Día 70.

183 19 4
                                    

Avanzo hacia la puerta con pesadez. Esta se agita mediante la aporrean con fuerza y mi cabeza comienza a dar vueltas. No recuerdo la última vez que caminé por mi cuenta, sin necesidad de tener que sostenerme de todas las cosas mientras me desplazo. Los golpes se vuelven más fuertes y continuos y me apresuro a abrirlo con tal de que paren. El suelo comienza a moverse bajo mis pies y casi me lanzo hacia la perilla de la puerta.

─ Es bueno verte andar, Hoying. ─ Su sonrisa sigue grata desde hace dos semanas. Le da una palmada a mi hombro cuidando la fuerza que le aflige y me abraza, como en cada encuentro que nos damos. Le devuelvo el gesto, sin embargo mi día no es bueno, mucho menos mi elección. El motivo de la reunión no me causa emoción y lo que haré después tampoco me hace sentir mucha seguridad. Lo invito a entrar en mi departamento y nos sentamos en la sala. El lugar está limpio porque a eso me he dedicado desde ayer, que nos dieron de baja, he limpiado todo solo para no pensar en otras cosas. Mis manos ya comienzan a tiritar pero él parece no darle importancia.

Parece que gritamos siendo consumidos por un silencio que nos aturde a ambos. Mi cabeza sigue dando vueltas y el lugar parece estar a punto de desmoronarse.

─ ¿Cómo van las chicas, Aberny? ─su rostro se ilumina al pensar en sus hijas. Todo se nubla por la envidia que aquella mirada me provoca. Tendría que ser mi hija la que me produzca aquella mirada de felicidad, pero solo se vienen malos recuerdos.

─Están muy bien... vivas, gracias a ti.

─ Te dije que estarían bien. ─ muerdo mi labio inferior. ─Erick yo... ya te tengo una respuesta a lo que hablamos.

─ ¿Enserio? ─ Suena incrédulo. Nada va mejorando. Él sabía desde un principio que lo haría. Tomo tanto aire como puedo antes de lanzarme por un precipicio arriesgándolo todo. Se me cierra la garganta por un instante y casi me arrepiento de haberlo llamado para cerrar el trato. Me siento sumiso y sin escapatoria, ya no sé hasta qué punto tienen sentido las cosas y me preocupa seguir perdiéndome más con cada idiotez.

─Hablaré en su contra si eso nos asegura que termine en la cárcel. Llevaré a Mitchell un juicio este fin de semana...

─Sabía que entrarías en razón. ─ sonríe ampliamente. Él sabe que lo hago porque no tengo otra opción, porque ya ni siquiera me importa seguir intentándolo.

─Bueno...creo que eso es todo. ─ digo intentando sonar educado. Ni por más que lo intente puedo volver a hablarle como antes. Ya no recuerdo de quien fue la culpa ni la razón y no le doy muchas vueltas al tema porque lo que sí sé es que todo comenzó desde que Mitchell se metió a nuestra vidas.

─Todo esto acabará en un par de días, Scott. ─dice como despedida. Aprieta mi hombro sin cuidado y con una inclinación de cabeza sale por la puerta. Sus pisadas resuenan hasta que se aleja y dejan de ser algo audible, dejan de ser algo que me importe. Miro la maleta que yace sobre el sofá, con suerte no se percató de ella. Me hundo en mis manos y vuelvo a mirar de soslayo aquel objeto que contiene mis únicas y realmente escasas pertenencias. Todo esto acabará en un par de días y eso me reconforta demasiado. Tomo unas aspirinas y me recuesto para que hagan efecto.

Despierto en cuanto la puerta vuelve a ser golpeada. Presiento que es Erick por la manera en la que los golpes se vuelven más constantes así que lo recibo con un "adelante" del cual me arrepiento tras ver mi error. Me levanto tan rápido como puedo, pero mi cuerpo sigue adormecido. En un intento fallido de ponerme alerta caigo torpemente al sillón. Me reincorporo y Mitchell se queda en el umbral de la puerta cruzado de brazos evitando mirarme directamente.

─ ¿Qué haces aquí? ─ es lo primero y único que logro decir. Entra y cierra a puerta. Se me hiela la sangre al recordar que lo dejé a su suerte la última vez que lo vi. No supe si fue a la cárcel pero confirmo que es una idea absurda en cuando veo su apariencia. No hay rasgo alguno de agotamiento u odio hacia mí. De cualquier manera no bajo la guardia.

─Así que este es tu departamento, Joe...Scott. ─ se corrige y parece confundido, casi frustrado. Asiento y su mirada termina donde no debería. Escruta la maleta incrédulo, como si no supiese lo que contiene, y la manera en que aprieta los labios indica que está molesto. Comienza a negar con la cabeza y suspira. Su ropa nunca me había parecido tan oscura hasta ahora, que con cada centímetro que se mueve va dejando un rastro de tinieblas que solo pocos percibimos. ─ ¿Quién eres?

Esperaba un "¿A dónde iras?" o un "¿Piensas irte?" pero no aquello. ¿Quién soy? Se comienza a acercar a paso lento tocando todo a su paso, haciéndolo parecer todo más oscuro mediante se acerca a mí. Estoy a punto de responderle pero tomo en cuenta que ya sabe todo acerca de mí, sin embargo, yo solo he leído algunas cosas acerca de él las cuales aún no ha aceptado.

Reacciono cuando está enfrente de mí, nuevamente cruzado de brazos y mordiendo su labio inferior. Tengo que agachar un poco la cabeza para poder regresarle la mirada y eso parece molestarlo porque su mentón se tensa y alza una ceja.

─ ¿Quién eres tú? ─ Replico. Ahora yo me cruzo de brazos y alzo una ceja. Quizás me lo diga si me pongo firme. Quizás lo logre esta misma noche. Quizás logro otra cosa. Intento lograr que no se percate de mis nervios. ¿Cuándo fue que quedamos tan cerca? ¿En qué momento la distancia desapareció?

─ ¿Realmente importa? ─ Responde indiferente. Intento no sonar abrumado por su cercanía pero su mirada inmutable lo hace imposible.

─ Bueno... Importa tomando en cuenta que investigué un poco de aquel nombre tuyo porque me parecía conocido y estás muerto según los registros.

─ Scott... ¿Realmente importa? ─ insiste. No se inmuta ni le da importancia a mi comentario. Su mano toca mi brazo y me pongo rígido por algún instinto el cual desconozco. Su semblante se torna y me mira apenado. ─ No pretendía acertar el tiro...ni siquiera pretendía apretar el gatillo pero ella me dijo que lo hiciera.

─ ¿Quién? ─no me responde. Se queda cabizbajo sin apartar la mano de mi brazo. Con una de mis manos y con más sutileza de la que se merece le hago alzar la barbilla para que me mire. ─ ¿Quién es ella?

Pasa saliva con dificultad y humedece sus labios con una lentitud eterna. Ambos terminamos mirando los labios del otro con sincronía. Ya no recuerdo de que hablábamos tres segundos atrás, solo sé que lo tengo bajo mi control. Andamos a tientas hacia la habitación porque toda la concentración se ocupa de mantener nuestros labios unidos.

Ni con la puerta cerrada se amortiguan sus gemidos.


Lookin' for Mr(s) Grassi.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora