Preciso.

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—Nada, no se sabe nada de la descendencia de Raúl Altamira.

»No hay registros de que tú, Joaquín, ni mucho menos nosotros existimos —digo por tercera vez al abuelo.

—Entonces podemos estar tranquilos —responde con el rostro desencajado de alegría, una alegría macabra que asusta—. Ni siquiera sabrán que los golpeará cuando los destruyamos.

Los ojos velados me miran con un extraño brillo mate alrededor de las pupilas. Parece tan satisfecho consigo mismo, que creo que en cualquier momento se dará palmaditas en la espalda.

—Si, vamos a ser un golpe invisible, pero ahora solo somos cuatro vampiros que quieren ir a tirarse a la cama —El tono de Rodrigo es afilado, pero lo suficientemente cuidadoso como para no incomodar de más a Bruno.

—Tienes razón, vayan a descansar y dejen el brazalete en la mesa antes de salir.

En un segundo, el comedor se queda vacío y los goles sordos de las puertas cerrándose, hacen eco al mismo tiempo en el piso de arriba.

Respiro con pesadez, deshaciéndome de la ropa con premura, dejo caer las prendas al suelo sin preocuparme por levantarlas y salto a la cama.

La sed ya empieza a hacerse menos soportable, dejando a mis músculos con menos agilidad, potenciando el infernal ardor y sequedad de mi garganta. Es horrible que la única sensación dentro del cuerpo, sea esa, la quemazón desproporcionada.

Suspiro, dejándome caer en la almohada y perdiéndome en la inconsciencia.

—No deberíamos estar tan tranquilos, ellos no son idiotas y con un par de lecciones más, puede que aten cabos —El bisbiseo en alguna parte de la casa me despierta.

—No podemos entregarnos al pánico todavía, recuerda que fue mi mejor trabajo. No hay modo, no hay pruebas y esa parte se ha mantenido en secreto —Las voces susurran demasiado bajo, no puedo reconocer a sus dueños.

—Hay más gente que puede contar los hechos, no te confíes —El silbido del aire al cortarse, supongo por la rápida salida del que contestó, es lo último que escucho.

Sus palabras me intrigan, así que salto fuera de la cama, dispuesta a interceptar al par de enigmáticos conversadores.

Mis cortinas se abren de golpe, revelando como los últimos rayos de sol se esconden. El ocaso, dando paso a la noche.

Me enfundo unos pantalones limpios, enredo mis rizos en un moño improvisado, dejando fuera algunos mechones y me calzo mis botas negras favoritas.

El aire se corta al momento en que comienzo a correr, pero antes de llegar a la puerta, Violeta entra acompañada de Lydia.

—¿Mónica? —pregunta la sedosa voz de la rubia.

Le obsequio una mirada de reproche, quedándome quieta en mi lugar, simulando demencia.

—Lydia, Violeta ¿qué hacen aquí?

—Hay una fiesta en su honor en un par de semanas querida, tenemos que confeccionarte el vestido de inmediato, la modista ya está abajo, así que date prisa —La mirada de Violeta me recorre de arriba a abajo, gira sobre sus talones y comienza su caminata hasta el salón con ese gesto de superioridad.

Bufo por lo bajo, mordiéndome una sonrisa y reparo en Lydia, que parece mortificada.

—¿Pasa algo? —pregunto con preocupación.

Niega, empezando a seguir a Violeta.

Mi mano tira de ella, obligándola a mirarme.

—Mónica, no pasa nada —responde con impasibilidad.

Las Memorias de mi Sangre.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora