Dolorosos Reencuentros.

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Los tres vampiros nos escoltan por una de las calles más oscuras de la ciudad, el olor nauseabundo de vómito y orina parece intoxicar el aire.

Hay casonas viejas cayéndose a pedazos por ambas partes de la calle y los guardias que nos custodian se detienen frente a una de ellas. La puerta es más madera podrida que en buen estado, las bisagras se quejan al ser obligadas a trabajar y las rebeldes hierbas que se arremolinan por las paredes nos dan la bienvenida a un terreno baldío.

—¿Qué se supone que hacemos aquí? —cuestiono, poniéndome inmediatamente a la defensiva.

—Aquí está nuestra casa su alteza, lamentamos que no sea como los castillos en los que ha estado —responde con sorna Dario.

—¿No se te ocurrió algo más original? —contraataca Lydia con desdén.

—No es momento para estupideces, tenemos que ponernos en resguardo antes de que el día nos sorprenda —ataja Sebastián acallándonos a los tres—. Hemos tenido que hacer muchas modificaciones para que el escondite se mantenga fuera de las narices del Concilio, así que les advierto que si informan a alguien de este lugar, voy a matarlas.

—Deja de armar tanto drama y abre la puerta Sebastián —interviene Gastón de mala gana.

El vampiro más grande se acuclilla frente a la entrada del pobre terreno que tenemos enfrente y la manija de una trampilla en el suelo emerge de entre las plantas.

La levanta, revelando una serie de escalones que bajan hacia quien sabe donde.

—No toquen nada y síganme ¿de acuerdo? —advierte Sebastián antes de ponerse en marcha.

La luz escasea, no hay siquiera un ligero rayo para iluminar el camino y aunque no es que sea necesario, se siente extraño.

Los murmullos de algunas voces molestas sube despacio hasta mis oídos.

—¡Son peligrosas, no podemos estar mostrándole a todo el mundo el cuartel Gael!

—Una de ellas es sangre pura y no sabemos porque, parece que su sangre no huele a las familias del Concilio, va a ser de utilidad.

Los chismes aquí viajan rápido.

Los susurros se acallan súbitamente y frente a nosotros, una puerta de madera aparece. Sebastián le da un empujón ligero a ésta y la luz llena las escaleras, creando sobras a nuestra espalda.

—Están aquí —anuncia Dario.

Un vampiro de músculos exageradamente marcados se gira con lentitud a nosotras. Lydia intercambia una mirada de temor conmigo, pero yo trato de mantener la calma.

"Puedo incendiar este lugar si es necesario, relájate" le informo a la rubia mentalmente.

Ella asiente, casi de modo imperceptible y regresa la mirada hacia el bulto de músculos que nos mira con recelo.

Su rostro me es familiar. Aunque sus facciones son toscas, la belleza perfila cada parte de su cuerpo, sus ojos carmesí parecen querer traspasarme y su ceño está fruncido.

Lo conozco, no recuerdo muy bien de donde, pero sé que lo he visto antes.

—Dos vampiresas solas y un poco estúpidas, me atrevo a decir, llegan a mi ciudad, se mezclan sin cuidado entre los humanos y caen como tontas en una trampa para novatos. Para después intrigarnos con el curioso olor de su cuerpo.

»Díganme, ¿qué buscan? —escupe en mi cara el enorme vampiro.

Su rostro queda a pocos centímetros de mí y la profunda voz que profiere, hace que me tambalee cerca de su cuerpo.

Las Memorias de mi Sangre.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora