El amor ha de ser de desierto, o no será, porque amor que no es de frío y de calor no es amor.
Yo solo era una chica, sin más. Era una chica en medio de la nada, de la arena. Veía caer el sol y sentía pasar el frío junto a mí. Era una chica solamente. Sin historia. Era una chica delgada, con un short y un suéter, maquillada, sentada sola en ese columpio en medio del desierto. Una chica con botas que reía y estiraba las piernas para balancearse más alto y más lejos cada vez. Yo era una chica como cualquiera. Sin deudas ni efectivo, sin citas en ninguna agenda ni motivos para vivir o morir. Sin necesidad de ser, pero era. Sin necesidad de personificar a nadie.
Ah, chingá, si a ti nunca te han impuesto un modelo de conducta, dijo Rosso cuando traté de explicarle por qué me sentía tan feliz.
Rosso estaba parado a pocos pasos de mí. Fumaba. A lo lejos se oía a Bob Marley. Yo no podía más que reír. Reír y sentir el corazón estrujado porque sabía que no había manera de que ese momento fuera eterno. Había pasado siete horas en un autobús solo para estar ahí con él, en un columpio, solos. Y fue tanta mi dicha que quise llorar y que nos muriéramos ahí mismo para no tener que regresar a casa.
Era una felicidad que se inflaba de tal manera que me oprimía el corazón, no lo dejaba latir. Una asfixiante felicidad que me obligaba a tomar aire a tragos pequeños.
Que este momento fuera eterno.
No, wey, cómo que eterno. Me estoy muriendo de hambre.
Rosso comenzó a caminar hacia el pueblo.
El amor ha de ser de desierto, o no será. Por eso me llevé a Rosso al frío, a la nada, al polvo en los ojos y en la boca. Él se había metido en ese silencio extraño, patético, que lo rodeaba como un capullo durante días enteros. Rosso se encerraba en su casa y no había fuerza humana que lo sacara de ahí. Si mis muchachos iban por él para llevarlo conmigo, era peor que haberlo dejado donde estaba. Mirando al techo, apenas atinaba a decir que tenía sueño y acto seguido se quedaba dormido. O al menos lo fingía.
Esa última vez me tomé la molestia de ir en persona a sacarlo del cuarto que compartía entre semana con su primo, yo, que todos los días fantaseaba con volarme la cabeza, que cada mañana quería enfermarme para poder quedarme en cama. Yo que nunca me había encargado de nadie. No le pregunté ni qué tenía porque me iba a contestar ridiculeces que yo no sabría curar. Solo lo besé y le dije que ya nos íbamos. Cuando me preguntó a dónde, le dije que tenía que acompañarme o la ciudad me caería encima. Le gustaba sentir que yo necesitaba ayuda y que él podía salvarme. Rosso, ángel guardián.
Dijo que nos fuéramos pero si era de una manera definitiva. ¿Qué podría negarle yo a Rosso?
Nunca había viajado en autobús. El corazón me latía tan fuerte que me dejaba sorda. En cuanto tomamos carretera, Rosso se quedó dormido. Me recargué en él mientras escuchaba Tú me estás dando mala vida... en su reproductor de mp3.
Despertó una hora después para renegar.
¿No pudimos tomar un camión más pollero? Uno que hiciera más paradas hubiera estado más chido.
¿Qué es pollero? ¿Los que llevan a la gente a Estados Unidos?
Esos son los coyotes, gruñó y volvió a dormirse.
La piel de Rosso siempre estaba helada, sobre todo sus manos. Acurrucada junto a él y su chamarra de los Cowboys, me recriminaba por no haber llevado algo encima del suéter. No imaginaba que fuera de Nuevo León el clima cambiara tanto. Nunca había escapado de casa, tal vez porque nunca supe bien hasta dónde llegaba mi casa. Aun en otro continente, papá estaba enterado de dónde me encontraba, a qué hora salía o entraba, a dónde iba, con quién. Pero Treviño jamás sospechó que me subiría en uno de esos autobuses hediondos, por eso cuando le dije que iba a despedir a Rosso, se quedó tan tranquilo fumando.

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LOBA
Action«Bien fácil distingues al lobo de los coyotes: el lobo es el que mata, el coyote nomás se come las sobras». Una loba que quiere ser libre, ¿podrá sobrevivir sin su manada? Lucy quiere escapar del territorio de su padre, un poderoso y temible polític...