Fezco deslizó sus manos lentamente bajo mi camiseta, desabrochando mi sostén con una destreza que me hizo sonreír. Sin quitarme la prenda, sus manos se quedaron ahí, explorando con una mezcla de suavidad y firmeza que aceleraba mi respiración. Sus dedos comenzaron a recorrerme, provocando escalofríos cada vez que rozaban mi piel y llegaban a mis pechos, donde sus caricias se volvían más intensas, como si quisiera saborear cada segundo de contacto.
Nos miramos mientras mis labios buscaban los suyos de nuevo, y le acaricié la barba, disfrutando de la sensación áspera en contraste con su piel cálida. Cada beso parecía más profundo, y el cosquilleo en mi estómago se intensificaba con cada suave presión de sus manos.
Fezco se separó un instante, sus ojos fijos en los míos, llenos de deseo y provocación. —¿Te gusta eso? —susurró, su tono desafiante y seductor, mientras sus dedos continuaban, dando ligeros pellizcos que me hacían gemir, y no pude evitar un suspiro mientras el calor se apoderaba de mí.
—Más de lo que te imaginas, —respondí, mi voz apenas un susurro, mientras dejaba que mis manos se deslizaran por su pecho, explorando cada contorno. Sentí su sonrisa contra mis labios cuando volvió a besarme, y cada caricia suya era un desafío implícito, una promesa de todo lo que estaba por venir.
Deslicé mi camiseta por encima de mi cabeza, dejándola caer junto con el sostén, y me encontré con la mirada de Fezco, que recorría cada centímetro de mi piel con intensidad. Por un momento, se quedó quieto, admirándome, y la calidez de su mirada encendía cada rincón de mi cuerpo. Lentamente, se inclinó hacia mí, comenzando a dejar un rastro de besos suaves por mi clavícula, mientras su barba áspera rozaba mi piel, causando cosquillas que me hicieron reír.
—¿Qué te hace reír tanto, ma'? —preguntó, levantando la vista con una sonrisa y, sin dejar de mirarme, dejó pequeños besos alrededor de mi pecho, sus labios rozando justo al borde de mis pezones.
—Es que... tu barba me hace cosquillas, —admití con una risa suave, acariciando su mejilla, disfrutando del contraste entre la suavidad de su mirada y la aspereza de su barba.
Fezco sonrió con esa expresión que tanto me gustaba, y su voz se tornó aún más grave, acariciando cada palabra. —Bueno, entonces... no me imagino cómo vas a reírte cuando la sientas en los lugares más sensibles.
Antes de que pudiera responder, bajó lentamente y tomó mi pezón en su boca, sus labios y su lengua provocando un placer cálido que se extendía como fuego bajo mi piel. Su mirada se mantenía fija en la mía, y la intensidad de sus ojos decía más de lo que cualquier palabra podría expresar. Con cada suave mordisco y caricia, sentía mi respiración entrecortarse, mientras sus manos seguían explorando mi cuerpo, creando un ritmo que hacía que el mundo se desvaneciera a nuestro alrededor, dejándonos en ese momento perfecto, solo él y yo.
