Quemando Mentiras.

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Pataleo, manoteo, lanzo mordidas intentando alcanzarlo, pero lo único que logro impactar es al aire vacío.

Siento su sonrisa extenderse mientras sus labios se posan sobre mi cuello.

—Sigues oliendo igual de bien Mónica —susurra pasando su nariz por el arco de mi garganta.

Busco con desesperación la silueta de Alejandro, pero la he perdido entre la masa de vampiros que se golpea en el campo. Las llamas de mis manos se niegan a aparecer cuando las llamo, no hay respuesta del fuego en mi interior.

—¿Asombrada? —pregunta Manuel ignorando mis intentos por quitármelo de encima.

—¡Suéltame hijo de perra! —le grito mientras me retuerzo en sus brazos.

—Esa boquita, preciosa, esa boquita cuídala.

Sus pies se mueven a una velocidad ridícula, el cielo se vuelve un borrón azul marino sobre mi cabeza al mismo tiempo que el olor a muerte y batalla se desvanece con rapidez.

—¿Para qué me quieres Manuel?, ¿a dónde me llevas? —Entierro la cabeza en su pecho, me aferro con fuerza a su camiseta, lo que sea con tal de evitar la sensación de que estoy siendo succionada por un tornado.

—El abuelo sabe que enfrentarse a todos esos vampiros no es tan importante como enfrentarnos a ustedes dos.

»Necesitamos su sangre para que Bruno Altamira y toda su familia conserve permanentemente el control del Concilio y las protecciones que los brujos pusieron para conservar y hacer cumplir las leyes se debiliten para destruirlas.

»Su vida a cambio del control —Las palabras son como un zumbido lejano en mi cabeza, las consecuencias no logran tomar forma ni magnitud cuando las pronuncia, pero no se oyen como buenas noticias.

Me obligo a mi misma a arrastrarme de vuelta a la consciencia, entierro las uñas en las palmas de mis manos para despejarme la cabeza, aclarar mis ideas.

La piel marmórea del cuello de Manuel aparece en mi visión mientras enfoco de nuevo el mundo. Puedo alcanzarlo de una mordida si me estiro un poco.

Los colmillos salen con violencia de sus fundas enterrándose en la piel de Manuel, provocando que sus brazos me suelten y caiga con un golpe sordo al suelo.

Gracias al impulso que llevaba su carrera mi cuerpo rueda por el lodo haciendo que las piedras del camino se entierren en mis brazos desnudos, dejando marcas pequeñas en la piel pálida, provocando rasgaduras en mi ropa de por sí deshecha.

Me pongo en pie de un salto, sacudiéndome la ropa en un gesto casi inconsciente. Busco con la mirada a Manuel pero no lo ubico, me muevo y me giro intentando localizarlo pero parece inútil.

Parece que se ha esfumado.

Llamo de nueva cuenta las llamas a las palmas de mis manos pero es demasiado doloroso hacer que se desplacen desde el interior hasta las muñecas y me preocupa, si eso no puedo hacerlo será inútil arrastrarlas hasta los antebrazos.

—Sigues siendo una necia Mónica, siempre luchando, siempre haciéndolo todo más difícil.

Las correas de cuero que me cruzaban el pecho y las caderas no están, tiento con creciente pánico los lados de la cintura buscando algún arma, lo que sea para al menos dar una batalla más o menos digna. Finalmente mis dedos se tropiezan con la empuñadura de una daga.

Las botas, recuerdo a haber metido un par de repuestos dentro de ellas.

Lo que parecían ser hebillas a los lados del largo calzado hace un momento, ahora dejan ver un par de hojas relucientes al momento de que las desenfundo.

Las Memorias de mi Sangre.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora