¿No tienes sed?

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Las puertas del salón se abren, dejando pasar a una de las mucamas que sirve en la casa.

—Disculpen la intromisión pero, el señor Bruno quiere verlos.

De inmediato, Manuel me suelta y ambos recomponemos nuestra expresión. La añoranza y el dolor, es reemplazado por la fría mascara de indiferencia, ambos asentimos y salimos rápidamente del salón.

Manuel parece derrotado y su actitud me duele, no me gusta que mi familia sufra, mucho menos mi hermano favorito. Froto su brazo para intentar infundirle valor y le ofrezco la mejor sonrisa reconfortante que poseo.

—Está bien Manuel. —Le digo mientras caminamos por los amplios pasillos de la mansión.

—Tal vez si yo pudiera... —Niego rápidamente antes de que pueda acabar la frase y me paro en seco frente a él.

—Ellos no van a escucharte, ésta misión es mía, lo he sabido desde siempre, solo obedezcamos y ya. No trates de arreglarlo. —Le pido angustiada. Esa conversación la hemos tenido miles de veces y jamas a llegado a un punto diferente del establecido. Soy yo la que debe cumplir, la que se debe sacrificar.
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Las puertas de caoba del despacho del abuelo siempre permanecen cerradas, nadie entra a menos que lo solicite y nadie sale sin su autorización, y el hecho de que nos haya llamado no es algo bueno.

Manuel gira la manija de la puerta, dejando a la vista a un hombre cansado y viejo, con el rostro marchito y agrietado; escondiéndose del exterior, con las pesadas cortinas corridas.

Ni un rayo de luz entra, no amenos que... freno en seco el pensamiento y lo elimino rápidamente, entro al sombrío despacho con mi hermano a mis espaldas y los ojos cansados de mi abuelo me enfocan.

—Mi dulce Mónica. —Una sonrisa siniestra se dibuja en su rostro y abre los brazos. Vaciló antes de dirigirme a él, pero al final cedo y dejo que me envuelva. Su abrazo es frío y corto, «mera cortesía» me recuerdo—. Y miren quien la acompaña, mi muchacho fuerte. —Manuel se tensa en el instante en que los ojos del abuelo se clavan en él— ,pareces algo cansado hijo, ¿qué día es hoy? —Su ceño se frunce mientras busca entre las carpetas y sus manos revuelven los papeles del escritorio; saca un pedazo de papel con las fases de la luna, chasquea la lengua y nos mira con severidad— .Ya pasaron casi dos meses muchachos, no podemos darnos el lujo de privarnos del alimento ahora. Tienen que salir. —Rodea el macizo escritorio y vuelve a acomodarse en la mullida silla, con las manos entrelazadas sobre su estómago.

Manuel se adelanta hasta dejarse caer sobre una de las sillas que está frente a la mesa y lo mira con gesto cansado.

—Estábamos a punto de salir cuando enviaste por nosotros. —Su expresión cambia, de la fingida preocupación a la sincera molestia.

—Muy bien, entonces vayamos al grano. Supongo que Violeta ya te puso al tanto de nuestro éxito con la familia Arteaga ¿no es así? —Asiento y yo también dejo que la acolchada tela de la silla, se hunda bajo mi peso.

—Leí la invitación abuelo, estoy enterada. —Y antes de que formule la pregunta que se que piensa, le respondo— .Manuel también lo sabe.

—Muy bien, entonces comencemos con el plan. —Sus manos viajan hasta la gaveta de su escritorio y saca una llave dorada de su saco. El sonido de la cerradura al ser abierta suena y desliza el cajón. Un libro viejo y desgastado, aparece encima de la mesa y el abuelo lo abre en una página que ha sido consultada, quizá miles de veces por nuestra familia.

"Un descendiente, varón o mujer, de la casa de los Altamira, está destinado a ser el salvador de todas las generaciones venideras que pertenezcan a la familia.

Las Memorias de mi Sangre.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora