Mónica Altamira.

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Dolor.

Hay mucho dolor en todas partes.

Y calor.

Mis manos queman, mis pies, mi torso.

El aire escapa de mis pulmones con violencia y soy incapaz de recuperarlo.

No puedo respirar, siento que me ahogo.

Me estoy ahogando.

Apenas percibo las manos que me llevan sin ningún tipo de cuidado.

Me sorprendo al sentir la textura tan detallada de su piel. Está fría, fría como un...

Mierda.

Mierda, mierda, mierda.

—¿Va a soportar el trayecto? —cuestiona una voz fastidiada.

—Tiene que, no gastamos tiempo en esta zorra a lo estúpido —rezonga una segunda voz, aburrida.

Mi corazón duele, parece estar siendo obligado a seguir latiendo.

Lo obligan a trabajar contra su voluntad.

—Hay que llevarla a casa pronto, Bruno ya está esperándola y dudo mucho que nos perdone si llegamos con el encargo muerto —Alguien resopla y siguen su camino.

Un frio sepulcral me empieza a calar los huesos, sube por mis pantorrillas y devora el calor infernal de mi sangre. El alivio es efímero, el frio es aun peor que el calor.

Una capa de sudor me cubre el cuerpo, mis músculos tiemblan con violencia, siento mis dientes castañear no puedo controlarlo.

Empiezo a sentir los bruscos movimientos de quien me lleva. Mi cabeza se mueve de un lado al otro mientras el viento helado azota contra mi rostro los mechones de cabello mojados.

Las gotas de lluvia empiezan a caer lentamente sobre mi cuerpo, la tela del vestido se me pega en los muslos, en los brazos.

—¿Qué vamos a hacer si el imbécil de Dathan se opone? —El timbre de voz que exige una respuesta se empieza a ser conocida, familiar.

—Tú no tienes de que preocuparte Lucio, Dathan está bajo control —La seguridad, la jodida prepotencia de esa voz...

—Entonces si seguiste las instrucciones de Bruno ¿eh?

»El idiota debe estar en estos momentos encerrado en su habitación.

—Eso si tiene suerte, Bruno debe estar torturándolo como el maldito animal que es —Siento un terrible deseo de golpearlos, hablar así de una persona. Más aún cuando esa persona es MI Dathan.

Mis músculos se contraen, no puedo moverme.

Tengo sed, siento la boca seca, la garganta también.

Mi corazón empieza a titubear.

Latido, paro. Latido, paro.

El tacto frío que está bajo mis piernas y mi cintura, se vuelve cálido. El olor de la vegetación se intensifica, como si estuviera concentrada en un perfume; los sonidos de la tierra mojada siendo pisada por dos pares de zapatos se acrecientan.

Y se detienen.

Huele a madera vieja y humedad.

Se escuchan murmullos lejanos.

Una puerta abriéndose y cerrándose.

—Por fin —Y su voz.

Las manos que me llevan hasta donde sea que este lugar sea, desaparecen y caigo con violencia al suelo

Las Memorias de mi Sangre.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora