PRÓLOGO.

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Los truenos resuenan en el cementerio oscuro y frío. El árbol torcido que hace guardia en el portón, mueve violentamente sus ramas con la corriente de aire que lo azota.

Escondida por el manto de la noche, una chica espera con paciencia bajo el tenebroso árbol, a que la muerte le tenga compasión y la arrastre con ella.

El largo vestido de satín escarlata, está rasgado y roto de muchas partes, el cabello descansa desparramado sobre la tierra lleno de las hojas que se desprenden de las ramas del único testigo que presencio la mortal hazaña.

La chica tiembla y la sangre se desliza por su cuello, cálida y pegajosa. La cabeza le da vueltas, su respiración se niega a ceder y el corazón es cruelmente obligado a continuar latiendo.

—¿Por qué no solo te apiadas de mí y me dejas ir? —susurraba desesperada a la nada.

Ella sabia que la ayuda no llegaría, sabia que había tomado su decisión y que las consecuencias eran éstas. Pero antes de que la suave caricia de la muerte finalmente la tocara, dos figuras imponentes aparecían a su lado.

Lo siguiente que supo, fue que un dolor mucho más agudo que el de la espada cortando su piel, comenzó a arder en su cuello. Quemaba, ardía y condenaba.

Las Memorias de mi Sangre.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora