Malakar se movía con la gracia calculada de un depredador en la penumbra del bosque. Sus pasos eran silenciosos, y cada movimiento suyo parecía estar en sintonía con las sombras que lo envolvían, absorbiendo cualquier resquicio de luz a su alrededor. Su figura, alta y esbelta, proyectaba una presencia tan oscura como imponente, y su cabello oscuro caía en cascada sobre sus hombros, liso y afilado como el filo de una daga, contrastando con su piel pálida que reflejaba un tenue brillo bajo la luz fragmentada de la luna. En su rostro, atractivo y marcado, una cicatriz serpenteaba a través de su mejilla derecha, un rastro de antiguas batallas y traiciones, que ahora servía de mudo recordatorio de su implacable ambición.
Pero sus ojos de un color carmín profundo, sin duda, sería lo más perturbador. Cualquiera podría decir que creían ver pozos desbordantes de locura y fuego; llamas que juraban creer que eran del infierno. Sostenerle la mirada era el asomarse a un abisno en el que reinaba el apetito insaciable de poder. Tenia una intensidad que pocos podían soportar sin sentir que su voluntad era devorada.
La piel de Malakar estaba adornada con tatuajes arcanos que se retorcían con cada movimiento, como si vivieran y respiraran al unísono con su portador. Aquellos símbolos oscuros, inscritos mediante antiguos pactos de sangre, sellaban su alianza con poderes que muchos considerarían malditos. Cada tatuaje era una prueba de los pactos rotos y las leyes profanas que había cruzado, una cartografía de su descenso hacia las artes prohibidas. La presencia de estos signos en su piel emanaba una energía tan inquietante que el aire a su alrededor se tornaba pesado, cargado de un mal presagio.
Aquella noche, después de años de búsqueda, el instinto lo había llevado hasta el corazón de un bosque espeso, donde las sombras parecían cobrar vida propia. El templo, antiguo y solitario, se alzaba entre los árboles con una dignidad desgastada, sus paredes cubiertas de musgo y grietas que revelaban siglos de abandono. Pero había una vibración en el aire, una magia palpable que resonaba en cada piedra y en cada rincón de ese lugar olvidado. Al cruzar el umbral del santuario, sintió una descarga recorriendo su piel, como si el templo mismo reconociera su oscura presencia.
Sin embargo, no esperaba encontrar a nadie más allí. De pie en el centro del templo, una joven de belleza etérea iluminaba el espacio con su sola presencia. Rodeada por el resplandor suave de los cristales que adornaban el lugar, la figura de la desconocida era un contraste fascinante con la oscuridad que Malakar representaba. Su cabello, largo y blanco como la nieve bajo el resplandor de la luna, caía sobre sus hombros en cascadas de luz, y sus ojos, de un azul intenso, reflejaban algo tan puro como inalcanzable. La presencia de la joven irradiaba una frescura inmaculada. No podía evitar compararle con el viento que se colaba por la entrada de una cueva en un día abrazador. Ese aire, ligero y claro que lograba apaciguar el pesado hedor de la humedad que invadía el ambiente.
Aunque este tipo de comparaciones no serían buena idea ponerlas si quieres evitar mostrar que el villano tiene un lado en el que se fija en cosas tan... eh, ¿insignificantes como el aire que causa frescura en verano?
Malakar se ocultó entre las sombras, observándola con la mirada penetrante de un cazador. La joven giró lentamente, sus ojos recorriendo la penumbra con cierto nerviosismo, pero sin percibir su presencia. Una sonrisa sombría cruzó el rostro de Malakar. Ella desconocía que, en ese momento, estaba bajo la vigilancia de un ser peligroso y despiadado, alguien dispuesto a todo por obtener lo que deseaba. Su magia era como un manantial cristalino en medio de la desolación, y él, como un depredador sediento, estaba listo para apoderarse de cada gota de su poder.
Cuando la joven comenzó a alejarse, Malakar sintió una chispa de deseo ardiente recorriendo su ser. Había algo en esa mujer que iba más allá de su magia; era la clave que él había buscado incansablemente para alcanzar la cúspide de sus ambiciones. En su mente, un oscuro plan comenzaba a tomar forma: acercarse a ella, ganarse su confianza y convertirla en su arma más poderosa. A medida que la desconocida se adentraba en el bosque, la determinación de Malakar se solidificaba. *Ella no sabía aún que su destino estaba entrelazado con el de él*, y esa conexión no traería más que caos y destrucción.
Malakar la siguió en la distancia, sus movimientos suaves como los de una sombra que se desplaza entre los árboles. Sabía que la paciencia sería su mayor aliada; en el momento adecuado se revelaría, y cuando eso sucediera, el poder de la joven sería suyo. Con cada paso, el bosque parecía sumergirse más en el manto de la noche, y la atmósfera se volvía más opresiva, como si la misma naturaleza contuviera la respiración ante la inminencia de una tormenta.
Al alejarse del templo, sus pensamientos vagaron hacia sus aliados en la cueva oculta, donde se reunía su liga de villanos. Allí, entre muros de piedra fría, un grupo de seres oscuros compartía su ambición por conquistar y destruir el orden de los reinos. Las llamas de las antorchas iluminaban el espacio, proyectando sombras inquietantes sobre el suelo, y en el centro del lugar, el líder de la liga esperaba con impaciencia cualquier noticia que indicara un avance en sus planes. Los otros villanos, figuras de habilidades extraordinarias y moralidad ausente, aguardaban, cada uno de ellos aportando una visión propia del caos que querían desatar.
Al entrar en la cueva, Malakar percibió cómo las miradas se posaban sobre él, y una tensión latente se apoderó del lugar. Sin necesidad de preámbulos, se dirigió al líder con una sonrisa enigmática, consciente de que todos los presentes ansiaban escuchar lo que él tenía para ofrecer.
—He encontrado una oportunidad —anunció Malakar con voz firme, cada palabra suya cargada de promesas veladas—. En el templo, hallé a una joven de espíritu inmaculado, conectada con una magia tan pura que podría desatar fuerzas inigualables. Su poder podría ser el eslabón que hemos estado esperando para invocar una energía ancestral que doblegaría a los reinos.
Un murmullo de interés recorrió a sus aliados. Los ojos de una figura, una mujer de expresión traviesa y mirada demente, brillaron de excitación, acercándose a Malakar con un entusiasmo casi infantil.
—¿Un espíritu puro? —preguntó, su voz cargada de una emoción retorcida—. ¿Puedo jugar un poco con ella antes de que la utilicemos? La diversión siempre es mejor cuando hay un toque de dolor.
Uno de los otros villanos, de apariencia imperturbable y rostro cubierto por un misterioso manto, asintió, sopesando la posibilidad en su mente. Su voz, profunda y controlada, emitió un susurro de advertencia:
—Si esta joven realmente posee una conexión tan fuerte con la magia, no podemos arriesgarnos a perderla. Su poder podría integrarse en nuestros planes y otorgarnos una ventaja inimaginable.
Malakar sonrió, complacido por el interés de sus compañeros. —Exactamente. No solo necesitamos su magia, sino también su lealtad. Si logramos que crea en nuestra causa, será una aliada poderosa. Podemos manipular su deseo de proteger lo que ama y usarlo en nuestra ventaja.
El líder de la liga, con sus brazos cruzados y mirada calculadora, observaba a Malakar con interés contenido. —Y si no acepta nuestra oferta... —dijo, dejando que una sonrisa de peligro se dibujara en su rostro—, simplemente nos encargaremos de ella. No dejaremos que nadie se interponga en nuestro camino.
Otra figura, hasta ese momento en silencio, habló desde la penumbra, su voz como el eco de una llama crepitante. —Si logramos capturarla, podríamos canalizar su poder para un ritual que rompa las barreras de este mundo. El templo es un lugar de concentración mágica; si conseguimos controlarla, su energía será nuestra llave hacia una nueva era.
Malakar asintió, cada vez más seguro de su estrategia. Relató cómo la esencia de la joven irradiaba una magia inmaculada y cómo el templo parecía responder a su presencia. *Era un resplandor dorado en un océano de sombras*, y Malakar sabía que esa luz sería la que alimentaría sus propias ambiciones.
Cuando salió de la cueva, una oscuridad expectante lo envolvía. Sentía una mezcla de anticipación y algo desconocido, un eco de esperanza oscura alimentada por su deseo de poder. El sol ya había caído completamente, sumiendo al mundo en un manto de sombras, pero la imagen de la joven aún brillaba en su mente.
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"La bruja y el guardián de las llamas." | Bakugo Katsuki.
FantasyEn un bosque encantado donde la magia fluye con cada susurro del viento, Kaisa, una joven bruja, busca ingredientes para sus hechizos. Sin embargo, su tranquila misión se transforma en un encuentro inesperado cuando se topa con un dragón rojo, travi...