Día 16

194 21 19
                                    

Scott P.D.V.

Despierto demasiado alterado para pensar con claridad y por un tonto instinto tomo en mano la nueva arma, la que Erik me dio envuelta como si fuera un regalo inofensivo.

Apunto a la nada con la pequeña revolver plata, pero estoy fundido en la oscuridad absoluta y sigo tan confundido que mis ojos ni siquiera se esfuerzan en adaptarse a la inexistente luz. La suelto una vez que confirmo estar solo y abro las cortinas. Pasa de las once A.M. y no me apresuro a bajar las escaleras; ni volando llegaría a tiempo así que decido que debo tomarme el día. Tomo una ducha y me deshago del poco tinte castaño que cede fácilmente, mi cabello vuelve a su color natural; a ese rubio que aunque antes me fastidiaba y ahora extrañaba de manera insana. Al mirarme al espejo realmente veo a un completo extraño y me alegro; no soy el hombre castaño que asesina a sangre fría en busca de venganza; soy el hombre rubio que vive solo y está condenado a sufrir eternamente, pero no el asesino que “Theo Army” cree.

Cuando salgo no llevo las gafas ni la barba y visto con ropa para protegerme del frío letal que hay afuera. Para ser sincero ni siquiera yo soy capaz  de reconocerme y eso me brinda aún más alegría. De esta manera no tengo que preocuparme porque Mitch Grassi me reconozca y me brinda seguridad y privacidad. Dos días después de la cena de Noche Buena la nieve había comenzado a caer sin parar cubriéndolo todo de blanco, forrando las casas sin previo aviso y tomando a todos desprevenidos.

Entro al pequeño local; menos que un Starbucks más que un simple café. Algo intermedio y acogedor que se encuentra en un quinto piso. Hay mesas de un pulido color blanco y sillas de un alegre tono celeste por todos lados. No hay más de las personas que pueda contar, así que resulta un lugar cómodo. Tomo la tasa de café y el pequeño panecillo de vainilla con sumo cuidado, y me dirijo a una mesa que tenga vista a los edificios ya iluminados. ME concentro en leer la carpeta y anotar cosas entre las hojas en blanco que encuentro. Me pierdo en mis anotaciones, sintiendo que me alejo de todo y todos. Me siento con la privacidad suficiente para gritar en alto la afirmación que da vueltas por mi cabeza «Mataré al desgraciado que asesinó a mi familia.» Sigo sintiendo esa soledad tan agradable hasta que por algún motivo del incoherente destino me lo encuentro sentado a una mesa a mi derecha. No viste sus prendas negras y ajustadas, si no que usa unos pantalones que quizás solían ser azules y actualmente se debaten por un gris claro, unas botas para nieve y una chaqueta negra. Sentado ahí, solo y con las ojeras parece, inclusive, mayor que yo. Se ve que la nicotina no corre por sus venas y quizás hace días que no toca un cigarrillo. Algo se remueve y me incomoda en mi interior. Por una décima de segundo me preocupa su aspecto; como si fuera  un hijo al que han descuidado y necesitara de mi cuidado. La imagen de Mitchell disparando a Marcus Lenovy desaparece esa lástima. Claro que no es vulnerable, mucho menos con tres identidades y miles de secretos en cada una. Una duda me taladra la cabeza y cualquier pensamiento coherente o importante desaparece; En otras circunstancias… ¿Qué sería de Mitchell Grassi? ¿Quién sería de no ser un asesino buscado? Quizás y sólo un quizás hubiera sido una buena persona, alguien agradable de conocer y pasar el rato, más que alguien jodidamente intimidante para la edad de veintiocho.

Siente que lo miro y me regresa la mirada tan desafiante que la necesidad de apartar la mirada se vuelve tan importante como respirar. Pero se convierte rápidamente en una pelea silenciosa dónde los alrededores desaparecen y ahora nos encontramos en la primera planta, no estamos a la altura adecuada.

Me concentro en su rostro un instante; moratones cubren un cincuenta por ciento de su rostro, haciéndolo parecer hinchado. Cubren su mejilla derecha, su mentón y hasta donde veo, parte de su clavícula; sobre su frente se nota un fino corte; su ojo derecho apenas se abre por culpa lo inflamado. No me pongo mucho a pensar porque se supone que no me importa. Sin duda ha peleado, pero nuevamente, se supone que no me importa y lo recorro lentamente con la mirada, sin verdaderas intenciones de intimidarlo. Tras terminar mi recorrido hago nota; tiene buen aspecto físico, quizás hace pesas y corre. De cerca no parece tan debilucho. Vuelvo a mirar su rostro; ahora centrándome en sus labios. Inconscientemente alzo una ceja, mandando el mensaje más bochornoso de toda mi vida: ¿A qué saben tus labios? Se me revuelve el estómago de solo pensarlo. No aparto la mirada y cuando no me centro en nada en específico noto algo diferente incluso sobre los moratones. ¿Eso que veo es un leve sonrojo? ¿Intimidé de la peor manera posible al menor? Me siento victorioso por un instante y al siguiente me siento asqueado por mí mismo. ¿Acaso tomo ese gesto como un intento de coqueteo? ¿Lo habrá mal interpretado todo? La respuesta es obvia. Claro que es rubor y por supuesto que lo mal interpretado todo.

Lookin' for Mr(s) Grassi.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora