#13: La máquina del misterio (pt 1)

185 19 1
                                    

Suspiro cansada viendo mi cuarto viejo, mi pequeña cama con mis cobijas cubiertas de polvo, mis cosas que no se han movido de lugar desde la última vez que estuve aquí. Mis dibujos, mis libros, todo congelado en el tiempo, la última vez que estuve aquí, estaba cambiandome para un nuevo día de trabajo, pensando en pedirle telas a mamá para hacerme otra falda. Ahora sólo traigo puesto un pantalón deportivo, con lo mucho que odio usar pantalones.

Rafael, enfrente mío, parece indagar entre mis cosas, maravillado por las fotos familiares que tengo, mis listones, mis libros, los llaveros que los clientes me regalan de sus viajes. No puedo evitar sentirme triste viendolos, siempre soñé con viajar por el mundo y ahora lo único que quiero es poder estar en un lugar sin tener por mi vida. Me siento en mi cama, sintiéndome cansada de tantas emociones y confundida de porqué me ha traído hasta acá.

—¿Este es el lugar seguro que mencionaste? —pregunto frunciendo el ceño, pensando que este lugar no es exactamente lo que tenía en mente.

—¿Eh? —pregunta confundido viéndome, sosteniendo una foto mía de cuando era niña—. No. Tu abuela me pidió que pasara por acá por sus especias, dijo que primero pasara por ti porque tú sabrías mejor todo lo que ella necesita.

—No sé porque no me sorprende que haya estado todo ese tiempo encerrada pensando en sus especias —respondo suspirando cansada—. De seguro también quiere sus utensilios y la máquina para hacer pasta.

—También dijo algo de un exprimidor de ajo y un machete —responde Rafael volviendo a jugar con mis cosas con una sonrisa curiosa y toma un juguete de mi tocador—. ¿Qué es esto?

—Es un caleidoscopio, pon tu ojo ahí y gira la rueda grande —le explico y él me obedece, a lo que suelta un grito bastante alegre.

—¡Muchos colores! ¡Wow! Amo tu cuarto —anuncia contento sin dejar de girar la rosca y concentrarse en las distintas figuras.

—¿No es peligroso que estemos aquí? —pregunto cruzada de brazos, preocupada de la actitud tranquila de Rafael—. En cualquier momento se darán cuenta que no estoy allá y probablemente vengan a buscarme acá.

—Oh sí, deberíamos irnos —dice Rafael bajando el juguete y agarra mi caja de gises viéndolo maravillado—. ¿Para qué es esto?

—Son gises, suelo dibujar en esa pizarra a tu  derecha —respondo, acto siguiente, él toma un gis de la caja y hace una raya en la pizarra negra, a lo me voltea a ver maravillado por la acción—. ¿Nunca habías visto cosas como estas?

—Jamás—responde y parece seguir dibujando algo en el suelo—. Madre decía que los juguetes hacían que los niños fueran tontos, yo creo que su debilidad es la felicidad ajena y por eso se empeña en hacernos miserables a todos. Creo que el único juguete que alguna vez vi de cerca en mi vida fue un mono de peluche.

—Oh, que curioso, yo también tengo uno —respondo sonriendo y muevo mi cobija, donde mi mono de peluche estaba oculto, con un poco menos de polvo que las cobijas, pero igual de viejo y suave como siempre.

Rafael suelta los gises en cuanto se lo muestro, su cara ha perdido color y ya no sonríe. Lo miro confundida mientras él lo toma en sus manos, casi temblando, con una expresión de tristeza y dolor en su rostro.

—¿Desde hace cuanto lo tienes? —pregunta con su voz casi quebrandose.

—No lo recuerdo —respondo riendo nerviosa—. Simplemente lo tengo y lo abrazo cuando tengo pesadillas.

Rafael no parece haber prestado atención a mi respuesta, solo mira fijamente el peluche. Apretandolo con sus manos temblando, como si fuera demasiado familiar para él y lo miro preocupada. Debe ser muy parecido al peluche que vio de cerca cuando era niño y debió traerle un recuerdo amargo.

FaraizeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora