Tras pasar a prisa por las zonas de recreación infantiles, bajo la velocidad de mi plataforma al recorrer los mercados, atiborrados de familias y parejas. Allí desciendo y comienzo a caminar evitando los transeúntes. Me deslizo entre los puestos de bisutería de cristales a base de sal marina. Estoy probándome una pulsera de cristalería azul, cuándo siento un empujón en mis piernas, me giro para recibir una disculpa, pero el niño, culpable del empujón, se pierde entre la multitud tomado de la mano de su padre. Indignada por la falta de respeto me inflo de ego para reclamar los modales que merezco, pero entonces me recuerdo mi apariencia de común. Sonrío, entre molesta y avergonzada.
—Niña, ¿va a comprar la pulsera? —pregunta el vendedor, en español.
Me detengo a traducir en mi mente el significado de sus palabras, sin considerar la vulgaridad de su expresión.
—Por supuesto —respondo aún molesta, en lengua romance americana—. Por supuesto —repito en español, mucho más calmada.
Ajusto la pulsera directo en mi muñeca antes de continuar en busca de otro puesto que me conquiste con sus sales de colores. Mientras camino noto que algo atrae la atención de las personas, sus dedos señalan y sus voces murmuran. La curiosidad me obliga a seguir los indicios para descubrir el foco de su interés. Entre las miradas, que fracasan en pasar desapercibidas, una figura de cabello corto en vestimentas toscas, incluso para un común, disfruta de un puesto de juguetes infantiles junto a un pequeño. Reconozco el rostro de la criatura primero y luego, tras un segundo de agitación, levanto la vista para encontrarme con Igraine. Sonriente, libre de maquillaje y ensimismada en el niño. Cómo una verdadera madre, aunque yo sé que no lo es.
Una sacudida me saca de mi concentración. Un joven de mi edad me lleva por delante.
—¡Muévete!—vocifera, con el ceño fruncido.
Extiendo la mano para enfrentarle mientras me da la espalda y sigue de largo, sin detenerse a determinarme o escuchar mi respuesta. Siento mi sangre hervir.
—¡¿Qué...!? —alcanzo a soltar, cuando mis ojos se cruzan con los de Igraine en a distancia.
A través de los diez metros que no separan y la docena de personas entre nosotras, su mirada me alcanza. Un parpadeo lento y una sacudida de cabeza bastan para transmitirme su censura a mi comportamiento. Me congelo ante ella. Sus ojos regresan al niño de inmediato. Camino en reversa de a poco y me alejo en la dirección opuesta, con la mente en blanco repito lo sucedido. Trago saliva al comprender en lo que me he convertido, me empequeñezco a su lado. Suspiro ante la comparación de nuestras actitudes, ante su soltura para moverse en público, la atención que atrae su aspecto, la naturalidad de su sonrisa y la simpleza de sus gestos. Palidezco entre nauseas e ira. ¡No logro conseguir para mí más respeto del que una muchacha cualquiera podría atraer y a ella ni siquiera los pantalones cortos y zapatos deportivos le lucen mal!
Incómoda con lo fácil que paso desapercibida, me encamino a la plataforma. No sin antes detenerme frente a un cristal a observar mi aspecto, tan común como cualquier otra chica a mí alrededor. Aprieto los puños con fuerza. No quiero ser tratada como una común, no quiero pasear como una. Me asusta saber que el camino que he elegido, las decisiones que he tomado me han convertido en esto, pero me asusto más al recordar la sensación de impotencia de no ser especial, de no tener un título. Muerdo mi labio mientras subo a la plataforma y la dirijo al punto de encuentro con Caesar.
A Caesar le encuentro al final de los mercados, sentado en una banca junto al acceso a los niveles subacuáticos. El cabello despeinado por el viento salado, la piel sudorosa y sus ojos marrones perdidos en el reloj central de la plazoleta. Se abanica con el cuello de la camisa y hace mala cara cada que mira de reojo la entrada. Al igual que Igraine, se pierde sin temor entre los comunes. El borde redondo de Atlantis se divisa detrás de él. Me detengo a detallarle, siento el tiempo pasar junto a las personas a nuestro alrededor. Descubro cuán a la ligera nos he tomado. Me casaré con ese chico, viviré con él, llevaré vestidos cada día de mi vida y, lo que hasta hoy creí era solo una actuación, la falsedad en mis relaciones, el aislamiento social, el apego construido, será lo único que tenga. Muerdo mi labio inferior. Hace tiempo que dejé de luchar contra nosotros.
Corro hacia él, que se levanta con una sonrisa en el rostro al verme. Me abalanzo a su pecho, restriego mi rostro en su camisa. No tardo en sentir sus manos recorrer mi espalda.
—¿Soy una mala persona, Caesar? —pregunto, en espera de una respuesta rutinaria—. No tolero verme como común, no quiero serlo de nuevo. Creo que me gusta sentirme especial aunque no me lo haya ganado.
—Supongo —Me presiona contra su pecho—, quien soy yo para definirte. Ve y sé tan arrogante como quieras, al final el único que debe tolerarte ya sabe lo insufrible que eres.
—¡Idiota!
Le empujo y le alejo de mí unos centímetros, solo para comprobar que a pesar de sus palabras, está preocupado. Entonces extiende su mano hacia mi hombro y baja su rostro a la altura del mío.
—¿Antes de cualquier cosa somos amigos, verdad? —pregunta, sin darme tiempo a responder—. Así que como buen amigo debo escucharte balbucear. ¡Apuesto a que insultaste algún anciano por estacionarse delante de ti! Esto de ser noble se te ha subido a la cabeza, pero a quién le importa si no te conocen. Solo preocúpate por quienes te rodean ¿si? —asegura, con una sonrisa triunfal antes de retomar su posición erguida.
Sonrío, no porque haya desaparecido el sosiego de saberme algo que odiaba, sino por la satisfacción de tenerle a mi lado. Le tomo de la mano y decido disfrutar de nuestra salida como comunes, segura de que pronto alguien notará que se trata del archiduque. Que Caesar no muestre apego a la forma de vida de los nobles y siempre le saque el mejor provecho a su rango para hacer su parecer, no significa que yo deba permitirme ser vista a su lado, traer caos a la vida Máximo o de los reyes. Algún estaremos comprometidos, pero falta más de un años para ello y ser reconocidos juntos, sería un escándalo.
—¿Sabes que pronto descubrirán quién eres?
—Lo sé.
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Nobilis
Science FictionEn un régimen estable, donde la calidad de vida es alta y la guerra es solo un mito de antaño, Aletheia es una adolescente a puertas de un compromiso por el que lleva años trabajando. Ella hará lo que sea necesario para asegurarse un lugar entre los...