#19: La princesa del bosque

145 11 0
                                    

Angélica.

—¡Cásate conmigo! —exclama la voz de Gabriel y volteo, por los detalles borrorosos y la sensación extraña de mi pecho, sé que esto se trata de un sueño. Uno muy extraño.

Estoy en el patio trasero de mi hogar, junto a los botes de basura, Gabriel me mira entusiasmado, viendo casi etéreo pese a su alrededor. No hay ningún rastro de broma en su voz, pese a que no entiendo lo que sucede, mis mejillas se tornan rojas por la vergüenza y suelto la bolsa de mis manos.

—¿Qué? —pregunto sin aliento y cubro mis mejillas con las manos.

—Vámonos de aquí —me pide, tomando una de mis manos entre las suyas—. A donde quieras, pero mantente a mi lado, haré lo que me pidas, te compraré lo que desees. No deseo otra cosa, no deseo vivir si no es para complacerte, no deseo riquezas si no las puedo gastar en ti, no deseo tierras si tú no vives en ella, por favor Angie, déjame ser tu esposo y estar unido a ti por el resto de nuestras vidas.

—¿Tan poco tiempo? —pregunto burlona, sonriéndole con ternura, a lo que él sube mi mano hasta su mejilla.

—Si hay una vida después de esta, te buscaré en ella —responde y suelta un beso en la palma de mi mano—. Yo siempre voy a amarte, en todas y cada una de las vidas que se me concedan y en todos y cada uno de los universos que existan.

—Siempre sabes qué responder —digo sonriéndole de lado, dando un paso más cerca de él y le planto un beso en los labios, corto, pero tierno—. De acuerdo, seré tu esposa. En esta y todas las versiones de mí que existan.

¿Qué yo qué?

Despierto dando un brinco, sintiendo mi cabeza pesada y toco mi pecho, sintiéndome un poco aliviada. Hace unas horas, trataba de dormir un poco, después de este largo día raro, cuando un dolor en mi pecho apareció, como si estuviera en peligro, de pronto, la imagen de Rafael se vino a mi mente y no podía respirar. Debí desmayarme después de eso y me han cargado hasta la cama de mi abuela de nuevo.

Trato de ponerme de pie, pero un dolor agudo en mi tobillo me detiene, la marca morada de la cuerda de ayer arde mucho más que hace unas horas, pero ese dolor me recuerda que estoy despierta y no en un extraño escenario raro con Gabriel, como han sido mis sueños en las últimas semanas.

—¿Abuela? —pregunto volteando alrededor de la tienda, para notar que me encuentro sola, lo cual me preocupa un poco.

—Has despertado —me dice una voz masculina desde afuera y lo escucho aclararse la garganta—. ¿Estás... Uh... Vestida?

—Claro, pasa —respondo y la figura de Roberto entra a la tienda, lo cual me hace tragar en seco. Su voz se escucha completamente distinta cuando no está acusándome de traición.

—Mi hermano me mandó a revisar que te encuentres bien —me dice y pone su puño en su boca, aclarando su garganta, luciendo sumamente tímido frente a mí—. ¿Te encuentras bien?

—He de asumir que no acostumbras a hacer este tipo de cosas —respondo con calma, no detectando peligro en él—. Me encuentro bien, gracias por preguntar. ¿De casualidad sabes dónde se encuentra mi abuela?

—¿La anciana que te cuida? —pregunta sorprendido y yo aprieto los labios, determinando que él no la llamó anciana con mala intención.

—Sí, ella —respondo suspirando cansada.

—Está haciendo desayuno.

—Oh —digo y me levanto de la cama con lentitud, tratando de no apoyar tanto peso en mi pierna herida—, entonces iré a ayudarla.

FaraizeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora