Agonizando...

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—Ya que estamos listos y hemos visto la mayoría de sus debilidades, podemos comenzar con el plan —La mirada desencajada por la emoción y la expectativa, le da a los ojos del abuelo un brillo terrible—. Sabemos como y donde podemos atacar, ustedes están encargados de facilitarnos más el proceso...

—Espera —Interrumpo—, estás diciendo que vamos a atacarlos, ¿por qué?

»Habíamos planeado entrar una vez que su sangre nos vinculara al Concilio y decirles quienes éramos —reclamo.

—¡No basta Mónica!, no después de todo lo que nos han hecho.

»Nos desterraron del lugar que nos pertenecía, de los cargos que por derecho eran nuestros y nos obligaron a escondernos como ratas todos estos años —Bruno golpea la mesa y la madera cede sin problemas bajo su mano.

Encuentra mis ojos y me mira con furia, con asco.

—Ellos son los culpables de que tú tengas que hacer todo esto —masculla entre dientes.

Joaquín aparece a su lado, posando su mano en su pecho.

—Es suficiente Bruno, estás exaltándote demasiado —Bruno lo hace a un lado sin problemas y mantiene la vista fija en mí.

—Vas a atacarlos entonces, ¿para vengarte?

»Vas a tener al Concilio bajo tus órdenes, a los patriarcas doblegados ¿para que provocar desastre?

Los ramalazos de dolor suben por mis pantorrillas, los angustiantes hilos de calor se enredan en mi cuello, en mis brazos. Siento el fuego abriéndose paso por mi garganta.

Dejándome muda.

Mis palmas golpean contra el suelo y la vista se me nubla.

—Bruno, Bruno ¡BASTA! —Escucho a lo lejos a Alejandro, pero unas manos lo detienen y lo arrastran fuera.

—Esto pasa cuando no-saben-cuando- callarse —La última palabra la escupe en mi cara, disfrutando enormemente del espectáculo que debo ofrecer retorciéndome de dolor en el suelo.

—Aún la necesitamos Bruno —dice mamá con calma—, contente querido.

El fuego retrocede y las cadenas ardiendo me liberan.

—Más te vale Mónica que te comportes, porque una vez que logremos el cometido, la seguridad que ahora te protege te abandonará —El viejo sale de la habitación y mi madre me dedica una mirada de fastidio.

—Pero ni así aprendes niña tonta —declara antes de salir.

La sigo con la mirada hasta que desaparece por la puerta y me levanto. Lento y vacilante.

Rodrigo está recargado en la pared de enfrente, con la mirada fija en mis movimientos y una copa de vino en la mano.

—¿Qué tú no tienes nada que decir? —Resopla, bajando la copa hasta la mesa.

—Te he dicho que eres imprudente y un poco estúpida desde hace años cariño —contesta con altanería.

—Entonces no hay nada nuevo en tus anticuados insultos —respondo con soberbia.

Suelta una risa, me guiña un ojo y sale, dejándome sola.

Entierro el rostro entre las manos, acomodo mi cabello hacia atrás, sin dejar la poca dignidad en el suelo. Salgo del maldito despacho dirigiéndome directamente hacia mi cama sintiéndome derrotada, con la furia latiéndome en las sienes.

«Van a pagar, todo esto lo van a pagar», pienso con odio; odio y rencor.

Subo las escaleras hasta mi habitación lo más rápido que puedo. Me obligo a no desmoronarme frente a la puerta ni mucho menos detrás de ella, en la seguridad de mi habitación.

Las Memorias de mi Sangre.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora