Aqua Hoshino caminaba por las calles de Tokio, envuelto en la luz de los anuncios de neón que parpadeaban como estrellas en la ciudad que nunca dormía. El trabajo como actor le había traído fama y conexiones, pero pocas veces le ofrecía la paz que tanto anhelaba. Su vida seguía marcada por sombras que se resistían a disiparse, y en el fondo, él sabía que solo una cosa podía aliviar su soledad.
Casi por impulso, Aqua se desvió hacia un callejón que solo unos pocos conocían, donde las luces se hacían más tenues y el ruido de la ciudad parecía un susurro distante. Lo esperaba alguien que compartía sus secretos, alguien que había sido tanto un rival como un confidente. Aqua sintió su pecho agitarse al ver la silueta conocida, apoyada contra una pared, con una expresión que mezclaba desdén y curiosidad.
— ¿Así que volviste, Aqua?— Preguntó el hombre, una sonrisa ladeada apareciendo en su rostro.
Aqua no respondió con palabras. En cambio, avanzó hacia él, sus ojos fijos en los suyos, y en un movimiento decidido lo empujó suavemente contra la pared. Sus manos encontraron el camino a través del tejido de su camisa, los dedos deslizando el algodón mientras sentía el calor que emanaba de su piel.
Sus miradas se encontraron, y por un instante, ambos parecían perderse en ese juego peligroso de atracción y vulnerabilidad. Aqua se acercó, sus labios rozando los del otro rubio, probando el límite entre ellos con una suavidad inesperada. Sin embargo, la tensión entre ambos estalló en un beso que destilaba pasión contenida y necesidad urgente, una conexión en la que ambos buscaban consuelo y algo más, algo que Aqua aún no comprendía del todo.
Las manos de Alex se deslizaron hasta su nuca, intensificando el beso, y Aqua sintió una descarga recorrer su cuerpo, una liberación que contrastaba con las sombras que siempre lo rodeaban. En ese momento, no era el Aqua marcado por la venganza ni el actor que los demás veían; era simplemente un joven dejándose llevar por un deseo profundo e incontrolable.
Sus cuerpos se unieron en un abrazo frenético, cada toque, cada caricia arrancando suspiros y promesas que nunca se dirían en voz alta. En medio de la penumbra del callejón, entre susurros y miradas cargadas de significado, ambos encontraron en el otro un refugio temporal, una luz entre las sombras que los envolvían.
Y cuando finalmente se separaron, sus respiraciones entrecortadas y sus corazones latiendo con fuerza, Aqua supo que ese momento se quedaría con él, un recuerdo que le brindaría calidez en medio de sus luchas y secretos.
La respiración de Aqua comenzaba a calmarse, pero la intensidad del momento aún lo envolvía como un manto cálido en medio del frío de Tokio. Alex todavía lo miraba con esa mezcla de deseo y algo más, algo que Aqua no se permitía analizar demasiado profundamente. Lo que había entre ellos siempre había sido una especie de juego: un tira y afloja, una batalla silenciosa de poder y vulnerabilidad que los consumía cada vez que se encontraban. Sin embargo, esta vez había algo diferente, una profundidad que resonaba en su interior.
Aqua alzó la mirada hacia él, observando los ojos que lo miraban sin juzgarlo, sin exigirle nada. Solo lo aceptaban, como era, con sus secretos, sus cicatrices y el peso que llevaba en el alma. Se permitió soltar una risa suave, como una burla a sí mismo, sintiendo la paradoja de encontrar paz en alguien que era todo lo contrario a lo que había buscado toda su vida.
— Eres un misterio, Aqua Hoshino— Murmuró Alex, mientras deslizaba una mano por la mejilla de Aqua, su pulgar rozando con suavidad el borde de su labio— Y sin embargo, por alguna razón, no puedo dejar de volver a ti.
La sinceridad en su voz lo sorprendió, y Aqua sintió un pequeño nudo formarse en su garganta. No estaba acostumbrado a que alguien lo mirara de esa forma, a que alguien lo tratara no como el enigmático actor o el hombre consumido por la venganza, sino simplemente como Aqua. Su pecho se apretó ante esa idea, y sin pensarlo, deslizó una mano por los cabellos rubios de Alex, acercándose más, como si intentara absorber algo de la paz que él le brindaba.
Se quedaron en silencio, tan cerca que Aqua podía sentir su aliento en su piel, la suavidad de su piel bajo sus dedos, y el latido tranquilo de su corazón. Era un contraste brutal con el caos que solía reinar en su propia mente. Por primera vez, se sintió vulnerable, y en lugar de retroceder, se aferró a esa vulnerabilidad, permitiéndose bajar la guardia aunque fuera solo por unos segundos.
— No me des lo que no puedes quitarme después— Murmuró Aqua, sus palabras entrelazadas con una tristeza silenciosa que parecía traspasar su corazón.
El otro hombre sonrió, y Aqua sintió que esa sonrisa era tanto una promesa como un desafío. Con suavidad, sus labios volvieron a unirse, pero esta vez, el beso no era urgente ni cargado de deseo; era pausado, casi reverente, como si ambos quisieran recordar cada detalle. Era una forma de decirse lo que nunca pondrían en palabras, una conexión que iba más allá de lo físico y que Aqua no había encontrado en nadie más.
Cuando finalmente se separaron, su Alex acarició su rostro una última vez, sus ojos llenos de una comprensión que hizo que Aqua sintiera un vacío en el pecho.
— Aqua, tal vez algún día puedas dejar de huir de ti mismo— Susurró Alex antes de darle la espalda y desaparecer en la penumbra, dejándolo solo.
Aqua se quedó allí, mirando el lugar vacío donde había estado, sus pensamientos enredados en una maraña de emociones que apenas entendía. Sintió el peso de su vida volver a él, el recordatorio de la venganza que aún debía cumplir. Sin embargo, esa noche había sido un respiro, un instante de luz en medio de la oscuridad de su alma.
El recuerdo de su toque, de su mirada y de esa paz momentánea se quedó grabado en su mente, como una chispa que le recordaría que, incluso en la búsqueda de venganza, él era más que un instrumento de odio. Quizás, algún día, podría permitirse aceptar esa luz en su vida. Pero por ahora, guardaría ese momento, esa conexión, como un secreto solo suyo.
Con un suspiro profundo, Aqua se alejó del callejón, pero no sin antes sentir una calidez en el pecho que, aunque tenue, seguía ardiendo.
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