Capítulo 43: Tres hermanos

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Estoy a punto de salir de la habitación cuando el sonido interno se enciende deteniendo la puerta a medio abrir y cerrándola de nuevo. Reconozco de inmediato las voces que hablan, después de eso no tardo mucho en saber que no hablan conmigo.

¿Qué demonios está pasando?

Mientras los hombres conversan intento abrir la puerta en repetidas ocasiones, sin éxito. Doy unos pasos hacia atrás, estoy tan agotada como convencida de que han preparado un audio para que yo lo escuche, así que me recuesto en la cama con la intención de ignorar la conversación y dormir en su lugar.

-... no hay ningún cambio. -Escucho decir a uno de los hombres, el duque Licino-. No sé cómo puedes insistir en mantener tu palabra con aquellos jóvenes, hermano.

Su conversación atrae mi atención, que amenazaba con desvanecerse, pues creo saber de qué están hablando.

-Sabes que no es completamente su culpa. -contesta un hombre cuya voz me resulta más familiar, el duque Livio.

- ¿Qué intentas decir? -Gruñe nuevamente la primera voz-. Se claro al...

-¡Tranquilos! -interrumpe la más estridente de la voces, y sin embargo la más juvenil-, no vamos a discutir por un asunto que ya está sellado. Licino, di mi palabra y eso debe ser suficiente para que entiendas que no puedo retractarme. Además, no creo que este tema tenga suficiente trascendencia para que discutas con nuestro hermano. Ya he tomado una decisión respecto a este asunto, y si después de la intervención que hemos prometido su condición no mejora, entonces tomaré tu consejo.

- ¿Acaso no ves los riesgos que corremos? -pregunta el padre de Alecto, aún alterado.

-Tengo claro el riesgo que corremos al seguir adelante con el plan, pero...

- ¿Pero qué?

- Pero soy el rey, un noble y mi palabra es irrevocable. Cuida el tono en que hablas, hermano. -responde amenazante.

-Lucio, como rey es que no puedes dejar que tus emociones te nublen el juicio, mucho menos que la paternidad te afecte. -Dice gruñendo el duque Licino, pero con un tono de voz dominado-. Quiero creer que no actúas indulgente por tu hija, son casos por completo diferentes. Y Livio y yo somos libres de estar en desacuerdo, majestad.

Por un momento pienso que he escuchado mal, la palabra "hija" ha salido de la boca de un noble refiriéndose a la progenie de otro de su misma familia. Pero los nobles no tienen hijas. Nunca. Pero ¿Y si las tuviesen? ¿Dónde están?

-Ni siquiera le permito presentarse en eventos oficiales ¿Crees que soy blando con ella?

-No compares las dos situaciones, su niña es muy tranquila, jamás causa inconvenientes. Mi hijo ha hecho un buen trabajo con ella en su tutela. -dice el padre de Máximo.

Me aterra la idea de que aquella chica misteriosa esté más conectada a mí de lo que puedo imaginar.

-Su hija -agrega la voz discrepante-, no puede correr diez minutos sin desplomarse. ¡No hay forma que cause inconvenientes!

No logro evitar la reacción en mi cuerpo, mis manos han comenzado a temblar con nerviosismo, y mi corazón, que suele estar calmo, late a tal velocidad que temo... temo ser la chica de la que hablan, que se desploma con solo un poco de esfuerzo. Y aunque en este momento quisiera alejarme de aquel lugar invadido por el sonido de una conversación lejana, lo único que hago es acurrucarme más entre los cojines, intentando retomar la conversación tras haber desviado mi atención.

-... tienen problemas distintos -escucho del padre de Máximo-. Pero tu hijo debió prever los inconvenientes y preparar una contramedida. Como hemos hecho Máximo y yo.

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