Capítulo 59: La fiesta

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Lilia.

Elisa estaba muerta, y no le di tanta importancia. Me estaba acostumbrando a ese mundo y ya el horror no me atormentaba como antes. 

Gracias a Deus, había aprendido a defenderme sola y por supuesto, a disparar un arma. El último día de mi entrenamiento, pegué cada bala en la cabeza de los muñecos de cartón. 

Estiré mis brazos. 

Estaba esperando a Samira porque ambas íbamos a arreglarnos. El día de la fiesta había llegado y yo estaba emocionada porque ella también iría. 

La puerta se abrió. 

—Sigo pensando que es una mala idea —habló, llena de arrepentimiento. 

—Ya escogí el vestido que usarás —sonreí, agarrando la prenda que reposaba sobre la cama—. El color verde te quedará perfecto. 

—Estoy muy nerviosa, ¿sabes? Será la primera vez que salgo de la mansión sin mi uniforme —confesó, sentándose en el sofá. 

—Tranquila, yo estaré a tu lado. 

Después de dos largas horas de arduo trabajo para cambiar por completo a Samira, lo logré. 

El vestido se pegaba tanto a su cuerpo, que me quedé boquiabierta por sus excelentes atributos. Tenía pechos grandes y firmes que se marcaban gracias a su escote de corazón. 

Su cabello liso y suelto la hacía ver más formal. El labial rojo que le eché le daba ese toque de sensualidad que necesitaba. Lo único que tenía que cambiar era esa mirada tímida. 

—Estás preciosa —Detallé cada parte de su cuerpo sin disimular—. Solo falta que pongas una cara más confiada. 

—E-esto es extraño —balbuceó. 

Yo también estaba lista. Llevaba un vestido corto y suelto por la parte de la falda, junto a un planchado ligero porque mi cabello era lacio naturalmente. 

—Vamos, se nos hará tarde —Tomé su mano, emocionada—. Deus quedará encantado. 

—S-señorita... No tan rápido. 

(...) 

Chris abrió los ojos al vernos. Él nos estaba esperando en su auto para irnos al bar. 

—Estás preciosa como siempre, pequeña —Besó mi mejilla cuando lo abracé. 

—¿Y qué opinas de Samira? —cuestioné, orgullosa de mí misma. 

—No está mal, pero tú eres la mujer más hermosa ante mis ojos —Tomó mis mejillas con su mano. 

—O-oye, por lo menos di que se ve diferente —refuté, con dificultad al hablar por su apretón. 

—¿Y Deus? —preguntó Samira, desviando la mirada. 

—Está en el bar. ¿Nos vamos? 

—Pues mueve el culo —Lo empujé. 

Él se subió en su lugar, y yo me senté en el asiento de copiloto. Samira iba detrás, aunque no quiso hablar durante todo el trayecto. 

Me preguntaba si se sentía obligada, ya que su expresión era fruncida. 

¿Había hecho mal en llevarla? 

—No vayan a dirigirle la palabra a los hombres, ¿de acuerdo? La mayoría son unos patanes —informó el rubio, apretando el volante.

—Que sobreprotector. 

—Tampoco mencionen que Samira es una sirvienta, la pueden tratar pésimo. 

—Yo no lo permitiré. 

Atrapada por el mafioso millonarioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora