Dia 54.

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Me vuelven a pedir mi nombre por tercera vez en el día. Desde que me desperté no dejan de hacerme preguntas. Respondo a ellas en automático y con hastío notable. De nuevo, me preguntan mi edad, qué ocurrió, si venía acompañado, y que recuerdo. La enfermera, notablemente fastidiada por mi actitud, sonríe forzadamente y se pone de pie para dejarme sólo. Le doy quince minutos para que envíe a otra enfermera a preguntarme las mismas estupideces.

Nadie me informa del estado de salud de las chicas y es lo único que me preocupa, tomando en cuenta que es mí culpa. Veo el auto rodando cuesta abajo, la sensación de culpa se apodera de mí, pero no consigo bloquear el recuerdo. No se escuchaba nada aparte del sonido sordo del metal siendo aboyado y resquebrajándose; asfixiándonos a todos. No soy consciente de si ya despertaron las chicas que vienen en la parte trasera, ni si Carolina dice algo, me dedico a ver como giramos fuera del camino y desaparecemos en aquella oscuridad que solo pocos conocen. Después de haber chocado despierto entre los escombros y la sangre de no-sé-quien-demonios y veo luces rojas por todos lados y un sonido que me trae de regreso al presente. Busco a Carolina y a la pequeña; las encuentro a ambas tiradas boca arriba a un par de metros alejadas de mí y antes de volver a caer inconsciente, escucho unas pisadas que van deprisa y se alejan. No le busco una respuesta a las pisadas, pero ahora que estoy en mis cinco sentidos y me siento capaz de pensar, deduzco que se trataba de Grassi. Él tuvo que haber llamado a la policía o lo que sea que nos haya recogido.

Estoy conectado tantas cosas que tardo mi tiempo en encontrar el ducto de la morfina. Aprieto la bolsita con ambas manos y el efecto es instantáneo. Suspiro de alivio y me dejo caer sobre la cama que ahora casi parece acogedora y cómoda. En este estado hasta una cama de clavos es una buena opción. Se abre la puerta y entra una enfermera como cabría esperar, acompañada de Carlos. Ella me mira sonriente y él no se molesta en disimular su desagrado. Se dicen unas palabras y finalmente quedo a solas con él.

─ ¿Y bien? ─ dice cruzado de brazos. Se sienta justo en la orilla de la cama. ─ ¿Qué ocurrió, Scott?

─ Nos embistieron y rodamos camino abajo, creo. ─ se me escapa una sonrisa de los labios gracias a la medicina. ─ Iba con la hija de Erick y su hermanita... simplemente nos tiraron colina abajo.

─ Esto es demasiado, Hoying. ¡Ni siquiera ha pasado un maldito mes y ya estas nuevamente en el hospital! El seguro no puede seguir pagándote...la agencia está colgando de un hilo y por estas aventuras tuyas estamos a un par de dólares de quedar en bancarrota.

Me tengo que erguir para que mis palabras tomen el peso que quiero darles. Me molesto al pensar que aparentemente ese accidente es mi culpa. Mi culpa es no haber cuidado a las chicas, solo eso.

─ ¿Insinúas que fue mi culpa que algún imbécil nos chocara y termináramos rodando colina abajo?

─ Insinúo que estás despedido. Eso es lo que insinúo.

Me dejo caer sobre la almohada que recobra su dura y fría consistencia.

─ Bien. Gracias por venir. ─comento y él entiende lo que le pido. Suspira con pesadez y desde el umbral de la puerta se disculpa. Quedo solo una vez más y no pasan más de dos horas cuando me harto de ver las mismas paredes y de respirar el mismo aire. Sin permiso alguno me desconecto de aquella infinidad de cables, salgo de la habitación y comienzo a buscar a Carolina. El dolor se vuelve más fuerte a cada paso y lo resiento en el brazo y las costillas. Después de preguntarle a un par de enfermeras doy con la habitación y entro sin tocar. El doctor que las atiende a las dos me mira mal por haberle interrumpido sin tocar. Carolina sonríe y su hermana está atenta.

─ Vendré en un par de horas para otra revisión, ¿te parece, princesa? ─ambas asienten. Me alegra saber que aún tienen la cualidad de sonrojarse. Me mira y como primera reacción parece sorprendido, como si estuviese viendo a un paciente muerto. Le sostengo la mirada con indiferencia.

─ Señor Hoying, veo que está mejor. Es un buen avance... ¿Cómo está su brazo? ─ Su bata parece impecable y la única pregunta que cruza por mi mente es ¿A cuántas personas habrá asesinado al tener el don de la vida o la muerte en sus manos? Aparenta estar de verdad interesado.

─ Finalmente alguien que me pregunta por mi estado físico y no por el mental. ─replico. Él ríe, asiente con la cabeza y vuelve con su semblante inmutable pero no agresivo ni amargo. Entre sus manos cuida una pequeña tabla con un par de hojas membretadas.

─ Ninguna enfermera cree soportar más de cinco minutos con usted, todas huyen intimidadas por su atractivo y su carácter. No es personal que ya le haya mandado a tres enfermeras distintas en lo que llevamos del día. ─su semblante parece casi divertido. Me apena su comentario pero a falta de energía sólo consigo reír con notable nerviosismo.

─Estaría mejor si la morfina corriera por mi sangre ¿sabe? Doctor...

─Kirk. Alexander Kirk, a sus órdenes. Si me permite, me gustaría hablar una vez que termine de estar con las chicas.

Asiento y seguido de otra amable sonrisa se retira de la habitación. Aunque se respire el mismo aire y vea las mismas paredes celestes con exactamente los mismos muebles la habitación se siente diferente y hay una paz que envuelve todo.

─ Estás bien... ─ sonríe Carolina. ─ Estábamos preocupadas pero no nos dejaban ir a verte y pensamos que...─ se atraganta con las lágrimas y acaricio su cabello.

─ Es un secreto pero nadie me dejo venir a verlas... ¿Cómo se sienten?

─ Sólo un brazo roto...─ responde la pequeña, señalando con su brazo sano el yeso rosa que cubre su otro brazo. Está sonriente y ni su cabello sucio borra esa sonrisa. ─ El doctor Kirk me ofreció teñir el yeso rosa a cambio de que me cuide...es como un príncipe azul.

─ ¿Y tú? ─ me dirijo a la mayor.

─ Un par de costillas fracturadas y moretones. Nos ha ido bien a decir verdad.

─ Llamaré a tus padres en cuanto hable con el "príncipe azul" Volveré a verlas pronto.

En cuanto cierro la puerta el doctor me recibe con otra de sus empalagosas sonrisas: ─Tengo que preguntarle algunas cosas.

No le devuelvo la sonrisa, porque su suspiro me revela que me va a preguntar lo mismo que los demás.

─ ¿Podemos ir a mi habitación? El dolor está matándome.

Accede y ahí tiene lugar el mismo cuestionario. Mi entusiasmo cambia, por alguna razón tengo mejor modo con él que con ellas. La mitad del tiempo son respuestas o preguntas tan estúpidas que hay más risas que palabras.

Todos quedamos felices tras un trato. Nos quedaremos dos semanas ahí y a cambio de que trate bien al personal del lugar recibiré doble dosis de medicamentos. Unas vacaciones de aquel traidor no me vienen nada mal porque estoy seguro de que si lo veo pronto me dedicaré día y noche a que deje de respirar.



Lookin' for Mr(s) Grassi.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora