# 21: Los hijos no deseados

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Unos días antes.
Rafael.

Cuando abro los ojos, me encuentro el rostro de la persona menos esperaba para mí, viéndome con toda su atención, entrecerrando los ojos, pensando en qué momento sería apropiado considerarme muerto y enterrarme en el patio.

—Desátame, Roberto —le ordeno moviendo mis hombros, haciendo sonar las pesadas cadenas que pusieron para detenerme.

—No me das órdenes —responde en tono frío, aunque puedo saber a la perfección que está decepcionado que haya despertado.

—De verdad no me quiero ver en la necesidad de llamar a tu hermano —le digo rodando los ojos, a lo que Roberto aprieta los dientes, bastante irritado y da un paso hacia mí, con claras intenciones de arrancarme la cabeza, aunque es detenido por su propia prudencia—. No me digas que ahora peleas limpio y no quieres atacar a alguien en desventaja.

—Me ordenaron no tocarte —responde de forma seria y alzo una ceja, confundido por la forma en la que dijo eso.

Trae su traje tradicional de discípulo, que consiste en un short roto y una banda de tela que cubre la mitad de su pecho. En sus costados descubiertos puedo ver algunas cicatrices de sus antiguos combates, en la ASP se cree que un guerrero es formidable si tiene muchas cicatrices, mi madre cree exactamente lo opuesto.

No es que las cicatrices se le vean mal, si no lo contrario. Es alto, está en forma, tiene el cabello negro y espeso, unas facciones bastante definidas, como una nariz fina y unos ojos intensos pero atrapantes... si dejara de ser tan insoportable, podría considerarse atractivo.

—Tengo curiosidad porqué te ordenaron eso en específico —respondo ladeando la cabeza, a lo que él bufa.

—El líder Adam tiene preguntas para ti —dice tratando de calmar su voz con respiraciones largas—. No te liberaremos hasta que las respondas.

—Prometo no escapar —le digo de forma cantarina, ni siquiera molestándome en ocultar mi engaño—. Solo desátame, las cadenas son incómodas.

—Mientes con demasiada facilidad —gruñe irritado—. Toda tu raza lo hace, son asquerosos.

—No aceptaré eso del sujeto que huele a perro mojado —respondo de forma burlona, a lo que él se enfurece, cayendo en mi provocación.

—Pequeño...

—Roberto —le llama la voz de Adam, entrando a la habitación con paso firme y el resto de sus tontos discípulos detrás suyo.

Adam, como siempre, viste una capa gigantesca cubierta por capas de tierra, capa que pesa demasiado y carga para fanfarronear. Por los mismos motivos, tampoco trae camisa, solo un conjunto de adornos de oro que cubren sus brazos y algunas partes de su pecho, unos shorts rotos con los que, él afirma, venció a Iván Snow y consiguió la independencia de los miembros fundadores de la ASP y una pesada corona en su cabeza.

Los discípulos detrás de él no traen zapatos, ni ropa que los cubra demasiado, en sus tobillos y muñecas usan unos aros dorados, que asumo que son oro. Es una ocasión sorprendente verlos a todos juntos, sobre todo con sus trajes tradicionales, estando Viviana y Jennifer a su izquierda, viéndome molestas como siempre y a Jorge y Cristian a su derecha, uno viéndome con preocupación y el otro con desinterés.

—Mi rey —dice Roberto inclinando su rodilla en el suelo, en dirección de Adam, mostrándome su espalda vulnerable.

—Rafael, si tratas de patearlo, te morderá —me advierte Jennifer y rio divertido, siendo atrapado antes de realizar mi pequeña travesura.

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