Un Vistazo al Pasado

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El mármol rojo está bajo las palmas de mis manos, mis rodillas están apoyadas sobre la superficie lustrosa y un frío terrible me atraviesa el estómago.

Levanto la vista, confundida por el lugar donde me encuentro y la visión de una estatua de un hombre, me hacen saltar hacia atrás rodeándome el abdomen.

Un altar circular elevado en el centro de una catedral enorme, esta flanqueado a cuatro puntos por todos los doctores de la iglesia católica.

Levanto la vista, desesperada por ubicarme y me encuentro con una cúpula dorada, tenuemente iluminada por la luz de la luna que se cuela por las ventanas que la rodean.

Los halos de luz se reflejan en el suelo y un eco de pasos corriendo se escucha en la lejanía.

Me giro, poniéndome alerta para identificar a quien pertenecen los sonidos y me encuentro con una familiar cabellera azabache que ésta vez va suelta moviéndose frenética.

La mujer lleva a una jovencita de la mano, los rulos dorados brincando sobre su vestido rosado y su andar parece apresurado.

Elina, mi niña, mi vida —Los sollozos de Diana son ahogados por sus pasos.

Giran en la esquina del enorme órgano de madera tallada y las rodillas de Diana golpean con violencia sobre el mármol.

Diana, ya deja de llorar y sácame de aquí, éste lugar me hace sentir enferma Elina trata de zafarse del agarre de la mujer, pero ella se aferra sin tregua a su brazo.

Todavía puedes salvarte Elina, todavía hay oportunidad para ti.

»Ofrece tu vida a Dios, ofrece tu alma al cielo —Los cabellos negros se pegan a su rostro bañado en lágrimas y las manos le tiemblan de un modo desesperado.

Elina levanta la vista hacia el altar y los rayos de luna le iluminan los ojos azules: llenos de dudas, llenos de miedo e incertidumbre.

Me cuesta un rato percatarme de que los temblores que ahora le recorren las manos, son los suyos propios y no replicas de los de Diana

Una capa de sudor le cubre el rostro y la vacilación puede leerse fácilmente en sus movimientos.

Tiene la intención de acercarse al altar, pero algo la detiene.

—Tú, que por sangre estas maldita ¿vienes aquí a pedir misericordia? —una voz suena en lo alto del coro. Profunda e intimidante. Dime dulzura, ¿crees que alguien a quien la maldad le corre por las venas se va a salvar con un simple rezo?

—Tú no puedes estar aquí ¡esto es tierra consagrada! —Los ojos de Diana se mueven con febril apuro, buscando la silueta que delate al acompañante.

No piso tierra consagrada desde hace quinientos setenta y tres años Diana, pero eso no significa que no pueda ejercer cierta influencia sobre ella.

«No está resonando la voz en la catedral, está resonando en su mente» pienso mientras me acerco a la figura congelada de Elina.

Los ojos increíblemente azules se debaten entre tocar el altar o salir corriendo de ahí.

Los músculos de todo su cuerpo están tensos y listos para ser usados en cualquier minuto. Su corazón acelerado, golpea contra sus costillas mientras el miedo corre por sus venas.

El sonido frenético que indica que ella está viva me produce una punzada de celos, un eco de lo que tuve y ahora carezco.

—¡Elina, camina hacia la senda del bien! ¡No dejes que él te haga dudar! —Diana trata de empujarla, pero ella parece estar clavada al suelo.

Las Memorias de mi Sangre.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora