Polvo eres...

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Voy a interrumpir fugazmente su lectura queridísimos seguidores porque quiero informarles que este es el penúltimo capítulo de esta larga e increíble historia que me ha acompañado por ya un año.

Me gustaría agradecer a los que hayan llegado hasta aquí por confiarme parte de su tiempo de ocio y darle una oportunidad a una idea que llevaba años empolvándose y que finalmente ha visto la luz.

Disfruten mucho la antesala al desenlace de esta historia.

Con mucho cariño, la autora.

*****

Las llamas se esfuman de golpe, las palmas de mis manos están de cara a Bruno y la voz de Alejandro se acerca peligrosamente a nosotros.

—Mónica, ¡¿dónde estás?! —Miro con impotencia al vampiro que mantiene la cabeza erguida, con la mirada de triunfo grabada en los ojos.

—¿Alguna otra cosa que quieras hacer antes de que él se muera? —pregunta con socarronería.

Siento la ira subirme de las rodillas hasta el cuero cabelludo, unas manos invisibles que parecen asfixiarme mientras intento desesperadamente de encontrar una respuesta

Me tiro de los cabellos, entierro los dientes en mi labio inferior. Incapaz de hacer nada.

Nada.

Y grito, a la par que una llamarada sale despedida de mis dedos.

Bruno se tira hacia un lado, evitando por poco las lenguas de fuego que ahora comienzan a desvanecerse entre la penumbra.

—Hija de put...

—¡Mónica! —El reclamo de Bruno se pierde bajo la exclamación de Alejandro.

Mi cuello se vuelve hacia el lugar de donde mi nombre ha surgido y un frío como nunca antes me cala los huesos.

—¿Alejandro? —cuestiono llevándome las manos instintivamente a la empuñadura de la última daga que aún me queda.

«No puede ser él» me digo a mi misma, alejándome.
«Él jamás me miraría de esa forma» me grito en un intento inútil por convencerme.

—Aléjate de mi abuelo ahora mismo —ordena el Alejandro que se hizo pasar por mi hermano, el Alejandro que no me recordaba, el que no me quería.

—¿Qué dices? —La pregunta es más una suplica silenciosa, una petición a que no bromeé en estos momentos.

El acero reforzado en el que sus ojos se han vuelto me miran con asco, odio puro fluye de sus gestos.

—Que te alejes de mi abuelo, maldita perra Arteaga.

Sus palabras me hacen retroceder un paso, llevándome las manos al pecho en donde siento un dolor más agudo que ningún otro.

—¿Po-por qué me dices e-eso? —tartamudeo, incapaz de creer que sea él.

—Porque es la verdad, ya te hemos tenido suficientemente cerca como para seguir soportando tu peste.

»Mi familia y yo ya hemos tenido suficiente de ti —Su voz suena serena, con un tono tan tranquilo como el que un padre usa al llamarle la atención a su hijo.

—¿Qué? —Mi voz es apenas un susurro, un sonido gutural que ha logrado salir de entre el desastre.

—Agr Mónica, ¿además de traidora también eres estúpida?

«No, esto no puede estar pasando, esto debe ser una ilusión, un espejismo provocado por Rodrigo o quizás... »

—¡TÚ! —grito despotricando contra Bruno—, ¡SAL DE LA CABEZA DE ALEJANDRO MALDITA SANGUIJUELA!

Doy un paso hacia adelante, con las manos levantadas listas para lanzarle llamas, pero un golpe me detiene.

Los dedos de Alejandro se han enredado en mi cuello y me sostienen con violencia a algunos centímetros sobre el suelo.

—No voy a perder más el tiempo contigo niñita idiota ni voy a permitir que sigas lastimando a mi familia.

»Ya perdí a mi padre y a mi hermano por ti, así que cállate y colabora.

Me deja caer en el suelo y soy incapaz de sostenerme siquiera dos segundos en pie.

—Esto no puede estar pasando, debe ser una pesadilla.

Alejandro suelta una carcajada llena de odio y diversión genuina.

—No niña, no. La pesadilla verdadera fue que tú creyeras que alguien como yo podría dejar a mi familia, a mi apellido, a mi sangre de lado por una basura como tú —Tiene que parar, sus palabras tienen que detenerse o me voy a morir—. No eras más que una muchachita ingenua que escuchando un par de frases cursis se entregó totalmente a un desconocido.

»¿Qué crees que tenias tú para que alguien como yo se fijara en ti?

Logro percibir la sonrisa de autosuficiencia de Bruno tras Alejandro.

La mirada de orgullo que le dedica a su nieto le deforma el gesto en una mueca horrible.

El vampiro recorre unos cinco metros hasta su nieto y reposa la mano en el hombro de éste.

—Eso es todo lo que quería escuchar mi muchacho —dice con alegría cerca del oído de ese... perro.

Ambos me dedican una mirada de satisfacción, regodeándose en mi cara de mi debilidad, mi derrota.

—Te dije que haría un infierno en el que arderías bajo un castigo cruel y tortuoso.

»Y soy un hombre de palabra.

Tiene que matarme ya, tiene la obligación de hacerlo ahora. No puedes herir tan profundo a una persona y dejarla así solamente, existiendo. Vacía.

—¿Todo fue mentira? —Apenas es un hilo de voz lo que sale de mis labios, pero necesito hacer algo, cualquier cosa antes de que me hunda en el dolor que ya se arrastra por mi cuerpo.

Alejandro pasa un brazo sobre el hombro de Bruno y me mira con indiferencia.

—La sangre llama a la sangre, la sangre debe lealtad a la sangre —El patriarca esboza una sonrisa y se acerca—. Alejandro, no me equivoque al elegirte a ti como sucesor de mi familia.

La hoja de una daga resbala por su palma y la sangre se desliza lenta por la piel apergaminada.

—Bebe hijo mío, te confiero el liderazgo de mi familia con este gesto de sucesión.

Las gotas de sangre caen en la lengua de Alejandro y puedo ver como su mirada se endurece.

Él también corta su palma, dejando caer sobre la herida abierta de Bruno algunas gotas carmesí.

Y lo único en lo que puedo pensar es en que no quiero esperar más a que esto termine de una vez por todas.

Pero el cuerpo de Bruno se desploma frente a mí cuando mis manos encuentran el frasco de veneno que me dio Gael.

Se retuerce y convulsiona en el suelo, la capa se le enreda en las piernas y de la boca un hilo de sangre resbala hasta la tierra.

—¿Qué-hiciste? —cuestiona el patriarca intentando incorporarse.

Alejandro mantiene fija la vista en él, con la atormentada mirada puesta en los movimientos antinaturales del cuerpo del vampiro.

Las manos, las hace puños tan apretados que puedo ver los tendones estirarse en toda su longitud sobre el hueso.

—La sangre llama a la sangre, pero yo nunca me regí bajo ese concepto abuelo —Los ojos de Bruno se abren como platos, tratando con las garras cada vez más marchitas de alcanzar a su nieto, a su orgullo—. Más fuerte que los lazos de sangre son los lazos que no te atan obligadamente a una persona, sino los que escoges para unirte, los que tú mismo construyes y no te exigen lealtad.

Duele, escucharlo, mirarlo, estar cerca de él lastima.

Su mirada lo dice, está mirando como su abuelo agoniza y le duele, pero no hace nada.

—Desgraciado hijo de perra —tose con verdadero asco el ex patriarca de los Altamira—. De-dejar a tu familia por e-esta puta.

Bruno se arrastra sobre su estómago, negándose a aceptar la derrota. Se impulsa hasta donde yo sigo sentada con una amenaza muda grabada en sus ojos.

—Si voy a irme al infierno, tú te vienes conmigo zorra.

Da una zancada con las garras extendidas hacia mí pero antes de que pueda alcanzarme, las llamas escapan de mis manos envolviendo al descendiente de Raúl Altamira con furia.

No hay salida para él.

Suelta alaridos y maldiciones por todo lo alto, los improperios fluyen mientras el fuego se apodera más y más de él.

Y de pronto ya no se escucha nada.

No respiro, no me muevo.

¿Qué demonios acaba de pasar?

El silencio empieza a volverse pesado, incomodo. Por eso salto cuando escucho el primer paso de Alejandro pretendiendo acercarse.

—¿Móni? —Su tono de voz atormentado es tan bajo que no sé si ha dicho mi nombre en voz alta o solo ha sido un truco que me está jugando el subconsciente.

Desenvaino la daga, apuntándola a él con una mano mientras que la otra está lista para arrojar fuego en cualquier momento.

—Mónica —exclama con los ojos desorbitados, levantando las manos en señal de rendición.

—No —grito sin modificar mi postura—, ni siquiera se te ocurra acercarte.

No puedo ni quiero una explicación, no después de lo que escuché.

Se lleva la mano con vacilación hasta la bolsa izquierda del pantalón y con lentitud, una fina cadena de plata aparece.

—Mi collar —exclamo. Casi doy un paso hacia él.

Casi.

—Manuel pensaba salvarte, él descubrió que con esto podría hacerlo. Pero no llegó a tiempo.

Me niego a seguir hablando con él.

Mi verdadera familia esta batiéndose a duelo, en peligro gracias a ese montón de asquerosos vampiros.

—No importa, no me interesa.

Me levanto, sacudiéndome la tierra de los pantalones y me pongo en marcha.

Me impide el paso, su pecho está frente a mí y su mirada fija en mi rostro

Su cercanía me lastima, las palabras retumban en mis oídos y las grietas aparecen dentro de mi pecho, amenazando con romperme en pedazos si no me alejo.

Empiezo a retroceder, desesperada por salir de aquí.

—Lo que dije no fue cierto Mónica —Empieza con la voz firme—. Tenía que convencer a Bruno de que estaba de su lado, jamás lo hubiera hecho si no hubiera sido necesario.

No le busco la mirada, no espero encontrarme con sus ojos; porque si lo hago, si flaqueo por un instante me voy a arrojar sobre él.

—Moni —Siento el aire golpear la coronilla de mi cabeza—. ¡MÓNICA MATÉ A MI ABUELO!

Su grito hace eco en todo el claro, pero el sonido se esfuma con la brisa y el silencio se establece de nueva cuenta entre nosotros.

No me muevo, mis músculos están tan rígidos que tengo la sensación de que jamás me voy a volver a mover.

—No-te-creo —murmuro. Incapaz de elevar mi voz.

Parece que le he dado un puñetazo en el estómago, retrocede sin quitarme los ojos de encima.

—Te amo, te he amado por años, ¿cómo puedes no confiar en mí?

Las manos le tiemblan, puedo ver sus hombros hundidos, las palmas mirando hacia arriba a modo de suplica, la mirada dolida.

—¿De verdad me amaste? —cuestiono incrédula, frunciendo el ceño e interponiendo más distancia entre nosotros.

Sus pies son veloces al acercarse sin darme tiempo de reaccionar.

Su mano aprisiona la mía, enviando oleadas de calor por todo ni cuerpo con su toque h deja caer sobre mi palma el dije de plata.

Las pequeñas llamas están partidas por la mitad, dejando un hueco en el medio. Las líneas elegantes que llenan las caras forman un texto largo.

"A mi niña" reza la primera línea.

Un nudo me atraviesa la garganta tan pronto como leo las palabras.

"Posiblemente cuando leas esto estarás a solo unas horas de tu conversión, no me cabe la menor duda de que vas a lograr sobresalir entre todos los chicos de tu generación mi amor.

Quizá estés asustada por el futuro que te espera, pero tu madre y yo esperamos que Diana se encuentre aliviando tus preocupaciones.

Aprovecho, ya que toco el tema, para pedirte perdón por no acompañarte en un momento tan importante, pero debes saber que si nosotros no estamos ahí es porque creímos más justo que vivieras tú.

Mi vida, quiero que sepas que esta manera de llamarte nunca ha sido tan literal, tú eres mi vida, nuestra vida y aunque nosotros no estemos allí físicamente lo estamos en tu corazón e incluso cuando éste deje de latir no nos vamos a ir a ningún sitio mi niña.

Lo que viene ahora será difícil Elina, la lucha que te toca librar a ti es la más importante en la historia y no escribo esto para asustarte, sino para decirte que nadie ha tenido ni tu temple ni tu fortaleza y que es por eso que esta batalla será pan comido para ti.

Y para ayudarte y darte fuerzas te voy a compartir el secreto de mi familia.

Ama Elina, ama sin límites y sin miedo. Derrota a Bruno con lo que él nunca ha conocido. Tu sangre también existe en él y debes desvincularte para matarlo y solo podrás hacerlo amando.

Las Memorias de mi Sangre.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora