Karma.

64 7 0
                                    

Karma.

Ese era el nombre de la habilidad de Zairé.

Karma puro y letal.

O al menos, si oficialmente no era ese, el nombre le caería como anillo al dedo.

La piel de los brazos aún me escoce y siento el calor en partes del cuerpo que se concentra creando quemaduras, tal vez, psicológicas.

—Ella está lo suficientemente débil como para ser interrogada y él está cansado, así que no podrá defenderla —La superficie lisa de la piedra empieza a tomar forma bajo mis manos.

Apenas escucho los sonidos de las voces que murmuran algo en algún sitio.

Cerca. Lejos. No importa.

Abro y cierro los ojos, tratando de enfocar algo solido a mi alrededor pero no lo consigo, incluso es demasiado cansado intentarlo.

Alguien me recorre el brazo con delicadeza y sacude cuidadosamente mi codo.

—¿Elina? —Doy un respingo, la voz aterciopelada de Alabaster parece tan ajena a mí como el sitio en el que me encuentro tumbada boca abajo.

Me revuelvo sobre el suelo descubriendo con asombro que no estoy atada a ningún lado.

—Elina, tenemos que hablar.

Gruño. No porque me moleste su petición sino porque no soy capaz de emitir ninguna palabra.

La risa que jamas le había escuchado, abraza el aire de la habitación, llenando con su sonido el pequeño espacio. La vibración de su pecho me hace sentir acogida, como si hubiera vuelto a días lejanos donde el dolor y la desesperación no eran más que palabras burdas y sin sentido.

Hago un esfuerzo monumental y apoyo las palmas en el suelo para impulsarme.  Los brazos me tiemblan, pero aguantan mi peso y con mucho esfuerzo logro ponerme en pie.

Titubeo un par de veces, peron ambas las manos de Alabaster me sostienen e impiden mi caída.

Mis ojos se adaptan a la penumbra de la habitación, logrando que las figuras borrosas tomen forma. Mi mirada viaja de un lado al otro, deslizándose por los muebles y los colores de la habitación.

La enorme cama con dosel se encuentra en el medio de la habitación, las cortinas transparentes se mantienen elegantemente sujetas a los postes de madera y la ligera manta que envuelve el enorme colchón cae en partes iguales a los lados.

Los burós que hacen guardia aun tienen sobre ellos un par de peinetas y una caja abierta con un anillo descansando en el cojín de terciopelo.

Hay vidrios a los pies de la puerta que da al balcón, lo que provoca que la cortina se balance al ritmo de la brisa. Un enorme tocador ubicado al lado de ésta, conserva algunos cepillos desordenados frente al espejo junto con botellitas de perfume ordenadas de mayor a menor tamaño, un línea de polvos para la cara todavía se nota entre las fragancias, dejando algunas manchas en el taburete que está frente al tocador.

Mis piernas languidecen y soy incapaz de mirar por más tiempo la escena.

Es mi habitación, tal y como la dejé cuando me fui.

La capa de polvo que cubre todo delata el abandono a la que ha sido sometida, pero aún con eso, parece cuidada. Nada fuera de lugar, nada ha sido movido.

Incluso los vestidos que fueron arrojados en su momento al suelo, arrancados del baúl que los resguardaba, mantienen una posición casi artística con los pliegues formando ondas de colores brillantes en el suelo.

Las Memorias de mi Sangre.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora