#32: Una pelea familiar

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Angie.

Suspiro cansada, acomodando vendas en mis manos, pensando en la terrible idea que es esto. Mis piernas no dejan de temblar por los nervios y puedo sentir las miradas de Cristian y Jorge sobre mí del otro lado de la camilla.

Miro a Rafael, el cual solo está durmiendo cómodo, con una sonrisa en su rostro, completamente ajeno a lo que sucede y me pregunto que sería esa cosa tan linda que debe estar soñando como para que duerma tan feliz. Acerco mi mano a su mejilla y parece reaccionar a mi toque, ya que inclina su cabeza hacia mi mano, como si quisiera frotarse con mi piel.

—Es como un gato —susurro sonriendo y me doy cuenta que estoy conteniendo el llanto—. Oh Rafael, no sé qué hacer.

—Puedo llevarla lejos —me sugiere Cristian sonriendo nervioso y tomo la mano que Jorge no sostiene de Rafael—. A donde quiera, conozco muchos lugares bonitos que le gustarían.

—No tiene caso, ellos me encontrarían —digo soltando un par de lágrimas—. Y cuando vuelva, será peor. Siempre es peor. No quiero hacerme esto, ni a Rafael, no podría soportarlo.

—¿Por qué la odia tanto su hermana? —me pregunta Jorge confundido y subo la mirada para verlo.

—Odia la idea de mí —respondo y pongo una mano en mi pecho—. Yo sé qué si solo me diera una oportunidad, podría llegar a ella y podría entender que no soy su enemiga. Quiero apoyarla.

—¿Por qué? Es una imbécil —dice Cristián y Jorge lo golpea en el brazo sin despegar la vista de mí, sonríe de forma falsa, como si buscara reconfortarme.

—Sé que puede parecer muy dura, pero sé que es una buena persona —susurro apretando mis puños, casi desesperada—. Es un poco volátil, pero si cualquiera estuviera en su lugar lo entenderían. Ha sido mucho lo que ella ha tenido que procesar últimamente y sí, sus reacciones no son las mejores, pero yo estoy bien con ser pisoteada por ella si eso significa que todos tendrán un mejor futuro.

—¿Por qué cree que no lo tendrían si usted es líder? —me pregunta Cristián ladeando la cabeza.

—Sería una pésima líder —respondo con una mueca—. La principal razón es que no quiero serlo y hacer cosas porque te sientes obligado jamás terminan bien. La libertad es algo precioso, envidio a las aves que pueden salir volando a donde deseen, lejos de todo esto, elegir a donde ir y qué hacer. Eso es lo que quiero para mi vida, ¿es mucho pedir?

—Nosotros tenemos deberes —dice Jorge con una mirada triste hacia Rafael mientras aprieta su mano—. Tenemos que cumplirlas para asegurar la paz, para que las cosas sean hechas, porque si todos hicieran lo que quisieran, nada podría terminarse. Vivimos en comunidad, así que siempre tenemos que apelar al beneficio de la mayoría, protegernos entre nosotros y abandonar nuestros caprichos en pro de la convivencia.

—El deber es más pesado que el deseo —susurra Cristián, como si recitara algo a lo que Jorge asiente de forma triste, entrelazando su mano con la de Rafael.

—Sí, imaginé que no lo entenderían —respondo en voz baja y juego con mis manos—. Sé que sueno muy egoísta en este momento, pero de verdad amaría tener opciones.

—Una vez la señora Fiona le dijo al señorito Rafael que las opciones tenían un precio muy alto que él no era capaz de pagar —me cuenta Jorge con media sonrisa—. Él es como usted, siempre viendo hacia el cielo, con la cabeza entre las nubes. Admiro mucho su espíritu libre, pero, al igual que usted, anhelo que llegue el día en el que pongan los pies en la tierra. Es lo mejor para todos.

—¿Es así? —pregunto riendo de forma falsa y ligera, jugando con el cabello de Rafael, el cual ha crecido bastante en estas semanas y le vendría bien un corte—. Que pena, estos sueños de libertad que ambos tenemos morirán en unos minutos, que vengan a buscarme y mi destino termine de ser sellado.

FaraizeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora