que lo odie. Porque hay algo en la forma en que Mía frunce el...