𝟎𝟑. 𝐁𝐢𝐞𝐧𝐯𝐞𝐧𝐢𝐝𝐚 𝐚 𝐜𝐚𝐬𝐚.

830 177 56
                                        


Ciudad Central.

Lo primero que Barry captó al despertar era el aroma de la lluvia mezclada con el dulce olor de su shampoo. Fresas y algo más floral, podía olerlo gracias a la cercanía en la que se encontraban.

Girando sobre su espalda, se encuentra de frente a ella. Aunque sus ojos continúan cerrados, su cuerpo logra percibir la calidez del suyo.

La suave risa de la rubia rompe con el silencio, y Barry no logra controlar la sonrisa que crece en su rostro.

—Buenos días, dormilón. —Susurra, y Barry suspira al sentir la calidez de su mano acariciar con suavidad su mejilla. Instintivamente, inclina su rostro más cerca de su tacto. —Es hora de abrir los ojitos.

Barry niega, inclinando levemente el rostro para besar suavemente la mano que acariciaba su rostro.

—No quiero. —Responde, sonando como un niño pequeño. La risa de Elara no tarda en responder, mezclándose con el sonido de la suave llovizna que cae sobre ciudad central. El aire fresco que entra por la ventana hace estremecer al castaño, quien no tarda en acurrucarse más contra el cuerpo de la rubia. —Esto es perfecto. —Susurra. —Justo así.

El silencio se apodera de la habitación por un momento, y el corazón de Barry da un vuelco.

—Lo sería, ¿cierto? —La voz de Elara atraviesa sus oídos, pero se escucha distinta esta vez. Distante, como un susurro atorado en algún rincón olvidado de su mente.

Cuando Barry abre los ojos, el lugar junto a él está vacío. El brillante sol de la mañana se cuela por la ventana, golpeando su rostro con intensidad.

El día apenas comenzaba, y él ya se encontraba de mal humor.

Su vida se ha vuelto tan monótona, que incluso los sueños son parte de su rutina.

Con el paso de los meses, se ha vuelto más complicado para él diferenciar sus recuerdos de las retorcidas creaciones ficticias de su tortuosa mente.

Habían pasado 92 largos días desde la última vez que durmió tranquilamente. Lo recordaba, porque esa fue la última vez que despertó junto a Elara, y Barry no podía olvidar ningún momento que hubiese pasado a su lado.

Tan dolorosos como fueran los recuerdos, eran lo único que tenía de ella. Y después de tres meses sin saber absolutamente nada de la rubia que había ocupado cada pensamiento y momento de su vida durante meses, Barry necesitaba algo a lo cual aferrarse, solo para evitar salir corriendo hacia ella y rogarle que lo tomara de vuelta.

Después de todo, debía recordarse, Elara merecía algo mejor que los fragmentos de un hombre que nunca podría darle la paz que se merecía.

Al llegar al final de las escaleras hacia el primer piso de la casa West, Barry no tarda en adivinar que aquella mañana sería diferente.

Lo sabe, porque el silencio que suele recibirlo al bajar, siempre a la misma hora, cuando sabe que Joe ya no estará en casa para cuestionarlo o agobiarlo con su preocupación paternal, es reemplazado por el sonido de la cafetera encendida en la cocina.

Cuando se acerca a la habitación, parte de él se planteó salir corriendo en el momento en que sus ojos reconocen la figura de su hermana recargada contra la isla de la cocina, la mirada enfocada en el dispositivo móvil que sostenía en su mano.

—Hey. —Saluda, decidiendo actuar un poco como el adulto que se supone que es.

Aunque si le preguntan, apenas a unos meses de comenzar sus 26 años, Barry sigue sin saber en qué momento es que uno realmente comienza a sentirse más como un adulto y menos como un niño asustado y confundido fingiendo que sabe lo hace.

SOLARA || The FlashDonde viven las historias. Descúbrelo ahora