El Agujero.

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El auto da suaves traqueteos de camino a casa.

El silencio es extrañamente reconfortante y los rostros de hastío de todos, nos permite librarnos al fin de las sonrisas fingidas de agradecimiento.

Pero, a pesar del descanso que ofrece la "normalidad", mi mente está muy lejos de sentirse tranquila.

No puedo apartar los ojos de Alejandro. Lleva todo el camino apretando los puños; su mirada parece perdida y ausente, además de verse aún más pálido de lo habitual.

Soy consciente también, de la mirada de Rodrigo perforándome la nuca. La intensidad de sus ojos grises es difícil de ignorar, su escrutinio intenso me pone nerviosa.

¿Por qué no deja de mirarme?

El familiar olor a pinos, me indica que estamos cerca de casa, y éste olor también parece despertar a Alejandro de su ensimismamiento.

"¿Cómo te sientes?" pregunto, temerosa de asustarlo.

"No lo sé" responde dejando escapar un suspiro de cansancio.

"¿Quieres hablar de ello? " niega con la cabeza y la deja caer sobre el respaldo.

"Tampoco quiero que lo menciones a nadie Mónica" su voz resuena en mi cabeza con demasiada rudeza.

Asiento, girándome hacia Manuel.

Él también parece ausente. Sus labios están fruncidos en un mohín y su ceño está fruncido.

"¿Pasa algo?". Mi pregunta parece tomarlo por sorpresa y da un pequeño salto.

"No me gusta que pongas a Victor por encima de mí".

Su tono de hostilidad, me hace rodar los ojos exasperada.

"Tengo que enamorarlo ¿recuerdas?, no lo hago por gusto".

Desvía la mirada enojado y yo hago lo mismo.

¿Cuándo todo esto se volvió tan jodidamente difícil?

El sendero aparece finalmente frente a mis ojos y mi padre acelera. La mansión, escondida entre los árboles, se abre paso majestuosa luego de la tercera vuelta. Ésta vez no hay contingente de bienvenida, así que lo único que nos recibe, es la enorme puerta de roble.

El auto aparca frente a la entrada y uno de los sirvientes aparece para abrirle la puerta a mi madre. Bajamos en silencio, cada uno harto de la noche que está por terminar, ansioso por encerrarse en su habitación y reponer fuerzas para mañana.

Corro hasta la puerta, ajena a los reclamos de compostura a los que me llama mi madre, entro al recibidor y me dirijo a las escaleras del centro.

—¿A dónde diablos crees que vas querida?

Bruno Altamira, lo único que me faltaba.

—A mi habitación —respondo sin dirigirle la mirada.

—Me temo mi niña, que tendrás que postergar esa visita un poco más.

Mis pies deshacen el camino hasta terminar frente a la enorme silla del recibidor contra su voluntad y me giro a la figura imponente del abuelo.

Las pisadas de los demás miembros de la familia, se acercan de a poco hasta donde estoy y crean un semicírculo alrededor de nuestro patriarca.

—¿Hay problemas no? —La voz de mi padre se escucha cansada, harta.

—Los Arteaga descubrieron al contingente que los vigila, hubo una pequeña pelea es todo —Al contrario de mi padre, Bruno parece tranquilo, casi aburrido al decirlo—. Pero no quiero discutirlo aquí, el sol va a salir pronto y estas ventanas no tienen protección, vayamos al comedor.

Las Memorias de mi Sangre.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora